¿Qué tienen en común Carlos Loret de Mola, Jaime Sánchez Susarrey, Francisco Almaraz (Pacasso), Octavio Rodríguez Araujo, Alejandro Lelo de Larrea? Quizá para el lector los nombres –a excepción del primero– no le digan mucho, pero se trata de periodistas o colaboradores editoriales en distintos medios de comunicación que se han visto en la necesidad de restringir sus espacios informativos y todo por criticar a ya saben quien.
Promesas incumplidas
El escenario de los medios de comunicación y el periodismo en México es uno en el que los cambios son la única constante que se puede predecir. Uno de esos cambios tiene que ver con la posibilidad o no de ejercer la crítica en contra de quien detenta el poder.
Si bien esto se ha ejercido ante múltiples obstáculos –de lo cual pueden dar prueba muchos periodistas que vieron perder sus espacios o que sufrieron la amenaza velada de “a ver si le bajas”–, una promesa que el actual presidente ha hecho es que se respetaría la libertad de expresión.
Pero como en otras administraciones, la actual es testigo mudo de cómo algunos críticos ven coartada la posibilidad de expresar su desacuerdo y, en varios casos, dejando los medios para los que trabajaban o sufriendo presiones para que modifiquen su conducta.
Algunos ejemplos que se han presentado en esta etapa temprana del sexenio hacen que se enciendan las alarmas por la manera en que se busca que el periodismo deje su faceta crítica para convertirse en comparsa o adulador del mandatario en turno.
Carlos Loret de Mola es un caso que ejemplifica muy bien este punto. El nivel de audiencia –o rating– de su emisión en Televisa no era mala o motivo para pedir su salida, pero ésta se dio, sin que se explicarán suficientemente los motivos para que el conductor abandonara su noticiario matutino.
Jaime Sánchez Susarrey, luego de publicar una columna en El Financiero en la que critica distintas decisiones tomadas por el titular del Ejecutivo Federal, y antes de anunciar su salida del periódico, apuntó que son “tiempos y vientos de la 4T, en apenas nueve meses. Lo que viene no será mejor”.
Octavio Rodríguez Araujo, catedrático universitario y autor de varios libros sobre ciencia política, dejó de publicar su articulo semanal por amenazas de “antiguos camaradas” que no estaban de acuerdo en la crítica que hacía en sus textos.
Pacasso dejó de producir las animaciones que presentaba en Noticieros Televisa, luego de que en un episodio de Terapia Intensiva del 29 de mayo –en donde llegaban pacientes al área de quemados… pero socialmente hablando– presentó a López Obrador e ironizó sobre la lentitud que el mandatario tiene para hablar.
Y Alejandro Lelo de Larrea denunció a través de su cuenta de Twitter cómo Jesús Ramírez Cuevas lo increpó y advirtió “le voy a decir al presidente López Obrador que ya no te deje preguntar”. Incluso en un tuit publicado el 12 de septiembre, refirió que “el vocero presidencial, @JesusRCuevas Jesús Ramírez, carga una estela de agresiones, insultos y maltratos contra periodistas que cubren las mañaneras de @lopezobrador_ Su trato es hostil. Peleonero”.
Se me dirá, y con razón, que una golondrina no hace verano y que por unos cuantos ejemplos no se puede calificar a una administración pública, pero a lo aquí anotado hay que agregar lo siguiente:
En repetidas ocasiones, el propio presidente López Obrador se ha referido de manera negativa a columnistas como Pablo Hiriart o Raymundo Rivapalacio, para quejarse de que lo critican en sus textos, al igual que lo ha hecho con medios como Reforma, el propio periódico El Financiero o la revista Proceso.
El mandatario dice que ejerce su derecho de réplica, pero hacerlo desde la Presidencia de la República le da una ventaja enorme frente a sus críticos, algo que no considera López Obrador.
Asimismo, legiones de cuentas en redes sociales atacan a quien publica algo negativo en contra del titular del Ejecutivo, incluso recurriendo a insultos y a múltiples calificativo –de etcétera han dicho que es una revista “decadente”, y además de que dudo que sepan el significado de dicha palabra, ni siquiera leen los textos que tanto les ofende–.
También hay que mencionar los despidos que se han dado en este ámbito, gracias a la austeridad del gobierno, y la manera en que la publicidad oficial se ha usado para doblar a medios que contaban con espacios críticos al actual presidente.
Pero en cambio, como etcétera ha documentado, los nuevos voceros de la 4T cuentan con presupuesto y se les abren espacios, como ha sido el caso de Gibrán Ramírez Reyes, Hernán Gómez Bruera o John Ackermann, sin mencionar los nuevos medios digitales que han aparecido y que mantienen una línea favorable a la actual administración federal, como es el caso de Sin Línea, Revolución 3.0 y algunos más, así como los asistentes a la conferencias mañaneras, quienes se desviven por ofrecer preguntas a modo al presidente o pedirle un abrazo.
Para los que antes se desgarraban las vestiduras por la salida de Carmen Aristegui el sexenio pasado, la defensa de la libertad de expresión debe ser permanente y no sólo si afecta a nuestros camaradas o causas, porque lo primero que se traiciona con esta actitud es esa promesa de que serían diferentes a los demás.