lunes 08 julio 2024

Cálculo (y reverencia) de Cristóbal Colón

por Ricardo Becerra Laguna

Cristóbal Colón resultó ser un locuaz y simpático genovés que la pasó diez años persuadiendo reyes, reinas, cortes enteras y comités de eruditos por toda Europa occidental, incluyendo Portugal, Inglaterra, Francia y por supuesto, España. Su objetivo era encontrar financiamiento para lo que él llamó “la empresa de las Indias”, o sea, una ruta de navegación más corta entre Europa y “la noble isla de Cipango” (así le llamaban a Japón) con propósitos comerciales.

Todo esto es muy conocido pero no lo son tanto, los dogmas intelectuales que Colón tuvo que vencer antes de embarcarse en sus tres carabelas. Y no, Colón no tuvo que convencer a nadie que la tierra era redonda: los europeos educados de aquella época no abergaban ya ninguna duda sobre la forma esférica del planeta. Lo que Colón venció, fue la creencia cristiana según la cual nuestra esfera estaba cubierta en su mayor parte por tierra: seis séptimos de tierra firme y sólo un séptimo de agua. Si esto era así, entonces el viaje que da la vuelta al océano del mundo no debía ser demasiado largo.

Sus estudios sobre la ruta de la seda de Marco Polo le informaban que la travesía era por necesidad, más vasta pero saberlo con precisión exigía calcular con la mayor precisión posible la circunferencia de la tierra, ni más ni menos.

Ese cálculo determinría como imposible o como factible la “empresa de las Indias” y el obstinado Colón se afanó en hacer parecer que el viaje sería más corto de lo que varios sabios advertían: si partías del Cabo de San Vicente (en Portugal) para llegar a la costa de China, tendrás que recorrer ¡22 mil kilómetros! Lo que convertía a su travesía en infinanciable. No es de extrañar, pues que nuestro almirante eligiera “otros datos” y otro conjunto de cifras. Y ea fue la fortuna de Colón.

Para eso preparó un informe apoyado en las sesudas deducciones de un teólogo francés, Pierre d’Ailly, que hacían del océano occidental una masa de agua convenientemente pequeña.

Aquí la argumentación que venció dogmas, fijó el tamaño de la esfera terrestre y convenció melodramáticamente a la reina Isabel para entregar los fondos suficientes a Colón:

“La extensión de la tierra hacia el oriente es mucho mayor de lo que admite Tolomeo porque la extensión de la tierra habitable en el lado de Oriente es más de la mitad del perímetro del globo puesto que de acuerdo a los filósofos y a Plinio, el océano que se extiende entre la extremidad inferior de España y el borde oriental de la india no tiene una gran anchura, de aquí se deduce que este mar puede ser navegado en unos pocos días si el viento es favorable de donde se sigue que el mar no es tan grande como para cubrir tres cuartas partes del globo como alguna gente se imagina”.

Sabemos que la conclusión es falsa, pero nadie se imaginaba entonces que entre España y China habría un continente completo, con playas, cordilleras, lagos, planicies, una fauna y una flora inimaginable y sobre todo, poblado de tribus, aldeas, ciudades y grandes civilizaciones. Y esa contingencia inesperada, ese hecho, fue lo que salvó a Colón, porque los cálculos con los que se embarcó -de modo muy aventurado- partían de premisas demasiado ajustadas.

Pero ¿qué gran aventura humana no está sujeta a márgenes de error y a riesgos concientemente asumidos, por la audacia y la voluntad de los grandes descubridores?

Fue gracias a ese cálculo y al viaje que permitió, que las grandes audiencias de Europa, Asia y África estuvieron por fin listas para recibir mensajes sobre nuevos mundos.

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