Donald Trump, el ahora flamante presidente de EEUU inaugurando su segundo mandato, ha dicho que el Golfo de México será renombrado como Golfo de América. Para muchos es una ocurrencia del septuagenario político, una “puntada”, un “disparate” y para otros es una señal de imperialismo o neo imperialismo al estilo “América para los americanos” James Monroe dixit. Las risotadas de Hillary Clinton el día de ayer cuando el republicano volvió a tocar el tema en el primer discurso que pronunció tras su investidura, revelan que muchos no lo toman en serio. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en una respuesta más inteligente, había sugerido denominar “América mexicana” a la parte aludida.
No es sólo a propósito del Golfo de México sino a la presencia mexicana en Estados -con una población que representa a más del 10 por ciento de la demografía del vecino país del norte-, que Lester Langley propuso hace ya tiempo el concepto de Mexamérica para referirse a las regiones sureñas de EEUU y a las norteñas de México donde predomina la influencia mexicana -esas regiones “cruzadas” por el trazo de la nueva frontera tras la guerra de 1847. En un texto más reciente, Fey Berman retoma la noción de Mexamérica como el de una cultura naciente que cada vez se dibuja con mayor presencia en las artes, el folclor, la comida, y la frontera, con mexicanos notables en EEUU -como Mario Molina o José Hernández- y con muchos millones de paisanos anónimos.
En este punto es importante aclarar que el Golfo de México no está en litigio -bueno, tampoco lo están el Canal de Panamá ni Groenlandia a los que la administración Trump pretende o readquirir o comprar. México y Estados Unidos cuentan con tratados de límites territoriales y marítimos que en el caso del Golfo de México hacen un trazado polémico, dado que la Isla Bermeja, que le habría permitido a los mexicanos tener una mayor extensión marítima, “desapareció” -sí, increíble, a México se le pierden sus islas, o se las quitan incluso en arbitrajes internacionales, como pasó con Clipperton, también llamada Isla de la Pasión. En el caso del Pacífico, con la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo las islas del Archipiélago del Norte que no estaban contenidas en ese instrumento jurídico, simplemente fueron “ocupadas” por Estados Unidos y México las perdió básicamente por omisión. Pero en ningún caso, México se ha retractado ni impugnado los acuerdos suscritos. No ha desarrollado litigios en la materia y si bien algunas figuras académicas y políticas han hecho alusión a estos temas -se recuerda a José Ángel Conchello, quien insistió mucho en el tema de la Isla Bermeja, que dicen, le costó la vida en un accidente automovilístico-, el gobierno mexicano ha buscado poner fin a cualquier litigio territorial con Estados Unidos o con sus vecinos Guatemala, Belice, o Cuba.
Aclarado ese punto, hay que analizar la propuesta de Trump de cambiarle el nombre al Golfo de México -lo que tiene aires de prepotencia dado que no es el único país con acceso a esa parte del mundo. De entrada, no hay ninguna reglamentación que prohíba llamar o bautizar un territorio, golfo, río, isla, islote, península o país con el nombre que se desee. Es más, el ejemplo más a la mano es el Río Bravo al que los estadunidenses llaman Río Grande. El río Duero se llama así en España, pero en Portugal se le denomina Douro. Lo mismo pasa con el río Tajo, que en Portugal es conocido como Tejo.
Las Islas Malvinas, éstas sí en litigio, son quizá uno de los casos más conocidos en América Latina. Argentina celebra un día -el 2 de abril- para recordar que son ínsulas que pertenecen al país sudamericano. Reivindica cada que puede en foros internacionales como Naciones Unidas, la soberanía sobre ellas. Ha ido a la guerra contra el Reino Unido para recuperarlas. Para los británicos, son las Falkland Islands. Argentina las tiene presentes en su billete de 50 pesos que tiene la leyenda “Islas Malvinas, un amor soberano.” Es todo un tema que no deja de estar exento de controversias como aquella según la que un funcionario diplomático argentino, estando en estado de ebriedad, suscribió el compromiso ante su contraparte británica, de que Argentina ya no reclamaría las ínsulas. En cualquier caso, esta historia continuará.
Un caso que también involucra a Argentina, el Reino Unido y además a Chile, es el de la península Antártica. Para los argentinos, quienes la incluyen en el mapa del país -al igual que a las Malvinas- y que figura en el reverso de los pasaportes de los connacionales, el territorio se denomina Tierra de San Martín, uno de los grandes próceres nacionales. Los chilenos, en cambio, llaman al territorio peninsular, Tierra de O’Higgins. En el caso de los británicos, la consideran como la Tierra de Graham. La Antártica, como es sabido, es motivo de litigio a nivel internacional, si bien mediante el Tratado Antártico de 1959 se “congelaron” las disputas entre quienes reclaman soberanía sobre el gélido continente.
Regresando a los golfos -ojo, no a los pillos ni holgazanes sino a la porción de mar que se encuentra entre dos cabos-, el de Adén, que se encuentra entre el Cuerno de África y la península arábiga, también es conocido como Golfo de Somalia. Depende, por supuesto de quien hace alusión: si son somalíes, lo llaman así, si son yemenitas, es el Golfo de Adén. Al Golfo Pérsico se le llama igualmente Golfo Arábigo o de Arabia.
Como corolario, los nombres de golfos, ríos, penínsulas, islotes y demás indudablemente también responden a prioridades política y a dejos nacionalistas y patrioteros. Seguramente el lector recordará que, en noviembre de 2023, el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador propuso cambiar el nombre del Mar de Cortés por el de Golfo de California. En este caso, el distanciamiento entre México y España durante su gobierno -que se mantiene en el actual, toda vez que la presidenta Sheinbaum no invitó al presidente español a su toma de posesión- fue determinante para que se buscara renombrar al Mar de Cortés -que se ha denominado así desde 1539, cuando el conquistador llegó a aquellas latitudes- o Golfo de Cortés, o Mar Bermejo como Golfo de California. ¿Alguien protestó ante la propuesta de López Obrador? No. Al final del día, los golfos, ínsulas, penínsulas, estrechos existen, y, a menos que ocurra un cataclismo o colapse el mundo, seguirán ahí, al margen de los nombres que les asignen o retiren los políticos.
Con todo que parece más grave es la consigna de Trump de que Canadá debería ser el estado número 51 de la Unión Americana -además de la sugerencia de anexarse igualmente México. Canadá, al menos en la cultura popular estadunidense, ha sido motivo de referencias que cuestionan su existencia. En alguna ocasión Homero Simpson se refirió a Canadá como el “Estados Unidos Jr.” Los irreverentes protagonistas de South Park popularizaron en un largometraje la canción “¡Échale la culpa a Canadá porque ni siquiera es un país!” Eso, sumado a los problemas de identidad nacional que arrastra Canadá y a la opinión de algunos sectores en el país de la hoja de arce de que estarían en mejores condiciones como parte de EEUU, hace que los dichos de Trump tengan connotaciones más allá de la provocación.
Autor
Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
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