El Congreso de 1822, que se instauró con el carácter de Constituyente, al final de su precaria vida pasó a ser un Congreso Convocante, a fin de dar a luz a un nuevo Congreso Constituyente que lo sustituyera en la misión para la cual fue llamado originalmente. Esto es, para formular la Constitución que este órgano no pudo hacer. Pero ahora, para una Ley Suprema con una nueva fisonomía política de país; el de una República Federal.
Dejó de ser Constituyente para convertirse en Convocante. ¿Y cuál es la diferencia entre uno y otro? En que, sin desintegrarse el órgano legislativo, deja de tener la misión de crear una Constitución, que es la labor del Constituyente, para, al eximirse de esa obligación, ahora solo darse a la tarea de preparar una convocatoria para la formación de un nuevo Congreso Constituyente que se responsabilice de producir la Constitución.
Al pasar de constituyente a convocante, quedó casi en las mismas condiciones que la Junta Nacional Instituyente que lo había sustituido, con la diferencia de que esta última, de origen sí estaba llamada para convocar a un Constituyente y para hacer un proyecto de Constitución para el futuro Congreso, mismas cosas que nunca llegaron a concretarse: ni el proyecto de Constitución ni el Congreso; mientras que este Constituyente de 1822, se creó precisamente para formar una Constitución, que conforme a la forma de Estado y de Gobierno que se tenía en ese momento, iba a ser de carácter imperial. Sin embargo, por azares del destino no alcanzó a elaborarla, por lo que decidió preparar solo un Plan de Constitución, con la intención de proponerlo al siguiente Congreso Constituyente; esto es, al de 1823-1824; el segundo de este tipo a partir del México independizado.
Y No consiguió manufacturar la Constitución por la efervescencia política polarizada que había en ese tiempo y por los desencuentros entre los actores político militares; pero también por los tragos amargos por los que pasó este Congreso desde su propia fundación hasta su extinción, teniendo incluso en su vida una interrupción, pues aunque formalmente lo eliminó el emperador, para su fortuna, al final del día solo se quedó en una especie de muerte física temporal al quedar en estado cataléptico, pues la flama de su espíritu siguió encendida, gracias a la revolución que se suscitó en el puerto de Veracruz, al triunfo de la cual y ya doblado el emperador, en términos coloquiales le dijo “levántate y anda”; y se levantó y caminó.
Pero sus peripecias no terminarían ahí, pues cuando despertó de ese sueño cataléptico y se reinstaló, por todo el revuelo político existente, ahora de las todavía provincias, éstas lo quisieron rechazar; momentos álgidos que nuevamente superó, pero que finalmente, al quedar cuestionado y debilitado por la presión de éstas, prefirió dejar las cosas por la paz, para mejor constituirse en convocante, y de esta manera contribuir a calmar las agitadas “aguas políticas”, y dejar el camino abierto a un nuevo Congreso. Este Congreso deveras que, como dicen los refranes populares, “sí se las vió negras” y “sí que la sufrió en serio”.
Veamos cómo fue que sucedió todo este peregrinar en su penoso camino. Recordemos que Iturbide no quiso convocar a un nuevo Constituyente como lo pedía el Plan de Casa Mata, el de su ejército que al final del día le dió la espalda, y mejor se inclinó por restituir al que había disuelto, que era lo que demandaba el Plan de Veracruz que surgió de la rebelión cuando el emperador clausuró al Congreso.
En este ambiente de jaloneos políticos y todavía de cierta inestabilidad, ahora fueron las provincias las que pasaron a ser las actoras principales “para llevar agua a su molino”, con el fin de reclamar su soberanía y, con esto encender la llama del federalismo. El pretexto fue la reincorporación del Congreso, ya que, desde su óptica, estaba configurado con un diseño desproporcional en la representación provincial, lo que consideraban inapropiado e injusto. Por eso exigían la creación de un nuevo Congreso Constituyente en el que hubiera una representación proporcional más apropiada, por lo que al Congreso de 1822 lo más que le reconocían, era que se constituyera en convocante, para que el nuevo Constituyente ya respondiera a dicho principio.
Con algunas variantes de enfoques y datos, prácticamente coinciden Felipe Tena Ramírez en sus “Leyes Fundamentales de México” y José Luis Soberanes Fernández en su ensayo “El primer Congreso Constituyente mexicano”, al decir que, aprovechando esta coyuntura, los brotes de este tipo comenzaron en las siguientes provincias.
