Hace 30 años por estas fechas, yo apenas rebasaba los veinte. Era estudiante pero en aquel tiempo, sobre todo, era un integrante del CEU. Era, digo, porque en esos días fui expulsado del Consejo Estudiantil Universitario -se trató de una especie de ajusticiamiento- debido a mi oposición a la huelga que meses atrás ocurrió y que en efecto derribó el paquete de reformas propuesto por el rector Jorge Carpizo, lo cual significó el acuerdo del Consejo Universitario para organizar un Congreso, que se llevó a cabo tres años después, en 1990.
Fue un viernes en un cubículo de la ENEP- Acatlán, en la tarde, como a las seis. Yo no supe y por ello no tuve oportunidad de defenderme, nada más tres compañeros me impidieron entrar al cubículo en la noche cerca de las nueve. Pero al otro día temprano sí fui, porque el turno matutino refrendaría la decisión. Ahí estaba Luis Alberto Alvarado arengando en mi contra por ser reformista y seguir el juego a las autoridades que pretendían instalar en la UNAM el plan del Fondo Monetario Internacional; Luis Alberto Alvarado era famoso pues había participado en el diálogo público entre la representación del CEU y la Rectoría. Aun recuerdo las miradas de odio de varios compañeros que, al grito de fuera, fuera, no querían que yo hablara, pero lo hice, claro está, a gritos. Hablé del diálogo, de la posibilidad de los acuerdos como reto de la política y, por supuesto, de la izquierda tradicional, primitiva. Miré a Luis Alberto y aproveché algunos instantes de silencio para decirle que él era la representación de aquellos gusanos que viven de comer cadáveres y que luego se comen entre sí: “eres como un gusano” le dije, que cuando no tengas que comer morirás de hambre. “Ese es el nivel de tu intolerancia”, no se me olvida.
Luis Alberto Alvarado se suicidó un tiempo después, según me dijeron, con un balazo en la cabeza.
Hace treinta años por estas fechas, yo estaba muy triste a lado de Lucy, la mamá de dos de mis hijos. Íbamos rumbo a la Facultad de Filosofía, a una reunión de la corriente hegemónica del CEU. Entramos y nos enfilamos hasta el final del salón. Claudia Sheinbaum habla de los retos que tenemos frente al Congreso, sobre todo ser propositivos y tender puentes con los otros actores, trabajadores y profesores. Luego dice que para ello el CEU necesita un cambio generacional pero que en algunas escuelas eso ya no era posible porque personas como yo habían sido expulsadas. Me mira enseguida y establece una defensa de mí que incluso ni mis propios compañeros y amigos hicieron. Menciona algunas de mis cualidades y expresa su solidaridad conmigo. Lucy y yo nos quedamos al final de la reunión para agradecer sus palabras y ella nos dio un aventón en su viejo Volkswagen blanco. Esa fue la única vez que platiqué con ella y nunca más la volví a ver salvo hace unos meses cuando, con motivo de una reunión en Ciencias Políticas, muchos nos reunimos para recordar el aniversario de la gesta estudiantil. Yo fui quien se acercó a Claudia y ella correspondió al saludo, recelosa claro, y yo lo comprendo, a nadie le gusta que critique a su partido y a su dirigente, y menos como yo lo he hecho. (Estoy casi seguro de que la actual jefa delegacional de Tlalpan no recuerda esa solidaridad suya que tanto significó para Lucy y para mí).
Desde hace treinta años le guardo respeto, admiración y gratitud a Claudia. No la volví a ver, ya lo dije, pero sí seguí su carrera y mantengo ese respeto y admiración más allá de que no coincida con buena parte de sus definiciones en relación con Morena y su dirigente, ni ella ni yo tenemos porqué pensar igual. Resalto su profesionalismo y disiento de la asociación que se hace desde la política más baja, entre ella y los errores de quien fuera su esposo, Carlos Imaz. Es una mujer honesta, inteligente y comprometida. Ahora pretenden defenestrarla por ser funcionaria y estar en la UNAM; para mí no hay transgresión legal ni ética.
Pienso lo mismo que muchos en la Ciudad de México. Es muy probable que en las próximas elecciones gane Morena. Me gustaría que la elección interna, la encuesta o la elección de su líder principal se incline en favor de Claudia Sheinbaum. Lo expreso así, claramente, porque estoy seguro de que la transparencia con los lectores es un imperativo profesional y ético, y además porque no quisiera que fuera Jefe de Gobierno Martí Batres y menos, mucho menos, Ricardo Monreal. E insisto, la política explora los senderos de lo deseable y dentro de ello de lo posible.
En 1987, por encima incluso de la dirigencia del CEU que calló frente a la purga en mi contra Claudia acudió puntual al imperativo ético contra aquellos actos primitivos. Poco más de treinta años después yo también acudo a un imperativo ético (y con ello además expreso mi gratitud): simpatizo con ella como próxima jefa de gobierno aunque no estoy muy seguro de que a ella le guste leerlo, y es que ya ustedes ya lo saben, para esa izquierda, como hace treinta años, soy parte de la mafia en el poder. Y eso, si ayer no me interesó, ahora de viejo menos.