febrero 23, 2025

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En el 2024 habrá elecciones en Venezuela y, como bien sabemos, también aquí, en nuestro país. Mucho se habló en la tierra de Simón Bolívar durante meses y años de la necesidad de lograr una candidatura unificada que permitiera aumentar las posibilidades de terminar con la dictadura narco-militar de Maduro. El momento culminante de este empeño fue, creo yo, el supuesto gobierno interino que encabezó Juan Guaidó y que fracasó estrepitosamente para desaparecer oficialmente a finales del 2022. De nada valió el reconocimiento de 50 países o más de esta lucha contra el gobierno tiránico del heredero de Chávez. Una oposición desmadejada, desunida, llena de fuego amigo y ambiciones personales no pudo construirse como la fortaleza que se requiere para enfrentar un populismo añejo de más de 20 años. Así están las cosas allá. Por acá, las cosas tampoco van mejor. 

Los mexicanos asistimos diariamente al lamentable espectáculo de ver como entre ellos mismos, los partidos políticos se hacen trizas. En el PRI, intereses y grupos de “poder” se despedazan por las sobras. El Sr. Alejandro Moreno (¡ya basta de Alito!) después de sus lambisconerías con Morena y de su descrédito nacional se niega en redondo a renunciar a la dirigencia de su partido junto a toda su camarilla. Sus desencuentros con el senador Osorio Chong documentan día tras día las divisiones internas y la tensión creciente que se vive en este instituto político. Mal presagio para las elecciones del Estado de México, de Coahuila y especialmente para las federales del ya mencionado 2024. Los hasta ahora precandidatos presidenciales carecen del respaldo mínimo necesario y desde luego echan en falta el cobijo de una marca que Moreno y otros han desprestigiado hasta niveles insospechados. Pero de que el dirigente nacional priista no renuncia…pues no renuncia.

En el caso del PRD, ¿qué podemos decir? Un día están en la alianza, otro no, luego que siempre si, luego les hacen el feo, en fin…están debilitados, tan diezmados y chiquitos que su presencia en ocasiones parece irrelevante. Buscan con Mancera y Aureoles lograr al menos significarse y sentarse a la mesa de negociación de la Alianza. No hay estrategia, no hay rumbo y son los mismos de siempre. Muchos de plano se salieron del partido, otros, los más, se pasaron a las filas de Morena. Panorama triste y desolador para lo que queda de una izquierda (y no un populismo conservador como Morena) que tanta falta nos hace.

En medio de esta situación tan compleja hay que reconocer que el menos débil de los débiles es el PAN. Insisto, no es el más fuerte, es el menos lastimado desde esa elección inolvidable del 2018 que tanto le ha costado a la democracia en México. Ninguno de los partidos políticos de nuestro país ha logrado recuperarse cabalmente del gran desastre de ese proceso electoral que, hay que reconocerlo, con transparencia y respeto al voto ciudadano le dio el triunfo a López Obrador. Marko Cortés, dirigente de este partido y quien concluye su periodo hasta octubre del 2024, no ha logrado acuerpar a los militantes del blanquiazul. Muchos de los panistas no encuentran en su partido un proyecto que logre ilusionarlos y hacerlos participes de un esfuerzo de grupo que les dé futuro y metas a todos. Habrá que ver cuantos resisten sin moverse buscando aire fresco. 

En cuanto a MC, la mayoría de las veces me parece un enigma. No entiendo bien a bien cual es su objetivo, ni si esta programado para cumplir con sus metas hasta 2030, si es que aún queda país que gobernar. Veremos.

Me queda, sin embargo y a pesar de los pesares, una gran esperanza: que una vigorosa ciudadanía, decidida y valiente, se muestre tan sólida y capaz como el 13 de noviembre del 2022 y haga salir de su letargo a los partidos políticos para conseguir el cambio con el que muchos soñamos. A ellos me uno y aferro con entusiasmo y alegría para curar mi corazón partido. Por lo pronto, nos vemos el 26 de febrero, ahí estaremos. 

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