Soberanes afirma que, ante la negativa del emperador a convocar a un nuevo Constituyente, el 10 de marzo de 1823 la Diputación Provincial de Puebla convocó a las demás provincias a constituir una convención que se denominó Junta de Puebla, con el objeto de formar un nuevo gobierno nacional, pero que al llegar la noticia de la dimisión del emperador, esta Junta entonces procedió a reconocer al Congreso Constituyente, con la condición de que convocara a un nuevo Congreso.
También apunta este autor, que el 19 de abril de ese mismo año de 1923 se juntaron la Diputación Provincial de Yucatán y el Ayuntamiento de Mérida; reunión a la cual denominaron Junta Provisional Administrativa, misma que el día 25 acordó reconocer a los poderes nacionales, siempre y cuando, de igual manera se convocara a un nuevo Constituyente y se comprometieran a no intervenir en los asuntos domésticos de esa provincia.
Por su parte Tena Ramírez registra que el 5 de junio de 1823 la Diputación Provincial de Guadalajara, asimismo declaró que reconocía al Congreso de México solo como convocante y al Poder Ejecutivo Provisional en lo que resolviera para el país entero, pero que, en lo tocante a su interior, se obedecería únicamente lo que conviniera a ésta. Pero las cosas no se quedaron ahí, sino que el 12 de junio esta misma diputación convocó a las provincias de Guanajuato, Querétaro y San Luis, para que, con sus propios representantes, instalaran un congreso tendiente a conducir el gobierno en el supuesto de que llegara a faltar el de México. Posterior a Guadalajara, siguieron Oaxaca, Yucatán y Zacatecas; provincias en las que sus correspondientes diputaciones asumieron el gobierno local con independencia del de México. Estas diputaciones provinciales, poco después fueron sustituidas por los respectivos congresos constituyentes locales que se instituyeron.
Agrega este constitucionalista que, con el propósito de contener el desmembramiento del país y eliminar la desconfianza de las provincias, el Congreso emitió el 12 de junio el llamado “voto del Congreso”, mediante el cual, en vísperas de disolverse por no ser ya constituyente sino solo convocante, se pronunciaba por el sistema federal. Y cinco días después; esto es el 17 de ese mismo mes, expidió las bases para las elecciones del nuevo Constituyente. Finalmente, el 30 de octubre del mismo año de 1823 “… clausuró sus sesiones, veinte meses antes iniciadas y, durante ellos, poco más de cuatro meses suspendidas.”
Un dato interesante que apunta Soberanes, es que “el Congreso resolvió que los que entonces fueran diputados Constituyentes no lo podrían ser para el Segundo Constituyente, sin embargo, el Ejecutivo, en la Convocatoria, omitió esta restricción por considerar que se limitaba la libertad de las provincias. Al día siguiente de haber elegido diputados constituyentes, se renovarían las diputaciones provinciales en su totalidad.” Mal, me parece, pues considero que el Ejecutivo no podía eliminarla por sí mismo y menos sin siquiera consultar a dicha Asamblea, toda vez que era un acto soberano del citado Congreso; y si bien pudiera haber tenido razón en dejar a las provincias la libertad de reelegir a sus constituyentes, creo que lo más lógico y correcto era haber regresado a este órgano la convocatoria para que, con su sugerencia, la reanalizara y tomara la decisión final el Congreso.
Con toda esta conmoción política posterior al levantamiento armado de Veracruz que se reflejó en las provincias y de clara rebeldía de éstas al eje rector centralista con el que nacimos como país, ahí quedaría la flama que fortalecería el espíritu de reclamo de su respectiva soberanía como entidades, así como del federalismo, que rápidamente contagió a las demás provincias para apretar su instauración con la de la República, lo cual se concretaría en el Acta Constitutiva de la Federación Mexicana y en la Constitución de 1824. Luego entonces, podríamos decir que estas provincias fueron las pioneras del federalismo mexicano.
Pero tampoco podemos dejar de apuntar que, por este tema de las soberanías internas, de no haberse atendido a tiempo y con atingencia por el gobierno nacional, hoy habría una pedacearía de países en este espacio territorial que hoy tenemos, o de más anexiones al de los Estados Unidos de América. De esta manera se sembró la semilla de la fundación de los estados independientes entre sí, soberanos y federados. Podríamos decir que fue un federalismo forzado, que no salió del centro, sino que llegó de afuera; de las provincias.
