En los últimos años ha habido una efervescencia de la lucha de las mujeres en México contra los abusos y la violencia que padecen diariamente, por el respeto a su dignidad y en reivindicación de sus derechos y su ampliación, lo que ha enriquecido la vida del país.
Sin embargo, ese más que legítimo combate ha sido muchas veces hasta condenado por la forma en que varios grupos de feministas (y hasta ajenos) han subido el nivel de su protestas, que ha sido tildada desde “vandálica” hasta “violenta”.
Una reflexión de mucho más largo alcance sobre ese fenómeno y sobre otros temas polémicos del feminismo, incluso a su interior, es presentado por Martha Lamas en su más reciente libro, Dolor y política. Sentir, pensar y hablar desde el feminismo (México, Oceáno, 2021).
“Si bien me emociona la politización de miles de jóvenes que han desplegado, como nunca antes, sus anhelos y denuncias con dolor y rabia, me inquieta que sus expresiones sean criminalizadas sin ningún intento de comprenderlas y me preocupa que estas protestas legítimas y dolidas pierdan eficacia política, que puedan resultar contraproducentes o que no logren articularse ni generar alianzas que las fortalezcan”, escribe Lamas en su libro.
Acerca de Dolor y política charlamos con Lamas (Ciudad de México, 1947), quien es doctora en Antropología por la UNAM y ha sido investigadora del Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM y profesora en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y en el Departamento de Ciencia Política del Instituto Tecnológico Autónomo de México.
Lamas se integró al movimiento feminista desde hace medio siglo; fue fundadora de la revista fem y después directora de debate feminista. Autora de al menos ocho libros, ha colaborado en publicaciones como La Jornada, Nexos, Revista de la Universidad de México, Proceso y El País. Como activista, es fundadora del Grupo de Información en Reproducción Elegida y del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir. Ha recibido los premios Pen Club por trayectoria periodística, y el Nacional por la Igualdad y la No Discriminación, otorgado por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué un libro como el tuyo, en buena medida sobre los conflictos y las dificultades que provocan la diversidad y la pluralidad en el interior del feminismo?
Martha Lamas (ML): Primero, por una necesidad personal: yo necesitaba decir estas cosas. Es un libro que escribí entre abril y de octubre de 2020; mi hijo estuvo en el hospital en abril, y yo iba diariamente a cuidarlo y sentía que me iba a contagiar de Covid-19 y que me iba a dar muy fuerte.
Cuando salimos del hospital me entró la necesidad de contar, y para poder hacerlo debía hablar de lo que llamo “pensar la época”, tratar el tema de la violencia, de cómo veía yo lo que había estado pasando en los últimos años y que, de refilón, me tocaba en mi experiencia personal.
Es un libro poco pensado en el sentido de profundizar en los temas que yo trabajo: no es sobre el tema de la legalización del aborto, sobre el que tengo mucha información. Hay muchos asuntos que están pasando en el país, entre ellos la violencia, que yo no trabajo académicamente, aunque me importa como ciudadana y como feminista. Pero no es un tema del que yo haya escrito antes.
Para mí fue como poner en palabras el marco desde donde yo estaba queriendo contar lo que me había pasado, y porque me identifiqué en muchas ocasiones con la mezcla de dolor y política que yo veía que estaban atravesando muchas compañeras feministas de distintas procedencias, edades y condiciones étnicas.
También, al principio del libro le doy las gracias al grupo de amigas que nos hemos estado reuniendo, leyendo y discutiendo porque, aunque un libro se escribe individualmente y así se firma, también es producto de un pensamiento colectivo. Mucho de lo que pongo aquí es resultado de esos encuentros.
AR: El contexto de buena parte de las reflexiones del libro es el neoliberalismo. ¿Cómo ha influido, o hasta contaminado, al feminismo? Me llamó la atención, por ejemplo, el señalamiento que al respecto haces sobre el empoderamiento, ahora muy usual, y que tú prefieres hablar de emancipación.
ML: Me apoyo en varios autores, entre ellos una politóloga que me encanta, Wendy Brown (quien es pareja de Judith Butler, pero me gusta más que esta), que dice que lo que hace el neoliberalismo es introducir una racionalidad, una manera de entender, de sentir, que tiene que ver con la subjetividad.
También Nancy Fraser habla de cómo, de alguna manera, el feminismo se ha vuelto en una especie de sirvienta del capital por muchas de las demandas de este feminismo empresarial. Por eso el tema del empoderamiento es de las mujeres que buscan su propia solución.
