La autocrítica es una materia escasa en el México de hoy en día. Muchos gobernantes y prácticamente la totalidad de la clase política que tenemos, incrustada en todos los partidos, no hacen uso de ella. Es algo desconocido para quienes tienen a su cargo una función pública. En cambio, lo que abunda es la búsqueda de a quien culpar para no verse señalado como el responsable de lo que pasa en el país.
Hay que importar consecuencias
En alguna de sus columnas, Armando Fuentes Aguirre, mejor conocido como Catón, pedía que se importaran consecuencias de otros países porque en el nuestro nunca las había para los políticos responsables de algo.
Y es que hemos visto como las malas decisiones, los errores en la ejecución de planes o programas, la corrupción o la improvisación nunca son culpa de quien las ha provocado, sino de alguien más, y esto en tiempos de la 4T es algo que se da a diario.
Si no se atienden a tiempo los incendios forestales, no faltará quien diga que fueron provocados por los enemigos de la 4T, al igual que se ha dicho cuando hay protestas por la falta de medicinas para niños con cáncer o por el tema de la violencia de género.
Siempre hay una mano detrás que mueve los hilos de las protestas por una variedad de temas, pero nunca un reconocimiento a que se pudo fallar.
Hay varios ejemplos que muestran hasta donde se puede llegar con tal de no aceptar la responsabilidad de algún mal manejo, error, falta de cálculos, de preparación, de experiencia o por colocar a personas inadecuadas para el puesto y lo que esto provoca.
La situación económica por la que atraviesa el país es un claro ejemplo de esto. Desde 2019 el PIB venía bajando, algo que se agravó con la pandemia, pero no se ha reconocido que las decisiones que se han tomado en este ámbito han provocado una caída en dicho indicador, en su lugar, el presidente anunció que se buscará medir la felicidad, se acusó a las calificadoras de estar en contra del proyecto y no faltó el entusiasta militante de la 4T que propusiera tirar las puertas del Banco de México para repartir todo el oro y todos los dólares que ahí había entre todos.
En tanto, la inflación ha pegado a los bolsillos de los mexicanos, al igual que el desempleo, pero en Palacio Nacional no se deja de repetir que vamos bien, muy bien si se insiste.
La falta de una verdadera estrategia para combatir la violencia generada por los cárteles del narcotráfico es otra muestra de esto. Lo de “abrazos, no balazos” no ha dado resultados, porque no se han detenido los asesinatos, las masacres y otros delitos relacionados con esto.
Los pocos indicadores que muestran algún avance son mostrados como grandes logros, pero no se reconoce que otros han crecido. Mientras tanto, el presidente sigue con su mismo discurso.
Un botón de muestra más. Luego del “incidente” –según Claudia Sheimbaum– en la Línea 12 del Metro de la CDMX, que costó la vida a 25 personas, las huestes lopezobradoristas digitales salieron a decir que se trataba de un atentado, incluso una senadora –aunque usted no lo crea– dio una conferencia de prensa para ofrecer su gran hallazgo: que hay gente perversa y que pudieron mover la ballena para tirarla –aunque nadie lo viera–, además de que la jefa de gobierno aseguró que se le daba mantenimiento constante a dicha línea, sólo porque la directora del Metro así se lo había dicho.
En Palacio Nacional, un molesto López Obrador dio una breve condolencia a los familiares de los muertos y mostró su solidaridad con Sheinbaum, para después decir “al carajo” cuando se le cuestionó si visitaría a los heridos, pues para él eso de sacarse las fotos es algo de los conservadores.
Pero no hay un reconocimiento de que las ahora autoridades de la Ciudad de México pudieron ser omisas en este tema, en particular luego del incendio en el puesto de control del Metro, de la colisión entre dos convoyes en la estación Tacubaya, de las distintas imágenes que usuarios del sistema de transporte han compartido en redes sociales, como la de lo sucedido en la Línea A por ejemplo, y otros fallos como la falta de servicio de escaleras eléctricas en varias estaciones.
Ningún reconocimiento a una posible responsabilidad o errores cometidos, sólo la búsqueda de a quien culpar o la invención de teorías de la conspiración.
Pero también la oposición no conoce la autocrítica. Pidiendo de nuevo el voto de los mexicanos, postulando a muchos de los que ya fueron candidatos, apuestan más a la falta de memoria de los votantes que a una renovación de sus cuadros y propuestas.
Estar en campaña y no reconocer lo que sucedió en 2018, ni siquiera reconocer los errores cometidos –que ayudaron a que López Obrador llegara a la presidencia–, es una muestra de que los partidos que hoy piden el voto a su favor tampoco conocen la autocrítica.
Así, la autocrítica no sólo es una materia escasa en el escenario político nacional, sino una palabra desconocida para muchos de nuestros gobernantes y aspirantes a serlo. ¿El votante se dará cuenta de esto en la actual campaña electoral?