lunes 08 julio 2024

Democracia o dictadura

por Amado Avendaño

En el 2024, como desde ahora, solo habrá de dos sopas: retomar el rumbo de la democracia o permitir la instauración de un maximato, en los hechos, una dictadura.

Con la certeza de que los números no le dan para repetir un triunfo como el de 2018 y con muy altas probabilidades ni siquiera ese triunfo, López Obrador ha perdido todo recato y está convertido en un porro con poder, violando la ley, acosando a opositores, a los medios, a organizaciones de la sociedad civil y hasta gobiernos extranjeros.

La tentación de provocar una ruptura del orden constitucional es su última carta, pero siempre acostumbrado a ser un temerario, un irresponsable y un pendenciero, es capaz de cualquier cosa con tal de conservar poder y atención porque su naturaleza es promover el caos, que es donde se siente más cómodo y a lo que más raja ha sacado históricamente.

Frente a ese escenario está una oposición política desgastada, en permanente conflicto consigo misma y con la sociedad y con una obsesión enfermiza por conservar privilegios por encima de cualquier consideración.

El único contrapeso real que queda son las instituciones de la democracia con el respaldo de la sociedad civil, que se niegan estoicas a sucumbir ante el autoritarismo, como la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el INAI y a pesar de todo, el INE.

En este rio revuelto que desemboca irremediablemente en la elección presidencial de  2024 y que para muchos augura el desastre, en realidad asoma una gran oportunidad de que el timón de la nave lo retome la tan descalificada y menospreciada sociedad civil, aún no tan organizada pero sí cada vez más entusiasta y nutrida.

La batalla que hay que dar para preservar la democracia y no caer lentamente en la trampa de un autoritarismo dictatorial, tiene que ver básicamente con la actitud.

Recurriendo al concepto atribuido a Henry Ford acerca de que quien cree que las cosas son posibles hace todo lo que esté a su alcance para lograr que lo sea; o por el contrario, si considera que algo no lo es, busca afanosamente los pretextos y la forma de justificarse para que no sea posible, la sociedad mexicana en realidad tiene en sus manos como nunca el futuro del país.

Es decir, en los hechos es perfectamente posible derrotar al autoritarismo inundando las urnas de votos; en la realidad, dependerá de que la gente lo crea para que salga el domingo que le corresponde a cumplir con su obligación más básica como ciudadanos.

Eso es lo que sucedió el 13 de noviembre de 2022 y el 26 de febrero de 2023: la gente creyó en sí misma y salió a las calles a manifestarse con la firme convicción de que con su voz podía defender al INE.

En un universo paralelo, de no haberse dado esa primera movilización, lo que ocurrió después quizá no habría pasado y en consecuencia, muy probablemente, la alianza entre los tres principales partidos de oposición no se hubiera podido reconstruir y habría sido mucho más fácil para el partido en el poder coptar a los legisladores necesarios para hacer pasar una reforma constitucional que desapareciera al INE.

Esas dos sopas las tenemos todos los mexicanos que tenemos una credencial de elector vigente; la disyuntiva es si la mayoría va a optar por quedarse en la comodidad de la queja envueltos en la apatía y el derrotismo sin hacer nada o si está dispuesta a asumir la responsabilidad de ser ciudadano con todas sus letras y cambiar de una vez por todas el rumbo de este país.

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