Chumel Torres manifestó que le encantaría que violaran a un sujeto (en el minuto 18:22-23 de su último Pulso de la República). No es la primera vez que el influencer opera con doble discurso: supuestamente “se indigna” con la violencia de género… pero “pide nudes”, aparentemente respalda las pintas y protestas feministas… pero hace bromas sexistas. Y no, su pretexto de que “es humor”, no hace válido que se comporte como cualquier misógino vulgar. Lo más patético de esa actitud es que no deriva de su sincera estupidez, sino de una calculada estrategia de marketing.
El conductor del Pulso de la República tiene varias virtudes, pero una de ellas no es la honestidad intelectual. Como cualquier borrachito de antro, es macho y violentador, pero se disfraza de Social Justice Warrior (SJW), caballero blanco o aliado feminista de ocasión. En palabras sencillas: es un rústico quedabién. Y la tosquedad de su impostura es evidente porque se contradice a veces de un sketch a otro, de una frase a otra, de un minuto al siguiente: hasta para ser farsante, es bastante corriente.
Y esta crítica no implica hate contra el animador. Sin duda que es simpático, exitoso y es, a pesar de todas su fallas, el influencer menos chafa de YouTube. Cuando al Chumel youtuber, chupador, mal vestido y sin filtro, lo reemplaza el de HBO, con libreto, investigación y traje, parecieran el señor Hyde y el doctor Jekyll: uno es agreste por la falta de producción, el otro es un gran producto, por el respaldo de un equipo de profesionales. Se encuentra lejos de ser John Oliver, Stephen Colbert o Jon Stewart, pero en HBO no va por mal camino. Su situación en YouTube es otra. Después de trece temporadas y casi 2.5 millones de suscriptores, Chumel ya debería entender la diferencia entre lo artesanal y lo silvestre. El episodio del lunes demuestra que aún no lo comprende.
Y es que un muchacho tarugo diciendo barbaridades en YouTube es la definición de libro de lo que se hace en esa plataforma. Pero un sujeto de casi 40 años ya no puede alegar juventud para decir idioteces. El dilema de su personaje es que, a diferencia de lo que sugeriría cualquier simplón, el problema no se resuelve con no verlo: lo que Chumel dice en YouTube, cada lunes y jueves, es una referencia para millones de personas en México, si hace una afirmación sesgada, tira odio o emite una opinión ignorante, su impacto es mayor que el de comunicadores de primera línea. Y ahí es donde radica el principal inconveniente de su discurso bipolar: además de carecer de legitimidad para hacerle al fariseo, porque de aliado o SJW sólo tiene la intención de aparentarlo, no abona a la cultura de la paz que tanto requiere México. Su desesperación por parecer lo que no es (y así ganar likes y suscriptores) lo lleva a presentar una narrativa invertida: no busca acabar con la violencia que tanto critica, en realidad intenta que esa violencia la sufran otras personas.
Y hay que insistir en su incoherencia total. ¿O ya se olvidó que le suspendieron la cuenta de Twitter por difundir videos de una pareja de adolescentes teniendo relaciones? Así como se parece al fariseo vano de la parábola, también es el que tira la primera piedra, aunque no esté libre de pecado.
Chumel Torres puede ser un factor valioso para el cambio de México, pero necesita dejar de ser un idiota: cuando se comporta como el lunes, celebrando posibles violaciones, no es más que un Pedro Salmerón o Fernández Noroña del otro bando. Y el país no necesita bandoleros con sombrero de otro color, sino ciudadanos genuinos, que no finjan ser santos, cuando son seres comunes y corrientes.
Más ganaría el ingeniero Torres si fuera auténtico y no simulara lo que no es, si se preocupara más por conectar el cerebro con la boca y se comprara cien gramos de congruencia. En los medios, el país necesita gente crítica y razonable, no payasitos quedabién, falsos aliados o sembradores de odio.