El miércoles 27 de noviembre de este menguante 2024 murió el artista Claudio Isaac. Había nacido en la Ciudad de México en 1957 y fue conocido como pintor y, sobre todo, como documentalista. Aunque publicó novela y poesía fue menos difundida su obra como escritor. Una fotografía de Pablo Soler Frost en redes sociales me hizo regresar a un libro de Isaac que disfruté hace años: Luis Buñuel: a mediodía (2002). El documentador del cine mexicano Emilio García Riera anotó para la contraportada que el de Isaac sería “el único retrato escrito vívido de Buñuel que he leído”. A su vez, el cuentista Augusto Monterroso escribió que el libro estaba “escrito en el tono justo”, lo que es acertado, pues se trata de prosa nítida con el objetivo de comunicar hechos y circunstancias que dibujan tanto a Buñuel como al autorretratado Claudio.
Luis Buñuel: a mediodía está compuesto por viñetas —que no abundan en cada asunto, pero son generalmente incisivas— o, como anotó el mismo autor “son, para mí, recuerdos afectivos”. Los trazos de Isaac resultan una ventana si no a Buñuel sí a la vida a su alrededor. Así es posible asomarse a su sordera selectiva, a un Buñuel juguetón y hasta a la curiosidad de un último encuentro con el cineasta Alberto Isaac (padre de Claudio) y el presidente Miguel de la Madrid, en casa de Buñuel. La personalidad y el carácter de Buñuel quedan plasmados. No falta el Buñuel iconoclasta que, ante la búsqueda de charla banal, reaccionó —contra expectativas de su interlocutora— relatando que cuando el poeta quiso leerle poemas suyos habría calificado a García Lorca y su poesía como “cursi”, más aún, sobre algún poema, “francamente: Federico, esto es una mierda”. O pequeños rasgos como la expectativa de estricta puntualidad en un medio tan laxo en horarios como el mexicano.
La principal paradoja de la mente de Buñuel también es descrita por Isaac: la tensión entre imaginación en libertad y rígida autoridad. Isaac presenció cómo Buñuel no quería que se pronunciaran groserías ante él por ser niño entre adultos. Asimismo, el divorcio de los padres de Isaac, que Claudio escogiera vivir con su padre y la posterior cohabitación de la madre con un hombre más joven fueron hechos desaprobados por Buñuel. Ante alguna llegada tardía de sus hijos a casa, por tomar café con las hermanas Pecanins, Buñuel las habría calificado: “Esas chicas son algo degeneradas, peligrosas”. Al lado de esto pretendía instruir a otros sobre cómo alguien sería una “hembra sensual”. Según Isaac en Buñuel “emergía su puritanismo recóndito”. Contradictoriamente, Buñuel mostraba una desatención por el lenguaje que lo hacía intercambiar unas palabras por otras —“a los ratones hamsters los llamaba monsters”— y una obsesión por el idioma que lo llevó a una recurrencia imaginativa —en la tónica de sus habituales bromas— de explicar falsas etimologías, como de la palabra sacerdote: “sa es un prefijo sánscrito de significado dudoso, y cerdote, porcino asqueroso de proporciones enormes”. Las reflexiones de Isaac no son ajenas al dramatismo, como al consignar la distancia de Buñuel con su esposa, con quien no había compartido recámara por cuarenta años. Según Claudio Isaac: “este rival de la tiranía tantas veces se convertía en tirano”.
El tema de los actores quizá era recurrente para Buñuel, pues Isaac lo retoma un par de veces. Relató a Buñuel que —como es sabido— Hitchcock dijo que los actores eran “ganado”. Buñuel habría comentado: “¿Cómo que ganado?… Cucarachas, peor que cucarachas. Yo enrollo el periódico y los estampo contra la pared”. Al filmar Subida al cielo (1952), Buñuel les habría tomado el pelo a los protagonistas Lilia Prado y Esteban Mayo con una broma que no comprendieron, ante lo que posteriormente el cineasta afirmaría: “Los actores son seres de otro mundo”. Un día después de Isaac, murió Silvia Pinal también marcada por Buñuel al protagonizar Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964). Mujer plena y de vanguardia contra las costumbres de su tiempo, Pinal puede o no haber sido buena actriz, pero las colaboraciones con Buñuel le ganaron un lugar en la historia del cine perdurable. Es la vulnerabilidad del oficio de actuar: entre sinsabores un solo papel o golpe de suerte puede dar algo que se asemeja a la inmortalidad.
