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“Para bailar tango se necesitan dos”: la expresión habría de adquirir uso político cuando en 1982, al ser cuestionado sobre la posibilidad de un acercamiento con la Unión Soviética, el presidente estadounidense Reagan se sirviera de ella para condicionarlo a un giro en las políticas de aquel país. Hoy, a la luz de los recientes acontecimientos en Cuba, vale decir que en este caso también se necesitan dos para bailar, aun si la danza macabra que despliega la isla con Estados Unidos parece revestir más bien los aparejos del cha cha cha: tres pasos pa’delante, tres pasos para atrás… y vuelta al inexorable al punto de partida, con los cuerpos separados por la (aquí) insana distancia que impone el Covid 19.

Tracemos los pasos. Uno: en 2009, el presidente Obama se manifiesta dispuesto a un nuevo comienzo en la relación con Cuba. Dos: en 2013, Canadá y el Vaticano posibilitan el primer diálogo entre ambos países en 53 años. Tres: en 2014, Obama y Raúl Castro anuncian un acuerdo de normalización de las relaciones. Cuatro: en 2015, Estados Unidos retira Cuba de su lista de Países Patrocinadores del Terrorismo. Cinco: ese mismo año son reanudadas las relaciones diplomáticas. Seis: en 2016, el presidente Obama hace una visita oficial a la isla y los vuelos comerciales son retomados. Siete: electo Trump, anuncia la suspensión de lo que llama “un trato completamente unilateral con Cuba” y comienza la imposición de nuevas sanciones que hoy suman 200. Ocho: el 12 de enero de 2021 Estados Unidos vuelve a incluir Cuba en su lista de Países Patrocinadores del Terrorismo; una semana después, Biden asume la Presidencia, se erige en esperanza para el mundo entero… pero no para Cuba, cuya relación con Estados Unidos se mantiene a la fecha en el status de la administración de Trump, que no de la de Obama. ¿Mambo? No: tres pasos pa’delante, tres pasos para atrás. Cha cha cha.

Reuters

¿Que qué puede importar la política exterior estadounidense cuando Cuba vive –y hace décadas– una crisis política y de derechos humanos, cuando una dictadura la tiene cada vez más sumida en la miseria, cuando la pandemia le ha llegado al fin al cuello no por falta de vacunas sino de elementales jeringas para administrarlas? De acuerdo a un estadounidense –el muy liberal economista Richard Feinberg, ex asesor de Clinton y miembro de la Brookings Institution– mucho. Es más: todo.

Feinberg recuerda en su libro Open for Business: Building the New Cuban Economy que en la Cumbre de las Américas de 2012, “muchos diplomáticos manifestaron que las décadas de implacable hostilidad estadounidense no habían servido más que para regalar a Castro una excusa para la represión interna”. Fidel, recuerda Feinberg, “dio pruebas repetidas de deleitarse en la relación de antagonismo con Estados Unidos”, y lo mismo habría de hacer su sucesor Raúl, quien “en vez de concentrarse en aprovechar los ofrecimientos de Obama y construir a partir de ellos… prefirió, en su retórica pública, seguir despotricando contra el embargo económico estadounidense como si nada hubiera cambiado”.

Cuba se ve hoy derrotada por la pandemia ante la falta de equipo médico, las pobres condiciones sanitarias, los bajos salarios, la población envejecida y el decrecimiento del turismo, uno de sus pocos medios de captación de divisas. Tras tres días de protestas, ¿qué dice el presidente Díaz-Canel? Que Estados Unidos tiene “una política de asfixia económica para provocar estallidos sociales en el país”: el eterno y oportuno pretexto de la nomenklatura cubana. ¿Y qué dice Biden? Poco. Hace oídos sordos al exhorto del presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso Gregory Meeks a “aliviar el sufrimiento de Cuba con la rescisión de las sanciones de la era Trump y el ofrecimiento de ayuda humanitaria y vacunas suplementarias al pueblo cubano”.

Como en el maratón de baile a muerte de aquella vieja película, Cuba y Estados Unidos siguen danzando. Se necesitan dos.


IG: @nicolasalvaradolector

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