En México hay una variación: he visto compañeras feministas muy comprometidas en las comunidades indígenas y que hacen talleres de empoderamiento. Esos talleres son más en el sentido de lo que hablaba Fernando Savater del amor propio: asumir tu proyecto, tu vida, más que la idea del empoderamiento como llegar a posiciones de poder, no por el poder en sí mismo sino por ejercerlo individualmente y no como parte de un proyecto.
A la hora de hablar de la época, no puedo hablar de la que me ha tocado vivir sin hablar del capitalismo en su versión actual, de la modernidad tardía que significa el neoliberalismo.
Entonces me sirvió mucho el pensamiento de Brown, de Fraser y de Chantal Mouffe para poner mis coordenadas teóricas de por dónde me quería mover para después desembocar en una anécdota personal. Pero esta se enmarca en lo que estamos viviendo en este momento, que atraviesa la subjetividad de todo mundo, no solamente de las feministas, que es este momento de mercantilización, de malestar sobrante y de violencia, que va in crescendo y que parece que no tenemos manera de enfrentar.
AR: ¿Qué características han adoptado en México los feminismos? Mencionas que atraviesan diferencias como las clases sociales, la pertenencia étnica y hasta factores geopolíticos.
ML: Lo que hay son campos de intervención y formas de organización. Creo que la mayoría de los feminismos en México comparte una perspectiva anticapitalista y antirracista, pero hay unos que eligen trabajar en las organizaciones no gubernamentales y asociaciones civiles, mientras que otros prefieren hacerlo con comunidades de base y algunos otros se interesan por la real politik y se meten en un partido.
Creo que hay muchas más vertientes del feminismo, pero las características de este momento es que es anticapitalista, antirracista y antipatriarcal. Considero que casi todos los grupos lo asumen, pero puede que el feminismo empresarial, que también existe, sea el que se desmarque más de ello.
AR: Y allí entra, creo, la corriente del llamado posfeminismo.
ML: El posfeminismo fue un momento en el que se encuentran muchas de las tendencias. Hay mujeres que tienen la idea de que es lo que viene después del feminismo.
Pero es distinto cuando en la academia hablas de posfeminismo a cuando se hace en la cultura popular o cuando las personas dicen “pos” como lo que ya pasó. Es simplemente otro momento que se caracteriza por el uso de las tecnologías de la información, el que ha hecho que las jóvenes feministas puedan convocar a una acción política en la mañana para verse a las cuatro de la tarde en el Ángel. En nuestra época nosotras convocábamos a manifestaciones en teléfonos de disco, y estaban ocupados, no encontrabas a las compañeras y nos tardábamos cinco o seis días en llamar a alguna movilización. Ahora, la velocidad que mete el internet es una de las características de este momento posfeminista.
AR: En otra parte del libro se habla sobre la rabia, acerca de la ira. Se discute cuál puede ser el impacto positivo que puede llegar a tener. ¿Cómo aprecias hoy, en ese sentido, las expresiones de rabia de las mujeres? ¿Cuál ha sido su resultado positivo? ¿O ha sido contraproducente?
ML: No puedo generalizar; me cuesta mucho trabajo. No es algo así como “las manifestaciones de las mujeres”, sino algunas de ellas. El trabajo que, por ejemplo, hicieron las mujeres organizadas de la Facultad de Filosofía y Letras logró cambios importantes en el Estatuto de la UNAM y en muchos aspectos. Allí sí veo que fue productiva.
Pero también tuvo consecuencias muy duras en términos de destrozos. Siempre un movimiento político que usa la violencia como un instrumento para darse a conocer, para protestar, para sacar su rabia, obtiene avances pero también provoca destrozos. Hay movimientos que han ganado al expresar su rabia, y hay otros que, al expresarla, también han provocado resultados extraños.
No creo que sea una u otra situación, sino que se pueden dar simultáneamente avances, ganancias y, también, no tanto retroceso sino consecuencias negativas. Me parece maravillosa la actitud de las mujeres de Filosofía y Letras que se sentaron a discutir con las autoridades, que hicieron un pliego petitorio, que protestaron e hicieron un paro, pero la manera en que dejaron destrozos tras estar viviendo adentro (como cuenta el texto de Marisa Belausteguigoitia que cito, que refiere cómo fueron destruidas las computadoras) me parece el lado negativo, el exceso de un proceso que había sido muy bueno e interesante.
