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Será cursi advierto, será anacrónico aseguro, pero será breve, auténtico y será con cariño.

Escribo esto en un día del Padre y me digo qué la suerte estuvo a mi favor porque tuve padre, y dos abuelos. En tiempos de matrias es difícil honrar al padre, no es cool y no está in, pero realmente agradezco las mil un cosas que me dejaron esos tres amigos.

Que, si hubo maltratos, excesos, autoritarismo, descuidos, pues sí y confieso que me amputé al padre en algún punto de la vida, pero lo tuve y disfruté lo bueno que fue mucho y qué sí hubo. Deseo que no se pierda la bonita costumbre de pensar que llegar al mundo con un par de padres es muy ventajoso y si te duran muchos años, mejor. Sé que es posible formar familias múltiples, diversas y qué bueno, pero confieso que tener a dos ejemplares diversos en todos los aspectos posibles fue muy enriquecedor. Me acompaña en este momento la música de Mi Bella dama que era la música favorita de mi abuelo materno, un abogado listo y gordo como Santa Claus, los adjetivos van junto porque era obsequioso y nos hacía sentir queridos y protegidos, más de alguna vez me subió en sus pies y bailamos esta música a carcajadas, es un recuerdo que me acompaña hasta hoy como sombrilla protectora que suena a que podre bailar toda la noche o el día hasta que exhausta me vaya de esta pista de baile.

Don Carlos fue minero y diplomático, escritor de closet, editorialista ocasional del Excelsior y lector profesional. Mientras escribo y mis dedos bailan con la voz de Julie Andrews, recuerdo que las primeras teclas que martille fueron de su máquina, mi galimatías analfabeta llenó miles de hojas bond mientras él me contaba la historia de México o me hacía un retrato combinando el 6 y el 4. No hay una palabra que lea o escriba que no lleve el susurro de su voz y ni el ritmo de su Olivetti.

Mi papá me enseñó la música, así de mágico. Puedo hacer mil y un mitos sobre las canciones y oberturas con que amuebló mis oídos para siempre. Cada que un texto lo emocionaba me llamaba para leérmelo en voz alta, comentamos todas las películas hasta que llenaron el universo de mi vista. Me abandono y lo abandoné, pero en una escena, en una nota o en una cita nos encontramos siempre, con ello me confirió el poder de cantar (muy mal, pero con fuerza) leer y escribir para desafiar todo duelo.

Luego en la vida, me tocó compartir hijas con un buen padre del que mis hijas tendrán mucho que decir.

Por último, mi Mai, marcado con el hierro ardiente de la paternidad, con él he revisitado las precariedades y conflictos de esta figura importante y robusta como roble. Gracias a él he aprendido a perdonar a valorar, a entender desde la madre y la hija, él que contribuye todos los días con frases frescas, películas inéditas y con el soundtrack de nuestras vidas. Celebro que no sea mi padre por supuesto, y festejo a diario que se mi marido. A todos ellos los abrazo.

También felicito con todo afecto a quién se atrevió a leer hasta acá y que es de esos padres que comprenden que hoy más que nunca hay muchas vacantes y que su afecto bien invertido podría cambiar al mundo.

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