No han pasado ni cinco días del ataque a mexicanos en El Paso, con sus terribles consecuencias y el impacto que tuvo, y el gobierno de EU dejó en claro que no le importa guardar las mínimas formas.
El miércoles desplegó una intimidante redada en 7 plantas procesadoras de alimentos en Mississippi.
Se detuvo a 680 personas de las cuales 122, según el canciller Ebrard, son mexicanas. El gobierno de Trump está instrumentando las redadas prometidas por su presidente, el miércoles confirmó que no va a bajar la guardia.
Lo que en un primer momento se creyó sería un rápido, contundente e inmediato proceso de redadas por todo el país, terminó por ser una acción paulatina, pero no por ello menos firme, intimidante, amenazante y, sobre todo, real y efectiva.
Para Donald Trump el asunto tiene que ver con convicciones y también con el proceso electoral en curso. Es un tema que lo dirige a sus innumerables seguidores, quienes encuentran al presidente como una opción para poner un dique, o sea un muro para los migrantes, al tiempo que es para ellos su referente ideológico.
Trump decidió ir a El Paso y a Dayton a pesar de que sabía que tendría un recibimiento hostil, no le quedaba de otra que hacerlo. No vio de manera directa a quienes protestaban, pero tuvo que entrar por la puerta de atrás de los hospitales en donde se encuentran los heridos.
Las protestas tenían y tienen dos vertientes. Por un lado, la oposición a la venta indiscriminada de armas, como se ha hecho en innumerables ocasiones porque está claro que hasta un niño puede adquirirlas. Por otro lado, la impugnación, crítica y repudio de ciudadanos estadounidenses y mexicanos por su discurso racista, xenófobo y antiinmigrante.
En El Paso existe un sentimiento de dolor que no sólo alcanza a las familias mexicanas, muchos estadounidenses están siendo solidarios y quizá se haya perdido de vista un elemento igual de terrible: si bien de las 20 personas asesinadas 8 eran mexicanas, es igualmente y profundamente doloroso la muerte de 12 estadounidenses.
En medio de todo esto, nos hemos ido encontrando en nuestro país con problemas cada vez más graves y sensibles entre los migrantes. Han aparecido testimonios que indican y anuncian que las cosas se pueden complicar aún más.
Quisiéramos pensar que el Gobierno mexicano tiene claro que con Trump se está bajo el riesgo como forma de vida, la redada en Mississippi lo prueba. La acción antimexicana en El Paso acentuó las diferencias internas en EU sobre los mexicanos sin papeles y sobre los migrantes centroamericanos.
En medio de los escenarios bajo los que estamos la redada bien pudo esperar, era un asunto de prudencia y sensibilidad.
Si bien Trump ha tenido relativo cuidado en su discurso sobre El Paso y Dayton apelando a lugares comunes, no ha expresado un repudio profundo y definitivo que estuviera acompañado de medidas concretas.
Para Trump los migrantes mexicanos y centroamericanos son parte del eje del mal. Sobre el armamentismo ejerce una crítica mesurada, su visión e intereses están determinados por su relación con grupos que defienden y producen las armas.
Debe estar claro a estas alturas que con Trump no hay pausas. Poco importa el clima antiinmigrante que provoca y crea. Poco importa que un hombre de 21 años de edad tome una AK47 y le dispare a todo aquel que supone mexicano.
Poco importa que en medio de lo que se está viviendo realice redadas, y poco le puede importar también que México se esmere con el tema migrante, porque en una de ésas en menos de 45 días nos va a volver a amenazar con los aranceles.
En esto estamos.
RESQUICIOS.
Fue materialmente imposible circular ayer por la CDMX. Con variantes, los capitalinos hemos visto, vivido y padecido, en innumerables ocasiones, situaciones como ésta. Es difícil para un ciudadano que no puede llegar a su trabajo, que no puede cumplir con sus compromisos o estar bajo una urgencia, entender por qué se llega a esto.
Este artículo fue publicado en La Razón el 9 de agosto de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.