Pienso que esa rabia sí logró cambios en la universidad, como el nombramiento de una comisión para la igualdad, el cambio en el estatuto y cierta conciencia. Así, en la UNAM hay en este momento mucho cuidado con los temas de género.
La protesta es fundamental, pero si se lleva al extremo en una universidad pública y, por la rabia, se destrozan computadoras, es como darse un balazo en el pie porque es una escuela que está dando educación gratuita.
Yo veo los dos aspectos al mismo tiempo: es positiva e importante la protesta para sacar la furia pero, al mismo tiempo, hay hechos que lamento.
AR: Se argumenta para justificar actitudes agresivas que con ellas se visibiliza la lucha feminista, y que es cuando los medios entonces sí la atienden. ¿Cómo has observado la cobertura de los medios?
ML: Es cierto. Hace cinco años, cuando empezaron las marchas feministas, nadie peló la “primavera violeta” como luego sí lo hicieron cuando le echaron la diamantina rosa al jefe de Policía.
Sí creo que lo mediático jala prensa; lo vi en mis amigos editorialistas, intelectuales que, con los destrozos, empezaron a preocuparse por el tema y a escribir sobre él.
Como dice el documento de Dalia de la Cerda que cito: “Yo no soy Ayotzinapa. ¿Por qué ustedes pueden protestar como se hizo por los 43, y por nosotras las mujeres no hay una protesta similar?”. Pensemos que las muertas de Juárez empezaron a aparecer públicamente en 1993, y siguieron las de Ecatepec, y fue in crescendo, pero no había una respuesta de la manera que la hubo con las últimas marchas.
Donde hubo un cambio fundamental fue en 2018-2019, con marchas en las que ya hubo destrozos, cuando se empezó a hablar de vandalismo y todo eso.
Pero creo que fue llamar la atención porque los medios siempre se van por la nota. ¿Cuál era? Aventarle diamantina rosa al jefe de la Policía. ¿Cuántas veces las chicas habían denunciado que había policías que violaban? Y eso ya se sabía: una veía una patrulla y le huía, no te acercabas a pedir ayuda. ¿Por qué nunca nadie había escrito sobre eso y nunca había hablado del tema, hasta el día en que unas chicas rompieron una puerta de vidrio y echaron diamantina? Eso se volvió nota.
Lamentablemente así es como funciona: con las marchas tranquilas no se pelaban las denuncias de la manera con que se ha hecho cuando van acompañadas de actos espectaculares.
AR: ¿Hasta dónde se puede llevar la violencia? En el libro haces también una cita muy interesante de Leticia Cufré: “La violencia también se puede convertir en un chaleco de fuerza para no pensar”.
ML: Mucha de la violencia no sólo es de las feministas. Dicen que sabe más el diablo por viejo que por diablo: yo llevo muchos años de ir a marchas, y siempre se nos colaban grupos de anarcos y provocadores. Nosotras sabíamos que en nuestras marchas iban a llegar unos cuates que a veces eran de Antorcha y de otros grupos.
Hay que entender el contexto político: creo que ha habido también una operación política para ir contraponiendo el feminismo a la 4T. Los desmanes y los destrozos abonan a una situación de polarización política que no es de que sólo las chicas van y pintan una estatua. Que lo hagan me parece hasta divertido, y me preocupa que rompan las computadoras en la universidad. Es un problema que siempre veo con matices: no es como “pintura sí, destrozos no”, sino que hay que ver el contexto y qué es lo que hay.
Para mí, que pinten los monumentos me parece un testimonio histórico de lo que está pasando, y es hasta padre ver pintas y otras expresiones en la calle. Pero el destrozo de aparatos en una universidad, en un espacio de conocimiento, para aprender, me parece que va contra las propias chicas.
Yo voy diferenciando: qué me parece desafortunado o contraproducente, y qué me parece que puede ser benéfico. Considero que las marchas y las últimas movilizaciones sí han sido muy productivas para dimensionar el problema y para mostrar cómo toda una sociedad está muy preocupada por la violencia.
También es cierto que en la marcha del año pasado hubo mucha gente que jamás había ido a una marcha feminista y que llegó a marchar contra la 4T, en concreto contra Andrés Manuel, y eso se veía en las pancartas que llevaban. Es muy difícil la pureza: todo se contamina políticamente.
AR: Relatas las polémicas en que has estado involucrada, como las referentes al comercio sexual, por tus críticas al neoabolicionismo y lo que ocurrió con tu libro sobre el acoso. ¿Por qué se han dificultado el diálogo y el debate al interior de los feminismos? Llegas a decir que a veces incluso no se debe a posturas teóricas ni político-ideológicas, sino en ocasiones hasta por motivos personales.
