domingo 07 julio 2024

Aún le queda tiempo para destruir

por Amado Avendaño

Faltan menos de 500 días a este gobierno y las circunstancias en las que se enfila hacia su final son muy diferentes a las que AMLO y sus fanáticos hubieran querido.

Para ellos, a estas alturas del partido, ya deberían haber tenido asegurada la elección de 2024 a su favor, controladas las instituciones del Estado que le generan ruido para su proyecto transexenal, el Congreso y la Suprema Corte que les garantizaran el poder absoluto.

Ese presupuesto de consolidación de un maximato se les está cayendo a pedazos básicamente por dos razones: en realidad nunca han sabido gobernar, porque quienes hoy ejecutan las decisiones de un hombre profundamente ignorante y visceral como Andrés Manuel, son el cascajo de la política y la administración pública; es decir, políticos, comunicadores y servidores públicos  frustrados y de muy mala calidad que con tal de acceder al poder aceptaron cambiar hasta el modito de andar pero nunca han sido capaces fueron ni siquiera de hacer funcionar medianamente bien a las instituciones para dar resultados que mantuvieran la narrativa de una transformación que nunca llegó, ni llegará.

Es decir, ante el pésimo funcionamiento del gobierno en la atención a los satisfactores más básicos de sus propias clientelas electorales, (como seguridad, economía, salud y educación, entre otros), lo escandaloso de los hallazgos de corrupción en su propia familia y círculo cercano y el evidente fracaso de sus megaobras, la respuesta ante la ciudadanía que les concedió el beneficio de la duda ha sido la soberbia y el insulto replicados hasta en el más básico nivel de atención desde el gobierno.

La segunda variable es consecuencia de la primera: ante este hartazgo no solo de falta de resultados, sino de la actitud soberbia y agresiva de un gobierno que generó tantas expectativas y resultó peor que los anteriores juntos, la furia de los conversos, de quienes se sintieron defraudados y traicionados, terminó por consolidar el verdadero contrapeso que tiene en jaque a esta administración y a su soberbio líder autoritario: la participación ciudadana incontrolable, disruptiva y determinada que le ha puesto un hasta aquí a sus desvaríos e insensateces.

Las alarmas que retumban constantemente dentro de la cabeza del autoritario de palacio lo orillan a tomar cada vez más medidas extremas y radicales: refrendar su decretazo protector de sus megaobras ante el revés de la Corte, el ataque artero, cobarde y ruin contra sus ministros, el incesante ataque a los medios y a liderazgos civiles legítimamente preocupados por la situación del país.

Y no va a parar. Hasta ahora hemos visto cosas que muchos no imaginaban de alguien que se ostenta como presidente de la República, secundados por lacayos como el gobernador de Veracruz quien organizó un espectáculo digno de la peor escatología política contra la Corte, mientras la recua de saltimbanquis a sueldo del poder, (Sinembargos, Epigmenios, Villamiles, Sabinas, Mendietas, etc.) utilizan incluso recursos públicos para promover, justificar y hasta aplaudir los agravios desde el poder.

Aún le queda mucho por destruir, que no nos quepa la menor duda de que Andrés Manuel López Obrador hará todo lo posible por mantener el poder a toda costa, pero si no lo logra, como parece ser lo más posible, intentará como en el caso de la leyenda de Nerón, incendiarlo todo.

Aquí lo que más importa no es lo que él esté dispuesto a destruir, sino lo que nosotros, como ciudadanía, estamos dispuestos a hacer para defender a nuestro país, nuestras libertades y nuestro futuro.

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