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jueves 07 noviembre 2024

Cambio de juego

por Pablo Majluf

He escrito aquí que parte esencial del neopopulismo es desarrollar una estrategia de blitz mediático –un bombardeo incesante de drama– que inunde la agenda pública con escándalos y exabruptos, de manera que los medios no puedan responder, que no tengan la capacidad de cubrir todo el estrépito prefabricado, se dividan, y el líder los mueva como cardumen de sardinas.

Para López Obrador fue sencillo desarrollar la estrategia porque su vaudeville matutino avasalla desde muy temprano el ciclo noticioso, y sus granjas digitales lo replican en las redes sociales. Eso le ha permitido devaluar el peso de los escándalos. Si el sexenio de Peña Nieto se acabó con dos crisis, este no sólo capotea varios al día sino los crea intencionalmente. Cada día, desde temprano en la mañana, salen tres o cuatro ramalazos como olas en El Revolcadero. Desde ahí se dicta una agenda hipertrófica que no le permite a nadie respirar.

El pasmo no ha sido exclusivo de los medios mexicanos. Tuvieron la misma dificultad los medios gringos cubriendo a Trump, porque el blitz es parte del manual. Pero en México hay dos agravantes: la mayoría de los medios vive de la publicidad oficial, y hay déficit de periodistas. Además del superávit de escándalos prefabricados, los medios tradicionales están contra las cuerdas atados por el dinero.

Eso cambió con la Casa Gris de Houston, que es un escándalo exógeno y auténtico, resultante de una investigación del portal digital independiente Latinus. El presidente lleva dos semanas furibundo e impotente intentando torear los cuestionamientos sobre el posible conflicto de interés y la opulencia de su hijo José Ramón. La maquinaria propagandística del régimen ha intentado desviar la atención, desacreditar periodistas, cambiar de tema, pero el escándalo permanece. Si el régimen antes empantanaba la agenda y la prensa intentaba cubrirla, ahora la prensa empieza a dictar la agenda y el régimen reacciona. Se está revirtiendo la ecuación.

Escribí aquí también que Carlos Loret fue de los pocos periodistas en entender el juego. Ante la imposibilidad de los medios de cubrir todas las ocurrencias y dislates, en lugar de entregarse inocentemente al prestidigitador, se trataba de hacer tiros de precisión en los temas neurálgicos del mito obradorista: honestidad, seguridad, pobreza. Había que indagar donde reside su legitimidad. Poco a poco, iría causando mella hasta dar en el blanco. La reacción presidencial a esta investigación reveló su talón de Aquiles.

Al escándalo también lo asiste la propia realidad. La economía está estancada, la inflación por las nubes y en aumento, los pobres se apilan por millones, la inseguridad crece, el líder se ve débil y con la salud frágil, comienza una lucha descarnada por la sucesión al interior de Morena y, en lo que concierne al propio periodismo, hay más periodistas asesinados en este sexenio que en cualquier otro, en la mitad de tiempo (Fuente: Segob).

Esto para nada significa que el torrente posfactual emanado desde la presidencia haya acabado. Por el contrario, va a aumentar. Crecerán las mentiras, los ataques, los distractores, en un intento desesperado por recuperar la agenda, pues uno de los axiomas de la demagogia es que crece cuando la realidad aprieta. En esa luz se puede entender el reciente conflicto diplomático con España, un clásico ardid obradorista. El periodismo no puede caer en la trampa otra vez.

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