ML: Hablo de las fronteras identitarias como los procesos en los que las personas ponen divisiones no tanto porque haya una diferencia política de fondo, sino porque en un grupo está fulanita y en otro está menganita, y ellas dos no se llevan por lo que se está con una o con otra.
Yo no soy monedita de oro para caerle bien a todos, pero hubo gente que no leyó mi libro sobre el acoso y simplemente corrió el rollo de que yo avalaba la postura de los acosadores. Cualquier persona que lo haya leído sabe que esa no es mi postura, pero soy una figura que genera controversia y rechazo. Para muchas jóvenes soy una pinche vieja que lleva no sé cuánto tiempo en el rollo, y además soy blanca, burguesa y académica.
Lo que pude comprobar es que tenían la idea de que en ese libro yo criticaba a las chicas que hacían la denuncia y que yo apoyaba a los acosadores. Pero lo que yo critico es que no podemos irnos simplemente por la palabra de una persona: las mujeres somos seres humanos, y como tales también hay quienes mienten y engañan. Por ello hay que tratar de tener cierta institucionalidad con problemas tan graves como el del acoso, por lo que debe haber protocolos y una investigación. Pienso que el debido proceso es un triunfo civilizatorio, y para mí las denuncias públicas anónimas meten muchas dificultades y complicaciones en términos de justicia.
Hay quienes discrepan de esa postura y está muy bien que lo hagan después de haber leído el libro, pero hay otras que no lo leyeron y que disintieron al grado de convertirlo casi como en un anatema: “No leas ese libro porque es en contra de las mujeres y del feminismo”. Eso es lo que está pasando ahora con las dinámicas de las redes y de los anonimatos.
Eso pasó, y entendí por qué hubo incidentes; ahora sí que hay que darle tiempo al tiempo; a la mejor en algún momento algunas de esas mujeres se decidan a leer el libro y sabrán que mi postura no es la que se dijo, y verán que compartimos mucho más que lo que ellas se imaginan.
Pero así ocurre: cuando una escribe algo, no puede controlar su recepción. Ni siquiera creo que vayan a leer este libro porque ya me tienen tachada.
Es muy raro: las discusiones políticas a las que yo estaba acostumbrada hace 30 o 40 años partían por conocer bien la postura del adversario, y no simplemente de imaginar su postura. Si querías discrepar de alguien sabías lo que había dicho y tenías un fundamento de por qué estabas discrepando. Ahora, creo que mucha de la discrepancia tiene que ver con las fronteras identitarias, con la razón arrogante, con el “no te escucho”, con el “te cancelo” y ese tipo de dinámicas.
AR: En ese sentido haces una crítica a la política de la identidad, al esencialismo, al que llamas “mujerismo”. Estas posiciones son muy cerradas e intolerantes.
ML: El feminismo surgió reivindicando la identidad de mujer, que estaba subsumida en el tema del Hombre (con h mayúscula): “Los avances del Hombre”, por ejemplo, cuando eran de la humanidad y no nada más del hombre.
Entonces, en un principio el feminismo reivindicó la cuestión de qué es ser mujer y su identidad como tal; pero luego, en vez de decir “ya entendimos que hay una identidad específica que se construye con el tiempo” y que, como dice Simone de Beauvoir, “no se nace mujer sino se llega a ser mujer”, como que se atoró el debate. Así, en vez de avanzar en el sentido de que si no naces mujer sino que te conviertes en ella, ocurre lo que le está pasando a las trans: nacen como machos biológicos pero se sienten mujeres y quieren asumir esa identidad, pero hay grupos de feministas que están totalmente en contra de la cuestión trans y hasta plantean que sólo eres mujer si menstruas.
El feminismo trató de sacar esa discusión de la biología y de decir que lo que nos hace mujeres son otros aspectos que podemos transformar; pero ahora, en vez de alejarnos de la biología, hay una tendencia de volver a amarrar la identidad en ella. Así, se entiende de una manera muy descriptiva pero no de forma constructiva; no se comprende que las identidades se van construyendo en nuestro inconsciente e históricamente y van cambiando.
Es una discusión muy extrema, totalmente extraña porque se aleja de todo lo que ha sido una de las intenciones importantes del feminismo: quitar las esencias.
