“Y ésa es la voluntad inconsciente, y a menudo también consciente, de individuos, generaciones y pueblos enteros: volver a olvidar violentamente la verdad por la que se habían combatido de forma penosa, renunciar libremente a los progresos del conocimiento y refugiarse de nuevo en la vieja locura salvaje, aunque al mismo tiempo más cálida.”
Fragmento de “La tragedia de la falta de memoria”, Stefan Zweig.
En menos de tres meses, en México, se han concertado manifestaciones masivas que hasta ahora se han calificado como inéditas. En la breve era de vida en democracia mexicana no se había generado una polarización por causas políticas como las vistas hasta ahora.
Las grietas que se han provocado en otros países y culturas, en materia política, al parecer se replican en diversas latitudes pero muchas veces estas divisiones son más artificiosas que genuinas.
Al momento de redactar estas líneas ya cientos de miles —si no es que millones— de personas han analizado desde foros profesionales, académicos y ciudadanos los efectos que tendría la procedencia de la reforma antes citada. Un mismo objeto estudiado desde innumerables perspectivas; las conclusiones se tocan entre sí y se obtienen no más de dos o tres ideas contundentes. Las principales y de manera resumida son: 1) el “plan B” es una ofensiva al sistema político-electoral y 2) la vida en democracia está en riesgo.
Desde hace meses llama la atención que se siga asumiendo —desde el lado ciudadano y del político— que la población en general se encuentra desinteresada, o bien, que es ignorante —de manera voluntaria o no— respecto de la agenda política nacional. Aquí es donde entraron cientos o miles de personajes a traducir y reinterpretar la lectura de una sola realidad que compartimos quienes vivimos en este país.
Se considera que aquí habría que revisar manera de comunicar o invitar a abandonar la pasividad para abrazar la lucha por una causa. Dejando de lado la normalizada polarización gubernamental, no se ha logrado desvanecer la dualidad ciudadanía-“clase política” que se ha instalado desde la oposición. Es necesario no caer en esa concepción y desde ahora ir en bloque por el elemento unificador de dar un cambio de rumbo al país en el 2024. La ciudadanía es una condición que otorga la ley; ser político —de profesión— una decisión, una decisión que pueden tomar quienes ya son ciudadanos desde que cumplen los 18 años de edad. No hay conflicto o contradicción entre una y otra.
Lo que ha dejado la segunda marcha en defensa del INE ha sido un balance muy positivo pero aún no se ha ganado batalla alguna. Desde este espacio se valora más importante, primero, disolver cualquier distinción entre ciudadanos y políticos y de ahí partir para que como mexicanos —lo que somos todos— encontremos la vía para restablecer las condiciones de competencia democrática real. Los y las que se asumen como apolíticos o apartidistas están haciendo política aunque no quieran reconocerlo, empero, el reto que se avizora reclama la participación de todos, sin resentimientos, apatía ni zozobra.
La incultura política no debe apoderarse de los diversos grupos que hacen oposición al gobierno. Las distinciones y las reyertas están del otro lado, aquí el único objetivo que debe transmitirse es el rescatar a México el año entrante, después de esa meta, si se quiere, se pueden volver a discutir “ismos” y corrientes ideológicas. Hasta entonces, el paso a seguir es asumirse en el mismo equipo, respetando convicciones personales y sacar adelante esta misión. La difusión de una cultura ciudadana real es una de las vías y los medios para triunfar en lo que se avecina.
Los tiempos de las definiciones ya nos alcanzaron, y ahora, nosotros, ¿por cuál lado nos vamos a decidir?
Bismarck Izquierdo Rodríguez
Secretario de Cultura del CEN del PRI
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