Las rudas, profundas y trascendentes protestas en Chile no sólo tienen en el intento de aumento a las tarifas del Metro su detonador.
Estos días ha quedado en evidencia que existe una inconformidad y hartazgo el cual estaba guardado, pero que era y es parte de la población.
La desaseada y torpe estrategia del Gobierno irritó a los ciudadanos, quienes bajo las circunstancias en las que viven, la decisión gubernamental de retirar la propuesta acabó por servir de nada. La gente ya estaba en la calle, se identificó y percató que dicha determinación echó a andar una toma de conciencia del entorno y de sus propias vidas.
Lo que ha pasado estos días tiene que ver con la realidad cotidiana chilena. De nada sirve que el presidente Sebastián Piñera le pida la renuncia al menos a diez integrantes de su gabinete o que organice reuniones con organizaciones sociales y con partidos políticos.
Los últimos gobiernos chilenos han vendido la idea de que la situación económica del país es estable y hasta boyante. Se creó la percepción de que en comparación con otros Estados de la región, la nación tiene un nivel socioeconómico alto y medianamente estable. Es probable que bajo los indicadores comparativos la información tenga algunas vertientes efectivamente positivas. La cuestión es que si así fuera, ¿por qué la gente está en la calle protestando de manera tan vehemente, e incluso violenta, y más aún por qué se ha dado una movilización tan importante y significativa en todo el país?
Una variable fundamental es la presencia de jóvenes y redes sociales que le dan a la protesta-movilización, vigencia y efectividad; situación similar, salvando las distancias, se presenta desde junio en Hong Kong.
Chile optó por otorgarle de nuevo la presidencia a Piñera. Éste es el segundo periodo del ingeniero millonario, quien con profundo orgullo se asume como de derecha, en contra del aborto y del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Este proceso ocurre casi de manera similar a la llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil. Estos escenarios vislumbraban una revitalización de la derecha, lo cual se ha atemperado con el triunfo de Alberto Fernández en Argentina.
Para que se tenga un referente de lo que pasa y puede pasar en Brasil está para consignarse la amenaza del diputado e hijo del presidente, al asegurar que “puede regresar la dictadura si la izquierda se radicaliza”.
Las sociedades quieren respuestas rápidas a sus innumerables demandas y adversidades. El triunfo de Bolsonaro y Piñera van aparejados; ofrecieron salidas fáciles, las cuales son imposibles y supieron leer el hartazgo social del ejercicio del poder, lo que ahora se les viene es una pesadilla.
Como se están dando las cosas, lo que pasa en Chile puede darse en cualquier momento en Brasil y en algunos países de la región. Lo que particularmente llama la atención en Chile es que se presume que el nivel socioeconómico del país es uno de los más parejos de la zona, a la vez que ha vivido la política al límite saliendo de un brutal dictador.
Bajo esta rápida mirada aparecemos nosotros. De alguna u otra forma el triunfo de Andrés Manuel López Obrador nos colocó un paso adelante, la razón está en que al país le urgía abrir la válvula de escape en todos los órdenes y lo está haciendo; la sociedad fue con su voto.
En el fondo estamos ante cuestionamientos globales que de diversas formas se ven en Chile, Brasil, Bolivia, Perú, Argentina, e incluso México; hay manifestaciones del múltiple hartazgo colectivo.
Si no se construyen nuevos modelos y políticas públicas lo que se está viendo en Chile se replicará en muchas otras naciones del subcontinente, y en esto sobre advertencia no hay engaño.
RESQUICIOS
¿Qué sabe López Obrador que lo llevan a hablar de golpe de Estado? El Presidente debe explicar el porqué de sus expresiones y en caso de que haya bases sobre ello, hoy más que nunca urge la defensa del Estado de derecho y de las instituciones.
Este artículo fue publicado en La Razón el 4 de noviembre de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.