Lo escribió Vicente Leñero y lo recoge Luvina, la revista literaria de la Universidad de Guadalajara. Era noviembre de 1983; Miguel de la Madrid, presidente de la República y Manuel Bartlett, secretario de Gobernación.
Eran las 22:00 horas de un viernes, el número 369 de la revista Proceso ya estaba armado y listo para circular a partir del domingo. En portada, una foto de Miguel de la Madrid y los siguientes tres textos principales: “EL LASTRE DEL TAPADISMO. A un año de gobierno, no se ha implantado el nuevo estilo de hacer política. / DIAGNOSTICO DE LA WHARTON. El aumento del desempleo, irrefenable. / LA REFORMA UNIVERSITARIA. Rivero Serrano vincula la UNAM al proyecto económico del gobierno”.
Antes de ser impreso, contenía un reportaje de Enrique Maza de apenas dos páginas que Julio Scherer votó porque estuviera en portada y Vicente Leñero optó por el no. Al final, el reportaje no estuvo ni en portada ni en interiores.
“Julio recibió una llamada telefónica cuando estaba a punto de retirarse de la oficina. Enrique Maza había salido media hora antes, satisfecho de la concisión y de la contundencia de su reportaje”, narra Leñero. Antes de salir, el director y fundador de Proceso recibió una llamada, era José Antonio Zorrilla, director de la Federal de Seguridad. El mensaje era conciso, el reportaje no podía salir. Primero, ofreció “un billete descomunal”, luego vinieron las amenazas.
Colgaron el teléfono y Zorrilla se trasladó a las oficinas de Proceso. “Automóviles negros de cuatro puertas, las antenas como periscopios, quedaron estacionados en línea sobre la calle de Fresas. Un ayudante acompañó hasta mi oficina al director de la Federal. Al otro lado de la puerta permaneció el gigante, me contarían mis compañeros. Un segundo agente se ocupó del acceso a la casa. Otros rondaron la calle”.
Zorrilla fue al grano: “no vas a publicar el reportaje”, dijo a Sherer y hablaron por un largo rato. Al salir de la oficina, Julio condujo a Zorrilla a la sala de juntas, bebió una Coca-cola y esperó que llegara Leñero. “—Quiere hablar contigo”, le dijo Scherer.
“—¿Conmigo? —abrí tamaños ojos.
—Habla con él.
—Pero qué le digo.
—Tú sabrás —me respondió Julio con una sonrisa que tenía algo de irónica”.
Leñero fue a la sala de juntas. Ahí, Zorrilla filosofó:
“Zorrilla chasqueó la boca. Puso el vaso de cocacola en el filo de la mesa ovalada que presidía la sala de juntas y empezó a deslizarlo, con las puntas de los dedos, hacia delante, mientras decía:
—¿Sabe lo que les pasa a ustedes? Son como este vaso —filosofó—: caminan rectos, rectos, pero no se dan cuenta de que la realidad se tuerce, como la mesa… ¿y qué pasa?
Zorrilla había llevado el vaso hasta el límite donde la mesa ovalada empezaba a curvarse. Lo impulsó un poco más, en línea recta, y el vaso cayó con el estrépito de un pequeño vaso que se triza en el suelo y derrama el contenido de la cocacola.
—¿Se da cuenta? —me preguntó.
—Sí —dije—, ya entendí”.
Luego vino la amenaza. El director de la Federal de Seguridad preguntó por sus cuatro hijas: “-No deje que les pase nada, señor Leñero… ¿Por qué no convence de una buena vez a Julio y terminamos con esto? Hágame ese favor”.
Leñero salió asustado y contó a Scherer lo sucedido: “No, Julio, no se vale. Este cabrón y el cabrón de Bartlett no se andan con mamadas. Yo me la he jugado contigo desde el golpe a Excélsior por cosas importantes, pero por los pinches sobrinitos de Bartlett de plano no, no vale la pena. Yo ahí sí me rajo. Este amigo va/ —No me digas más, Vicente, no me digas más”, contestó el fundador de la revista.
“—Tú ganas, José Antonio. No vamos a publicar el reportaje”, le comunicó Scherer, quien tuvo que frenar un abrazo pero recibir un apretón de manos.
El reportaje sobre los sobrinos de Bartlett no salió. ¿Qué contenía? El testimonio de María Teresa y Juan Carter Bartlett sobre cómo el entonces secretario de Gobernación usó el aparato del Estado para intervenir en otro país, Venezuela. Los hijos de su hermana habían ingresado a una especie de secta (junto con sus padres), pero luego de que la pareja regresó a México y Manuel Bartlett habló con ellos, los padres decidieron sacar a sus hijos. Ante su negativa, el 1 de noviembre de 1983, la Dirección del Servicio de Inteligencia y Prevención (policía venezolana) allanó el lugar con violencia, sacó a María Teresa, de diecinueve años, y a Juan, de diecisiete, y a bordo de un avión de Aeroméxico, vigilados por un funcionario de la embajada mexicana en Venezuela, fueron deportados.
Al final de su crónica, Leñero recuerda: “En 1985, un año después de que el periodista Manuel Buendía fue asesinado en un estacionamiento, José Antonio Zorrilla dejó la Federal de Seguridad. Fue nombrado candidato a diputado federal por el pri, pero huyó del país. Se le acusó de mantener nexos con narcotraficantes y de ser el autor intelectual del crimen de Buendía. Lo declararon culpable en 1993 y lo sentenciaron a 35 años. Ahí sigue, el cabrón, en la cárcel”.
José Antonio Zorrilla Pérez, sin embargo, fue liberado el 10 de septiembre de 2013, y puesto en custodio domiciliaria debido a su grave estado de salud.
La crónica completa en: luviana.com.mx