Esta semana se celebraron elecciones extraordinarias en siete municipios de Oaxaca. Morena perdió en seis de ellos. Nadie le puso atención a la noticia. Es entendible en medio del abundante torrente de escándalos y exabruptos que produce el populismo: ataques al INE, anuncio de reforma electoral, el nuevo reporte del GIEI sobre Ayotzinapa, la liberación de Alejandra Cuevas, las peleas intestinas en el politburó, el desastre del Tren Maya. Sin embargo es una primicia muy significativa, como bien reprochó un puñado de diputados y exdiputados morenistas locales ante la aplastante derrota.
Primero, una derrota de esa magnitud es inaudita porque desde 2006 Oaxaca es bastión obradorista a nivel federal, y desde 2012 empezaba a serlo a nivel municipal. Ya en 2018 tenía los mismos municipios que el PRI, el partido histórico del estado. Pero en 2021 obtuvo el doble que el PRI y se convirtió en la principal fuerza. De 149 municipios sujetos a elección popular (en el resto las elecciones se realizan mediante usos y costumbres), Morena gobierna 49, o sea, la tercera parte.
Es cierto que a nivel estatal gobierna el PRI, pero el gobernador, Alejandro Murat, es un aliado del presidente. Además, el PRI no ganó ninguno de esos siete municipios ahora en disputa, salvo uno en coalición con el PAN, PRD y Nueva Alianza. Otro lo ganó el PAN en coalición con Nueva Alianza, y los cuatro restantes los ganó ni más ni menos que el Verde.
Cierto es también que el Verde es parte de la coalición gobernante, pero esa es una alianza temporal que, como sabemos, se desdibuja a medida que avanza el sexenio y pierde poder el presidente. Cabe la posibilidad de que Murat haya operado el voto hacia allá, pero no tendría mucho sentido, pues es un partido muy menor en Oaxaca que apenas gobierna siete ayuntamientos. La otra posibilidad es, como acusaron los diputados y exdiputados de Morena, que la dirigencia se haya dormido en sus laureles, que Mario Delgado no haya operado correctamente, imponiendo candidatos improvisados, sin campaña ni consenso.
La otra, sin embargo, es que la gente poco a poco empieza a abrir los ojos sobre el deterioro obradorista. Como sabemos, según el agregado de encuestas de Oraculus, la desaprobación del presidente se encuentra en su punto más alto y su aprobación en el más bajo desde que empezó el sexenio. En las elecciones de 2021 su coalición perdió la mayoría calificada y su partido la absoluta en la Cámara de Diputados, además de la mitad de la Ciudad de México y la mayoría de las zonas urbanas. De hecho, una de las correlaciones más interesantes de la elección del 2021 es que Morena ganó principalmente donde no había gobernado: es decir, perdió donde sí había gobernado. A eso se añade un alza en la inflación, la amenaza de una severa crisis económica, una sucesión adelantada con una candidata oficial desfavorable, las pugnas internas, los escándalos de corrupción.
En este contexto, no sorprenden los ataques constantes al INE. Primero, la clara persecución contra Lorenzo Córdova y Ciro Murayama con el objeto de desacreditarlos como árbitros. Segundo, la violación constitucional para que los morenistas puedan promover la revocación de mandato. Tercero, los continuos intentos por reducirle el presupuesto al instituto, al tiempo que se le abruma con tareas publicitarias –ajenas a lo electoral– fincadas en la absurda reforma del 2007. Por último, la nueva reforma electoral anunciada, que pretende destruir al INE, limitar drásticamente su presupuesto, someter a los consejeros electorales a “elección popular” –lo que no sucede en ningún lugar del mundo– y eliminar a los diputados plurinominales para darle más sobrerrepresentación al régimen.
Al buen lector, pocas palabras. Si algo quiere decir todo esto es que dentro de Morena ya leyeron la inercia y no piensan dejar su suerte a la voluntad popular. Para permanecer en el poder bien puede requerirse la destrucción real o virtual del INE. En eso están. Como ha documentado Yascha Mounk para el Tony Blair Institute, los populistas rara vez dejan el poder; a la buena o mala, habitualmente se quedan, sobre todo en países con instituciones débiles, como es el caso de México.
Finalmente, uno pensaría que estas son buenas noticias para la oposición, pero que de los seis municipios perdidos por Morena, cuatro los haya ganado el Verde, también dice mucho. Si los partidos tradicionales siguen aletargados, todo el descontento obradorista lo podrían capitalizar partidos como el Verde o Movimiento Ciudadano que parecen nuevos o ajenos e inmaculados. Imagínese usted.