La mejor campaña electoral basa su éxito en los resultados, sin duda. Los números hablan cuando de evaluar la gestión de un servidor público se trata. Del mismo modo, la palabra “resultados” siempre ha formado parte de las campañas políticas y de las estrategias de comunicación de quienes lograron convencer al elector y pasaron de ser borrachos para convertirse en cantineros.
Señalar los errores de las administraciones nunca ha sido un problema; de hecho, podría considerarse un deporte nacional. Somos cazadores de pifias gubernamentales; unos a nivel aficionado, otros profesionalmente. Incluso, la crítica es parte indisoluble de la democracia, es un derecho y una obligación detectar las fallas en la gestión de nuestros servidores públicos; es fundamental, si consideramos que el señalamiento debería de servir a los gobiernos en turno para medir, como un termómetro, el nivel de satisfacción de su principal cliente: el ciudadano.
Cualquier gobierno ante la crítica, nos indica la lógica, debería dedicar gran parte de sus esfuerzos en corregir las fallas que dieron origen al señalamiento, plantearía posibles escenarios, redefiniría estrategias —cuantas veces fuese necesario—, evaluaría una y otra vez, para que la pifia no se repitiera. A fin de cuentas, el cliente siempre tiene la razón y, en este caso, el cliente, el patrón, es toda la ciudadanía.
Pese a lo dicho, parece que el deseo de gobernar, de servir a los ciudadanos, ha sido superado por la ambición de permanecer en el poder. A estas alturas del sexenio, que terminará en el momento que se cumplan los cinco años con diez meses que marca la ley, podemos decir categóricamente que el tema de gobernar no se le da al partido oficial; lo suyo es la campaña perpetua basada en una estrategia propagandística que de muy poco ha servido, ni siquiera para mitigar, los grandes problemas nacionales.
A diario atestiguamos que la cifra de homicidios dolosos sigue creciendo, así como las desapariciones y los feminicidios; que pretenden transformar la educación en adoctrinamiento; que la ciencia y los científicos son descalificados, como si de un periodo oscurantista mexicano se tratase. Para qué mencionar los evidentes fracasos de esta administración en temas de salud, economía, cultura, política exterior, narcotráfico, impunidad… Incontables son los temas que el gobierno ha dejado de lado a su paso por su triste engolosinamiento con el poder.
“El niño es risueño y todavía le hacen cosquillas”, dice el dicho; y el propio presidente López Obrador en una maniobra electoral que resultó en banderazo de salida de “los juegos del hambre”, bendijo a sus “corcholatas” y las dispuso a promover sus respectivas candidaturas, incitándolos a violar la ley en la materia y olvidarse de sus respectivas ocupaciones.
El tema de fondo es que, desde julio de 2021, cuando el presidente mencionó a Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, entre otros funcionarios como sus posibles “corcholatas” para la elección presidencial de 2024, cada uno de ellos sintió la unción del supremo en su más profunda piel y se dispusieron a dejar para después los pendientes de sus respectivas encomiendas.
En el mismo sentido, el 28 de abril pasado, mientras agradecía en Palacio Nacional la actuación en el debate y votación a favor de la reforma eléctrica, de los diputados de Morena, del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y del Partido del Trabajo (PT), —que perdieron, por cierto— el presidente se dio un lujillo más como “destapador” y ungió al secretario de Gobernación como su posible sucesor —eso sí, fiel a su costumbre: a mano alzada entre los presentes.
Este asunto puede resultar frívolo y hasta podemos colocarlo entre los temas que atañen solamente al partido oficial, pero resulta no sólo aterrador sino ofensivo atestiguar el crudo escenario de la inoperatividad gubernamental mientras el país arde en llamas y nuestros funcionarios dedican los recursos públicos a satisfacer sus ambiciones personales.
¿Bastará la propaganda para garantizar el triunfo del partido oficial en 2024? Esta campaña permanente de los funcionarios incidirá en los resultados de 2024. El próximo cinco de junio se llevarán a cabo elecciones para gobernador en Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas, ¿seguirá siendo suficiente la inercia de 2018 para que la visión netamente propagandística siga expandiéndose por todo el territorio nacional? Los resultados de estas elecciones serán un buen punto de referencia con miras a la contienda de 2024.