AR: Otro elemento que llega a contaminar las discusiones es el moralismo, como lo muestra el capítulo sobre la prostitución y el neoabolicionismo, que se ha expresado incluso en gobiernos de izquierda como los de España y Argentina. Hay una parte donde dices que acusar es una forma de evadir la responsabilidad propia.
ML: Vivimos en una cultura de raigambre judeocristiana y hay una doble moral fuertísima respecto a las cuestiones de la sexualidad para las mujeres. Eso lo veo presente en las políticas públicas, en quienes se resisten a legalizar el aborto, en lo que hay un fondo muy moralino, muy de “si se embarazó, que asuma las consecuencias”.
El tema de las trabajadoras sexuales me importa mucho porque no las escuchamos. Además, en un modelo capitalista y en una sociedad mercantilizada como la nuestra, no permitimos que se vea su trabajo como uno que requiere, igual que todos, reglas y derechos para que no haya niveles de explotación o de abuso, por lo que es necesario regular ciertos aspectos.
Esa discusión es paradigmática del moralismo: es el tema de tener mujeres divididas en decentes y putas, lo que debemos ir cambiando y pensar de otra manera. Pero, por lo visto, debo estar muy desfasada de la realidad porque no veo que se esté pensando en qué implican los intercambios de sexo por dinero, porque sí se aceptan por regalos, por anillos de matrimonio y muchas otras cosas, pero no por dinero. Las trabajadoras sexuales son, en ese sentido, mucho más claras de que su trabajo vale tanto y no es una cena o un viaje.
Es un tema en el que me siento muy desfasada porque a nadie le importan estos asuntos más que a las propias trabajadoras, ni tampoco veo que los intelectuales ni los partidos políticos estén pensando en los grados de injusticia y de desigualdad que conlleva la manera en que está legalizado el comercio sexual en nuestro país. Por ejemplo, si se trata de mayores de 18 años lo pueden hacer si es voluntario, pero todo el sistema penal está organizado para considerar lenocinio cualquier forma de organización del trabajo que las apoye. Entonces, si una chica quiere trabajar desde su departamento y necesita que esté su hermano, su pareja o una amiga en el otro cuarto por si el cliente se pone loco, a esa persona que la ayude la van a acusar de tratante o de lenón.
El moralismo tiene consecuencias legales de una dimensión impresionante.
AR: El país ha vivido un proceso democratizador. ¿Cómo se ha vinculado el feminismo con él? En el libro se habla, por ejemplo, de las que llamas “feministas de la gobernanza”, aquellas que incluso han alcanzado cargos públicos.
ML: Tenemos feministas de la gobernanza, que son las que han estado en loa partidos políticos, en el gobierno, y entre ellas hay gente muy destacada que ha aportado muchísimo, que ha hecho, por ejemplo, el proceso que se llamó “Avancemos un trecho”, de que hay que caminar juntas, y se unieron las mujeres del PAN, del PRD, del PRI y de los demás partidos para acordar qué podían impulsar.
Sí ha habido algunos procesos que han hecho algunas ONG importantes, como Mujeres y punto y el Instituto Simone de Beauvoir, que han buscado la articulación de alianzas con mujeres de distintos partidos porque hay ciertos temas que nos unen y habrá otros que no. Uno de los primeros que ha tenido un éxito impresionante es el de la paridad, que no fue uno de los temas que yo impulsé pero que se ha conseguido. Se empezó pidiendo cuotas para mujeres y luego se brincó a la paridad, la que ahora está instaladísima en la legislación electoral y de otros tipos. Ese es un triunfo de las feministas de gobernanza en México, metidas en los partidos y en lo que era el IFE y ahora es el INE.
Pero allí se ve claro: la paridad es el gran triunfo, y ves cómo ciertos feminismos han luchado por ella porque consideran que tener mujeres en lugares de toma de decisiones implican cambios en dirección de una mayor democratización y de cierto tipo de políticas públicas.
AR: En el libro hay una parte importante que va contra el espontaneísmo, y en la que reivindicas la teoría. ¿Cuál es la importancia de conocerla para enriquecer las luchas feministas?
ML: Hago una gran reivindicación de la teoría, pero no quisiera que se confundiera porque hay gente que, sin haber leído teoría, tiene una mirada política y que sabe captar la esencia de un momento y ponerla en acto. Si no, parecería que todos los que hacen política deberían saber teoría.
A las feministas que yo conozco, que son urbanas, universitarias, las chicas de Filosofía y Letras y de Ciencias Políticas de la UNAM, sí les reclamo que deben usar la teoría. No lo haría así con las feministas indígenas, aunque hay muchas que la utilizan y que están en la punta de la discusión.