Buena parte del interés de Luis Buñuel: a mediodía está en que su autor —aunque pudiese ser una obviedad— se percataba de implicaciones de sus historias. Una de ellas es la circunstancia que hizo posible su trato con Buñuel y otras figuras de las artes. Cuenta, por ejemplo, que, siendo niño, Octavio Paz entró a su cuarto, observó sus libros y habló con él de sus lecturas. Revela también que Buñuel trató de ayudarlo en su carrera como director de cine. Así, en 1981 Buñuel escribió dos cartas buscando apoyo para el segundo largometraje de Isaac. Una de las misivas era para el productor Gustavo Alatriste —quien no se interesó en el proyecto— y la otra, con el propósito de “que aprovechara el peso de su nombre a mi favor”, estaba dirigida al mismo Isaac, cuidando su verosimilitud al no ser sólo elogiosa. Sin embargo, ninguna carta tuvo los efectos deseados. El vocabulario es importante: del hecho de tutear a Buñuel, Isaac sabía que se trataba de “esa herencia en el modo de tratarlo” por la estrecha relación entre Buñuel y sus padres, y a los encuentros con Paz los calificó como “una relación privilegiada”. En su libro, el autor se examina a sí mismo en paralelo a Buñuel. Así, Claudio Isaac se acerca a la complejidad, pues contra discursos sobre un privilegio que haría posible todo para algunos, él rememora cómo se adoptó “una corriente antinepotista” por la condena a gestos de ese tipo del presidente José López Portillo. Dado que su padre fue nombrado primer director del Instituto Mexicano de Cinematografía, Claudio Isaac no podía ser beneficiado por ser “hijo del funcionario”.
Un punto de la relación entre Isaac y Buñuel en el libro es el de la sombra del maestro. Isaac describe que alrededor de Buñuel había un “séquito”, “un círculo de adoración [que] jamás se atrevía a contradecirlo”, así como “un concurso servil por obtener la anuencia de Luis”. Escribió: “sumisos y condescendientes, estaban demasiado impresionados con Luis como para tratarlo cual hombre de carne y hueso”. Según Isaac, Buñuel no gustaba de tener “seguidores” que rodaban películas parecidas a las de él. También desaprobó enfáticamente que Ripstein hiciera una cinta por encargo. Esto, Isaac lo interpretó como rechazo de lo que el mismo Buñuel hizo repetidamente a través de su carrera. Asimismo, Buñuel hizo sugerencias a Isaac sobre sus filmes como la de cortar varios minutos de diálogo ideológico propio del cine comprometido de la época, que Isaac posteriormente notó acertadas; pero el autor no duda en afirmar: “Yo persisto en la idea de que Buñuel era filósofo más que cineasta. En general sus películas están filmadas con cierta torpeza, la puesta en escena suele ser rígida”. En alguna ocasión, Isaac le habría comentado a Buñuel sobre “la chapucera y poco imaginativa toma final de Los olvidados”, a lo que Buñuel contestó: “Chico, tienes razón. De lo único que me precio es del ritmo de mis películas: no hay en ellas tiempo desperdiciado. Por lo demás, tal vez yo debía haber sido escultor”.
Al escribir Luis Buñuel: a mediodía, Isaac no estaba enceguecido ante su maestro. Quizá supo que la veneración no es camino de la sabiduría, aunque esto sea discusión teológica: las religiones incluyen prácticas que pasan por la oración distraída o el éxtasis, formas de adoración… o unicidad. Sus palabras respecto al trasfondo de su crítica a Buñuel son impecables: “a Buñuel se le ha deificado y de esto me preocupa que al crearse una imagen distorsionada, carente de ángulos falibles, a la larga, a los ojos de nuevas generaciones, las virtudes pueden ir también perdiendo su validez, corrompidas en un ámbito falaz”. La posición de Claudio Isaac es clara: “[Luis Buñuel] no fue para mí un maestro de cine, pero sí —con todas las discrepancias que el lector ya conoce— de vida. Un maestro de vida”. Reconociendo el indudable lugar en la historia cinematográfica universal de Buñuel, Isaac supo ver que esa posición no era equivalente a infalibilidad artística y que había también un hombre defectuoso como cualquiera otro, sin que eso disminuyera la importancia que para él tuvo. Su testimonio permite adentrarse en un caso de sana solución a la relación con un maestro.
Uno prodigio en Luis Buñuel: a mediodía es un momento del pensamiento de Buñuel sobre el cine vislumbrando su eventual bajeza: “Estoy asqueado del cine […] Es la expresión más baja que existe porque no apela, no necesita apelar al intelecto […] Si acaso es un arte, es muy inferior”. Es una idea que debe asaltar a cualquiera que se involucre seriamente en el arte cinemático. Así como la vía de irreflexivos y faltos de espíritu es venerar artistas y maestros, existen también caminos menos transitados —quizá más difíciles, sean meritorios o no— como los que revelan, acaso sin intención, los apuntes afectivos del libro. Algunos pueden ser rutas bienaventuradas: a la muerte de Claudio Isaac siguieron expresiones —más que verosímiles— de cariño de muchas personas, tantas que apuntan a considerar que vale vivir para ser tan querido.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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