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jueves 26 diciembre 2024

Borges y el lenguaje literario

por Germán Martínez Martínez

El escritor Jorge Luis Borges. Fotografía Cordon Press.

Borges rechazaba el purismo lingüístico y el populismo verbal —creer que plasmar el “habla popular” bastaría para hacer literatura. Incluso advertía: “Los mayores peligros del caló (como de cualquier otro lenguaje) son el purismo y la intransigente pedantería. Que discutamos o ignoremos las decisiones de los treinta y seis individuos de la Academia de la Lengua, domiciliados en Madrid, me parece bien; que los queramos sustituir por treinta y seis mil compadritos, domiciliados en el almacén de la esquina, me parece pasmoso […] Felizmente, la disyuntiva es del todo falsa y podemos rehusar con entusiasmo los dos dialectos: el arrabalero o, mejor dicho, el sainetero— y el académico” (1986). En muchos ensayos, a través de su vida, Borges pensó sobre el lenguaje literario.

Elogiaba las obras que traslucían una fuente oral, cuando este rasgo era fatalidad, cuando estaban hechas “con palabras que no están en los diccionarios y que están en las calles” (1986). Borges aseguraba que “el deber de cada uno [de los escritores] es dar con su voz” (1928), es decir forjar un idioma individual tocado por un ambiente determinado: un lenguaje vivo. Pero no confundía cotidianidad lingüística con prosaísmo. Para Borges el lenguaje literario eran palabras trabajadas, provinieran del ámbito que provinieran, porque su idea de creación equivalía a construcción minuciosa —como la de Quevedo, de quien escribió: “sólo un alfarero milagroso pudo amasar en vasija de eternidad” (1925). Conforme avanzaba el tiempo, Borges difería más de las concepciones que confiaban en la representación mecánica del idioma.

El idioma de los argentinos, libro de ensayos de Jorge Luis Borges.

El lenguaje, para Borges, aunque tuviera en sí mismo cualidades estéticas no era automáticamente literario. Sin embargo, según Borges no cualquier trabajo convertía al idioma en literatura. Él consideraba un error: “creer que las palabras ya prestigiosas constituyen de por sí el hecho lírico. Son un atajo y nada más. El tiempo las cancela y la que antes brilló como una herida hoy se oscurece taciturna como una cicatriz” (1925) y más bien sugería “El poeta no puede ni prescindir enteramente de esas palabras que parecen decir la intimidad más honda, ni reducirse a sólo barajarlas” (1925). Curiosamente, uno de los primeros consejos que cualquier escritor conoce es el de evitar la repetición de palabras, como si con ello se consiguiese la buena prosa. Pero, fuera de evitar torpezas, por significado y para evitar afectación es preferible evadir los malabares con sinónimos. Borges no endilgaba la sugerencia de evitar repeticiones: “ese cambalache de palabras no nos ayuda ni a sentir ni a pensar. Solo en la baja, ruin, bajísima tarea de evitar alguna asonancia y de lograrle música a la oración (¡valiente música, que cualquier organito la aventaja!) hallan empleo los sinónimos” (1926).

Borges consideraba que: “La variedad de palabras es otro error. Todos los preceptistas la recomiendan: pienso que con ninguna verdad. Pienso que las palabras hay que conquistarlas, viviéndolas, y que la aparente publicidad que el diccionario les regala es una falsía” (1926). Que las palabras estuvieran en un listado no garantizaba que estuvieran vivas: “Abre el patán y el que no es patán nuestro diccionario y se queda maravillado frente al sin fin de voces que están en él y que no están en ninguna boca” (1928). En este asunto, el criterio de Borges se mantuvo. Décadas después consideraba el recurso del vocabulario multitudinario como defecto estético, “la ostentación de palabras que sólo viven en las columnas del Diccionario de la Academia” (1975).

Según la distinción de Borges entre palabras vivas y muertas —o latentes, en estado de diccionario—, el lenguaje literario no requeriría de un vocabulario vasto. Borges alguna vez lo llamó “la incómoda posesión de un vocabulario copioso”, “un error estadístico” —como en Rabelais—, mientras que “El estilo de Voltaire es el más alto y límpido de su lengua y consta de palabras sencillas, cada una en su lugar” (1988). Sin embargo, como el pensamiento de Borges no era maniqueo, tampoco rechazaba que el vocabulario amplio pudiera funcionar adecuadamente: “George Moore dijo que Kipling era, después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario. Sabía administrar sin pedantería esa profusión léxica” (1988). Entonces, cuando un criterio sutil exploraba la vastedad, según Borges, el conjunto podía funcionar literariamente.

Una de múltiples ediciones de las obras completas de Borges.

En la idea de Borges el lenguaje literario tenía un carácter sonoro. Era idioma potenciado: “La poesía […] favorece las palabras de que se vale y casi las regenera y reforma” (1928). La particularidad de este lenguaje, en buena medida, residiría en su calidad fonética, divergente del lenguaje común: “la poesía es una forma de música” (1979). En varias ocasiones Borges elucidó a qué sonido y energía se refería. Borges se preguntaba: “el famoso verso final del canto V del Infierno: e caddi come corpo morto cade. ¿Por qué retumba la caída? La caída retumba por la repetición de la palabra ‘cae'” (1979). A su parecer, ese fragmento era muestra de que “cuando leemos versos que son realmente admirables, realmente buenos, tendemos a hacerlo en voz alta. Un verso bueno no permite que se lo lea en voz baja, o en silencio” (1979).

Si el lenguaje literario radica en su materialidad sonora, ¿cuál es la musicalidad específica de la literatura, si en algún momento Borges pareció minusvalorarla? Hacia el final de su vida, un comentario sobre la prosa de Macedonio Fernández quizá cifraba la respuesta de ese momento de Borges, quien encontraba en ella “una música involuntaria que corresponde a la cadencia personal de su voz” (1975). Así, ante el dilema sobre si la literatura está hecha con el habla cotidiana o con una expresión ajena al día a día, la observación de Borges era que el idioma de la literatura era un lenguaje vivo, una voz trabajada y encontrada en que la entonación individual era elemento clave.

Fragmento de Borges: una idea de la literatura, ensayo extenso en redacción.

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