Tras la muerte oficial de Fidel Castro, ocurrida el viernes 25 de noviembre, algunos trasnochados han salido a defender la figura del dictador y el régimen dictatorial comunista, apelando sobre todo a los supuestos beneficios sociales que la Revolución Cubana ha generado para los isleños.
Para algunos desconcertados, sobre todo dentro de las redes sociales, eso basta para que la dictadura castrista deba dejar de ser considerada como lo que realmente es: una dictadura.
¡Qué pésimo criterio para evaluar si un país es democrático o es dictatorial!
Bajo este criterio vulgar y estrecho, los beneficios sociales del régimen nazi (vaya que los tuvo) bastarían para declarar a la Alemania Nazi como “democrática”, y más todavía si a los beneficios sociales le agregamos el hecho de que Adolfo Hitler y sus secuaces ganaron sus puestos a través de las urnas.
¿Se imaginan el tamaño de esta estupidez?
Beneficios sociales triunfos en las urnas = el régimen nazi fue democrático, no dictatorial.
Perdón, y mil veces perdón, pero no podemos ser tan imbéciles.
Claro que la Cuba castrista es una dictadura.
Desde la ciencia política y la ciencia jurídica, la forma más simple para evaluar si un país es democrático o no, es a través de un análisis en torno al grado de respeto que se tiene a los derechos esenciales de los seres humanos que viven en ese país. Simple el asunto.
Basta con tomar la lista de los derechos humanos, al menos de los que se han consolidado desde la Independencia de los EEUU y de la Revolución Francesa para acá, y ver cuántos de estos derechos se respetan efectivamente en el país que se pretende evaluar.
Por supuesto que Cuba, la Cuba de Fidel Castro Ruz y de su gerontocracia, no pasa el examen. Se trata, claramente, de una dictadura. Veamos algo al respecto.
En el régimen castrista, el gobierno comunista controla los medios de comunicación impresos y electrónicos. El diario de mayor circulación es el Granma, que no es otra cosa que el principal instrumento de difusión del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Y, además, existe una censura sistemática hacia todas las publicaciones y hacia toda la labor periodística.
Los medios de comunicación, en su totalidad oficialistas, sólo reproducen el discurso gubernamental y partidario. Son instrumentos del “pensamiento único”, que, en este caso, no es otro que el “marxismo-leninismo”.
En estas condiciones, existe una permanente amenaza y violación a los derechos de libre pensamiento, de libre expresión y de prensa libre. Esto sólo pasa en las dictaduras.
Otro de los derechos que se violan sistemáticamente en la Cuba comunista, la del fallecido Fidel Castro, es el derecho a la libre iniciativa empresarial, es decir, a la capacidad de los individuos para generar riqueza particular a través de unidades económicas (empresas) que, de forma competitiva, ofrezcan bienes y servicios al público consumidor.
Solamente de forma selectiva (en el caso de los extranjeros) y de forma esporádica y limitada (en el caso de los nacionales), la Cuba comunista ha permitido la libre empresa, sobre todo a partir del llamado período especial (1991-1997), cuando el fracasado comunismo cubano tuvo que enfrentar la pérdida irreparable del padrinazgo de la Unión Soviética, hoy extinta.
Para sobrevivir, para salir al paso, el régimen comunista ha permitido que sus habitantes inicien pequeños negocios, muchos de ellos dentro de la más estricta sobrevivencia y vigilancia. Y esto sólo pasa en las dictaduras.
Asimismo, la Cuba comunista viola sistemáticamente el derecho a la libre asociación de las personas, sobre todo en asuntos políticos. A la dictadura castrista le gusta llenar plazas y hacer megamarchas, pero sólo cuando se gritan y corean sus dogmáticas consignas. Y mira con recelo, y procede con represión, cuando se trata de causas ajenas “a la Revolución”.
Al dictador Fidel Castro le gustaba afirmar que Cuba era democrática y socialista (“república popular”, pues), y que toda la población cubana seguía ardiendo en deseos de continuar siendo socialista. Pero Castro siempre se opuso a someter a plebiscito la continuidad del régimen socialista. Procedió así por obvias razones: aun con los controles políticos, un plebiscito demostraría que buena parte de los cubanos rechaza (y hasta aborrece) el socialismo.
Y, claro está, el dictador siempre se opuso al pluripartidismo. Y esto sólo pasa en las dictaduras.
Podría seguir, pero esto basta para demostrar que la Cuba de Fidel Castro es una dictadura, claramente una dictadura.
Y, para terminar, hay que decir que los “beneficios sociales” que “la Revolución” ha conseguido para la población cubana, deben verse y analizarse en el contexto de la dictadura castrista.
Por ejemplo, se habla de una alfabetización del 100%. ¡Y claro, porque si algo le conviene al régimen dictatorial es tener bien adoctrinados a todos los cubanos! No hay mejor espacio para el adoctrinamiento ideológico-político que las escuelas. Así, los niños aprenden a leer y escribir al mismo tiempo que aprenden a cantar loas al tirano.
Y, además, debemos preguntarnos… ¿de qué les sirve aprender a leer y escribir a todos los cubanos si sólo pueden leer lo que les permite el sistema, y sólo pueden escribir lo que no incomode al sistema?
En este contexto, ¿de veras resulta muy meritorio y positivo el hecho de que la población esté alfabetizada al 100%?
¡Dedica el 13% del presupuesto nacional a la educación! Claro, pero ese porcentaje se traduce en agudas carencias para otras áreas del desarrollo social, como el de la vivienda. En Cuba, muchas casas se caen de viejas y el déficit de viviendas es evidente y alarmante. El mismo gobierno cubano ha reconocido que el déficit nacional de viviendas es de 600,000 unidades. Sólo en La Habana, el déficit se estima en 28,000 viviendas.
¡Hay muchos graduados! Claro, pero muchos de esos graduados se desempeñan en oficios comunes y mal pagados; oficios que no requieren especialización alguna. Entonces, ¿valió la pena estudiar tanto?
¡Exporta médicos! Claro, porque en Cuba salen sobrando y porque el régimen los cambia por petróleo, alimentos y otros productos de los cuales carece la isla. Se trata, pues, de una especie de mano de obra esclava intercambiable por productos que benefician al régimen.
Además, muchos videos en la red demuestran que son malas las condiciones en las que se encuentran múltiples instalaciones del sistema de salud de Cuba. Y para acceder a los servicios de alta especialidad sigue siendo necesario el influyentismo. Los más sumisos y obedientes son los mejor atendidos.
Así, pues, y para concluir, debe quedar claro que el régimen castrista sí es una dictadura, y que los supuestos beneficios sociales derivados de “la Revolución” no son tales si se les mira en perspectiva.
Por infortunio, sabemos bien que la muerte del dictador no significa, necesariamente, el fin de la dictadura.
Sobre el pueblo cubano todavía seguirá pesando la losa incómoda de la dictadura comunista.