Una herramienta usada con frecuencia para dividir una sociedad y crear grupos de personas que, al oponerse a un orden determinado, deberían ser marginados o incluso eliminadas, es recurrir a las teorías de la conspiración. Hablamos de relatos que se basan en tres elementos. Primero, un Estado ideal basado en tradiciones y valores comunitarios. Segundo, un grupo que encarna la maldad, que desea destruir a la sociedad, atacando sus tradiciones y valores. Tercero, la necesidad de perseguir lo que es visto como ajeno, y en casos extremos hasta exterminarlo.
Como resultado, el considerado “otro” es relegado a guetos o excluido de la vida comunitaria por sus diferencias. Sin embargo hay momentos donde se les puede degradar, perseguir o hasta exterminar sin remordimiento, porque según la teoría de la conspiración vigente ellos de todas formas estaban pensando en dañar a la sociedad.
En el fondo estas teorías abonan al miedo natural al cambio social. Por ejemplo, los Protocolos de los Sabios de Sion hacían ver a los judíos como agentes del capitalismo y el cambio en las relaciones sociales. Los terratenientes y estamentos divulgaron la obra, pues eran los grupos perdedores en el proceso de transformación. Políticamente hablando este implica entre otras cosas atentar contra valores democráticos como la tolerancia y en casos extremos se llega al colapso de las democracias.
Ha surgido en las redes sociales una nueva variante de las teorías de la conspiración: quienes critican a la Cuarta Transformación no lo hacen con argumentos o razones, sino que son racistas o temen perder sus privilegios. Tenemos el elemento disruptivo de un orden que, para ese grupo, debería ser marginado; pero esta vez no por una condición racial o de grupo, sino por un estado.
¿Hay racismo y clasismo en algunos o muchos memes o comentarios en redes sociales? Lamentablemente, sí. Pero reducir la crítica a un ataque motivado por el clasismo o el racismo no sólo es falaz, sino que alimenta el fanatismo, permite la desacreditación fácil y podría provocar agresiones.
En un entorno donde el interés de un líder es movilizar emociones antes que argumentos, es necesario identificar las falacias y desarmarlas. Lo peor es combatir fuego con fuego.