“Uno no puede tener la razón contra el partido” fue una de las consignas que, hace cien años, Joseph Stalin cristalizó durante su mandato para hacer del PCUS el brazo político que le garantizara apoyo unánime, por eso expulsó a León Trotsky de la URSS en 1929 y, once años después, lo mató a través de Ramón Mercader.
Eran los tiempos del dominio soviético en el oriente europeo por lo que varios países replicaron los dictados del hombre de hierro. Rumania, Hungría, Alemania oriental y Checoslovaquía, entre otros, no admitían la disidencia porque ésta era sinónimo de traición al partido o colusión con el imperialismo estadounidense. A principios de los años 60 esto sucedió también en Cuba, cuando Fidel Castro se alió con los soviéticos. No había espacio para la disidencia, es decir, pensar era sinónimo de traición por lo que, en el nombre de una sociedad prospera, hubo exilios y asesinatos.
Esa “cultura” se halla extendida en sistemas autoritarios actuales como Corea del Norte, Venezuela y Nicaragua. Guardadas las proporciones, el populismo mexicano también busca eliminar al otro y, dentro del partido, dicta la unanimidad en el nombre del líder y el pueblo. Por eso fueron expulsados John Ackerman e Irma Eréndira Sandoval además de otros que no caben dentro de la unanimidad y, por eso también, Citlalli Hernández se pliega a las órdenes superiores y declina cuando le avisan que Luisa María Alcalde será la presidente del partido. En Morena no cabe la disidencia sino la disciplina y la obediencia como sucedía con el PCUS en tiempos de Stalin. Además, Morena como el PCUS, pretende la eliminación de quien piensa distinto de los designios marcados por el líder y lo acosa e incluso lo busca eliminar.
Carlos Marx advirtió sobre el culto a la personalidad en el bonapartismo, o sea, en el perfil autoritario y populista de Francia a mediados del siglo XIX. Pero fue en la Unión Soviética de los años 20 del siglo pasado donde el mundo conoció el fenómeno en su amplia magnitud. Lo alentó Stalin, un hombre tosco e ignorante, profundamente resentido y avergonzado de su baja estatura y las huellas de la viruela en su rostro. Los historiadores fechan el inicio del culto a la personalidad el 21 de diciembre de 1929 cuando “Koba” (así le decían a Stalin) cumplió 50 años. Aquella vez fue la apoteosis del halago. Fotografías retocadas y depuradas de los traidores bolcheviques, cantos en su honor entonados por niños, desfiles, pinturas donde el líder jamás se toca la cara ni reposa con las manos, reproducido como gigante y afiches con su imagen, poemas y discursos. Su alcance fue mundial. El premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda escribió: “Stalin es el mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos. En la guerra lo vieron las ciudades quebradas extraer del escombro la esperanza, refundirla de nuevo, hacerla acero, y atacar con sus rayos destruyendo la fortificación de las tinieblas”.
En marzo de 2021, Attoloni afirmó que el presidente es como Jesucristo y Gandhi. En abril de 2022, Morena sondeó para llamarle AMLITO a la nueva empresa estatal dedicada al litio. En 2020 López Gatell afirmó que López Obrador no era una fuerza de contagio del covid porque su fuerza era moral. Hace poco Layda Sansores habló de los ríos de pueblo que apoyaban al líder y la orfandad que dejará su ausencia. “Dios salve al presidente”, clamó Lord Molécula frente a una gripilla del Ejecutivo y hoy Rosa Icela Rodríguez se presentó en la rueda de prensa mañanara con un pin del líder de Macuspana.
Stalin sonreía al oir los elogios y saludaba con inmodesta modestia, casi siempre junto a la imagen de Lenin. AMLO hace gestos similares, asiduamente con la imagen de Juárez u otro referente simbólico.
Cuánta razón tenía Milan Kundera, un escritor proscrito por el régimen comunista de Checoslovaquia, cuando escribió: “La lucha del ser humano contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”.