Pero hay que entender que la reivindicación de la teoría es básica si va vinculada con la práctica: las dos se tienen que alimentar. Puedes encontrar feministas muy teóricas que, al no haber tenido una práctica y no haber salido a la calle, al campo, no saben lo que están discutiendo las personas en sus espacios (sindicales, educativos, partidarios, etcétera). Esa teoría que desarrollan, si no está vinculada con la práctica, no va a ser productiva.
En este momento reivindico mucho la teoría porque veo que hay mucho activismo en la práctica: las chavas salen y ponen el cuerpo, se pelean, hacen una pinta y bla, bla, bla. Pero ese activismo no va en mancuerna con la teoría, y es donde extraño a esta.
Entonces hay que juntar teoría y práctica: hay feministas muy teóricas que no tienen praxis y no pueden potenciar lo que piensan por esa desvinculación, y hay mucho feminismo activista que, al no nutrirse de la teoría, no pueden interpretar cabalmente muchos asuntos que están pasando, por lo que no están pudiendo armar la propuesta política y su articulación.
Y hay un grupo de mujeres que está en la teoría y en la práctica. Son las que yo veo que han podido ir avanzando con la agenda en temas muy puntuales.
AR: Haces un llamado a extender las luchas feministas, y propones dos temas que pudieran parecer extraños al vincularlos con los feminismos: el el maltrato contra los animales no humanos y el ecocidio. ¿Cómo los relacionas?
ML: Se habla mucho del feminismo y de que se tiene que articular con otros movimientos. Eso se lo he escuchado a muchas feministas, y el ejemplo más impresionante que tenemos ahora es el que pasó en Argentina con la legalización del aborto. Es el país del papa, y que hayan podido sacar dos millones de personas a la calle en una manifestación se debió a que supieron y pudieron articular su trabajo con sindicatos, grupos de derechos humanos, estudiantes, etcétera. Eso es como un conocimiento que se tiene en el feminismo: es muy importante la articulación con luchas diversas.
Asimismo, el libro se lo dedico a Liliana Felipe y a Jesusa Rodríguez; Liliana es una animalista convencida, y hemos hablado mucho de que a esa lucha se le ha dado muy poca visibilidad dentro del feminismo mexicano.
A nivel internacional hay una corriente del feminismo que vincula muy claramente la lucha por la defensa de los animales con muchas otras luchas, y eso se vincula con el tema del medio ambiente. Es decir, nosotros y los animales somos seres que compartimos el mismo medio ambiente, y hay un nivel de destrozo y de violencia brutal contra este.
Quienes tienen esto más claro son los pueblos originarios y las comunidades indígenas que están luchando por la defensa del territorio y de los recursos naturales.
Para mí todo eso es parte del mismo enroque. Si queremos una transformación radical, debemos dejar de pensar solamente en los seres humanos, tenemos también que pensar en los animales y en el medio ambiente.
Eso sería abrir nuestra mirada: las feministas ya no podemos pensar sólo en mujeres, sino que tenemos que pensar también en los hombres y en las personas con identidades diferentes, en los animales, en el medio ambiente y en la naturaleza.
AR: Al final del libro dices que has pensado en el papel del feminismo para poder hacer avanzar una política de izquierda y para radicalizar la democracia. ¿Cómo lo imaginas?
ML: No sería sólo desde el feminismo. Radicalizar la democracia, como lo plantean Laclau y Mouffe, significa que distintos grupos que sostenemos causas fundamentales seamos capaces de sumarnos a otras reivindicaciones.
La radicalización de la democracia es pensar en una sociedad diversa, como México, con problemas de desigualdades de muchos grupos, no solamente de las mujeres. Tenemos que armar esa articulación y radicalizar nuestra propuesta. Si yo nada más voy a hablar del aborto, que es específico de las hembras humanas, y no me doy cuenta de que hay personas con discapacidad, ancianos, personas que están viviendo agresiones, que en este país no es lo mismo ser güerito que ser moreno, pierdo toda la diversidad que ofrece hace la mirada interseccional. Si queremos transformar el sistema social, lo tenemos que hacer con una articulación entre las distintas luchas.
Para mí la radicalización de la democracia pasa por la capacidad de quitar el asunto de “yo y mi lucha”, y ser capaces de decir “nosotres, todos los grupos, en una lucha por un mundo distinto”.