A mi parecer, aunque ya andaba por ahí bullendo la idea federalista, considero que esta complicación política la generó el Plan de Casa Mata, cuando propuso que se creara un nuevo Congreso Constituyente, mientras que el Plan de Veracruz ordenaba que se restituyera el Congreso que había desaparecido el emperador. Y al no crearse el nuevo Congreso, este fue el pretexto, y de ahí se agarraron las provincias y surgió la chispa de desobediencia de éstas, al desconocer al Constituyente para solo reconocerlo como convocante a uno nuevo. Pero no solo fue esto, el riesgo fue mayor, pues fueron más allá al desconocer incluso al gobierno central en aquellas decisiones que no convinieran a sus asuntos internos.
Por la serie de desencuentros, intereses y toda la turbulencia política que había, coloquialmente podríamos decir que por un pelo de rana calva y se les va el país de las manos y termina desintegrado territorialmente, con lo cual hoy sería otra la imagen de la geografía política que hubiera en este espacio en el que vivimos.
En esos tiempos de convulsión política que desoladoramente se veían como de vida o muerte prematura del país por el boomerang soberanista previo que habían desatado las provincias y que seguía propagándose en las restantes, no obstante que el nuevo Congreso Constituyente ya había expedido el Acta Constitutiva de la Federación Mexicana y estaba preparando la Constitución que llevaría el mismo sello federal, regresa Iturbide del exilio a México entrando el 14 de julio de 1824 por Soto la Marina, Tamaulipas, quizá movido por esta situación y, probablemente en su imaginario, con el ánimo de querer coadyuvar a recomponer las cosas, con la intención de querer salvar al país.
Pero aquí cabe la pregunta: ¿Qué traería realmente en mente Iturbide: restablecer el Imperio o ya continuar por la vía de la República? Me parece claro que la decisión no fue solo producto de sus propias meditaciones. Seguramente hubo quienes lo aconsejaron y lo animaron a esta aventura. Pero en cuanto pisó el territorio, de inmediato fue aprehendido y le costó la vida. Se fue en mayo de 1823 y regresó en julio de 1824. Solo estuvo fuera un año dos meses. Regresó muy pronto de su destierro. Algo muy poderoso lo motivó. Al parecer no le fue suficiente el haber encabezado y liderado la consumación de la independencia del país para salvarse.
Sobre este hecho, recojamos el sentir que dejó en sus memorias López de Santa Anna, quien en ese tiempo se encontraba comisionado en Yucatán por el Poder Ejecutivo Provisional, para resolver el conflicto armado que había surgido entre Yucatán y Campeche. Dice que “en ese tiempo acaeció la sensible hecatombe de don Agustín de Iturbide en Padilla, acontecimiento que deploré sinceramente y que dió lugar a una de tantas ocurrencias que la miseria humana presenta cada día. Divulgada la noticia en Mérida, los aduladores del poder llenaron el salón de la casa de gobierno, y con la sonrisa en los labios felicitabanme por la muerte del tirano. Sorprendido con aquel cínico espectáculo, me apresuré a contestarles: Señores, si la patria reporta alguna ventaja de la trágica muerte del caudillo de Iguala, felicítenla enhorabuena, mas a mí de ninguna manera. Ciertamente que no estuve acorde con su coronación imprudente y con la espada en la mano reclamé los derechos del pueblo para que dispusiera de sus destinos como quisiera, más nunca fui enemigo personal del héroe: En Yucatán no se le hubiera privado de la vida. Los felicitantes se retiraron confundidos. De esta ocurrencia los círculos de la ciudad se ocuparon algunos días.”
Sin lugar a duda ya se sabía de la intención de Iturbide de regresar a México, y creo que esta fue la razón por la que el nuevo Congreso se adelantó a los hechos, pues como registran David Guerrero Flores y Emma Paula Ruiz Ham en su obra “El país en formación”, “el 28 de abril, el Congreso Constituyente promulga un decreto por el que declara traidor a Iturbide; en caso de presentarse en territorio mexicano, bajo cualquier argumento, será considerado enemigo del Estado. El decreto no fue conocido por Iturbide, quien residía en Londres y planeaba regresar a México para ofrecer sus servicios, en caso de una intervención europea.”
Años después, el 27 de octubre de 1838, con gran solemnidad la Catedral de México recibió los restos mortales de Agustín de Iturbide, lugar donde descansan, que fueron trasladados desde Padilla, Tamaulipas, donde fue fusilado el 19 de julio de 1824, al condenarlo a esta pena capital el Congreso local, atendiendo a lo prescrito en el decreto del 28 de abril del Congreso Constituyente.
Como se dice en el argot popular, su Imperio, el que él fundó, “murió por la patria”.