Votar es un derecho humano, constitucional y legal; pero de igual modo, es un deber y una obligación de responsabilidad constitucional, legal, histórica, democrática, cívica, moral y ciudadana. Pero no porque sea un derecho, esto significa jurídicamente que se ejerza de manera anárquica; como se quiera y cuando se quiera; es decir, al gusto y parecer de las personas. No, hay principios y reglas, como en todo Estado que se precie ser de Derecho, para ejercerlo y hacerlo efectivo; como también las hay en el caso del cumplimiento de esta obligación, que la propia normativa las especifica. Esto es de elemental Derecho y estilo de vida democrática.
Jurídicamente no está permitido no votar en los procesos electivos; esto es, abstenerse. Necesariamente estamos obligados a acudir a las urnas y votar. Otra cosa distinta es que, por no ir a votar, en la práctica no se apliquen sanciones por mala costumbre o por algunos otros motivos que no son justificables, porque por esta razón, en buena parte de la población se ha propiciado y arraigado la mala cultura de la abstención. Ya Platón, el gran filósofo de la antigua Grecia, decía desde aquellos lejanos tiempos: “El precio de desentenderse de la política, es el ser gobernado por los peores hombres”.
En efecto, la política es también de los ciudadanos y les debe importar mucho, porque en un Estado de Derecho democrático ellos son la soberanía; los mandantes y los que con su actuación a través de los mecanismos electorales y su voto, deciden quienes deben conducir al país y como lo deben hacer. Por eso la política es de todos y somos todos; esto es, en la política estamos comprendidos todos. Dentro de la política civilizada y mediante el voto responsable, sí se puede tener mejores gobiernos y un mejor país, y todos juntos como sociedad, lo haremos mejor.
No votar no solo es un error que puede ser garrafal y trascendental, sino una irresponsabilidad, salvo causas verdaderamente justificadas de fuerza mayor o motivadas por razones auténticas de imposibilidad física o mental para emitir el sufragio. Es más condenable para quienes propician y para quienes se prestan a torcer la dirección libre y genuina del voto ciudadano, porque además se viola la normatividad que lo inspira y regula, en perjuicio del Estado de Derecho, de la democracia, de las instituciones, del país y de la calidad ciudadana que deberíamos ir cultivando cada vez más.
Pero hay que subrayar que el sentido y acción de votar, va en dos direcciones que corren de manera paralela y que no se contraponen. Por el contrario, se complementan y se amalgaman para hacer un nudo ciego indisoluble, fuerte y compacto que legaliza y legitima a los gobiernos electos, al mismo tiempo que le da sustento y rumbo democrático a un país, a un estado, a un municipio, o a todos al mismo tiempo, cuando los procesos electorales los involucra simultáneamente a todos, con el impulso siempre activo y benigno de la genuina participación ciudadana.
La conciencia patria y cívica no se vende ni debe prestarse a sentimentalismos, cuando se es verdaderamente ciudadano de acendrados principios patrios. Hacerlo por una dadiva para satisfacer solo un momento extremamente corto, aún con necesidades, porque esa dadiva siempre será insignificante y de poca monta[1] comparada con la dimensión de lo que se juega en una elección, que son los destinos de un país, de una entidad o de un municipio por un lapso de tres o seis años en cualquiera de sus dos esferas: la legislativa y la de la administración pública, es sacrificar la libertad y el derecho a decidir que tenemos todos, así como también es traicionarse a sí mismo y a su país, además de poner en riesgo su tiempo de vida y condenar a las futuras generaciones a vivir en escenarios no deseados; cuando más bien, es uno de los mejores momento en que se tiene la oportunidad de blindar y garantizar el derecho de nuestros descendientes a tener un mejor futuro. Bien decía el presidente de los Estados Unidos de América, John Fitzgerald Kennedy: “La ignorancia de un votante en una democracia perjudica la seguridad de todos.”[2] Y yo agregaría, así como también la armonía, el desarrollo y bienestar de todos.
Tenemos que aprender y acostumbrarnos a caminar por el sendero civilizado del respeto a la ley y de cumplir con la ley, y no por el de la fuerza. Dejar el atajo cómodo de la indolencia, de la pereza, de la simple inercia y de la irresponsabilidad, mostrando siempre la imagen de desobligados, así como de la bravuconada, de la amenaza, de la invasión y asalto a las instituciones, de las expresiones estridentes agresivas y ofensivas de alto voltaje, y del chantaje por medio de la fuerza. Debemos actuar siempre con la fuerza de la razón jurídica; no de la sinrazón.
Siempre debe permear y prevalecer la fuerza de la ley y su aplicación inmaculada sin torceduras ni buscándole recovecos forzados, como lo impone y mandata toda civilización político-social organizada, y no querer imponer y hacer valer el derecho de la fuerza, a la usanza de los tempranos tiempos de la humanidad ya muy superados; y mucho menos cuando ésta se manifiesta de una manera violenta y, a veces, hasta feroz y bruta. La norma debe aplicarse puntualmente a todos por igual. No puede haber benevolencia para quienes la quebrantan porque son amigos, seguidores o aplaudidores, y aplicación rigurosa e implacable para los enemigos.
Vivir en el terreno del derecho de la selva; esto es del más fuerte; en el que de lo que se trata es demostrar quién es más fuerte mediante manifestaciones de poder para hacer valer esa fuerza, a efecto de imponer su voluntad y derecho por ser el más fuerte, y no el del verdadero Derecho y el de las instituciones que lo aplican, es un error en nuestro tiempo, ya que para eso existen, precisamente para atemperar el dominante temperamento que a veces despiertan y dominan las emociones, los ánimos y las pasiones, para a través de las reglas escritas entrar en el civilizado carril del juicio y de la sensatez. A la fuerza nada, con la ley y el derecho en la mano todo. La autoridad del Derecho no debe estar a discusión; la autoridad de la ley debe respetarse.
Me resisto a aceptar tajantemente, en su sentido negativo como suele usarse, que todos tenemos el país que merecemos, tal como lo expresa la lapidaria oración salida de la pluma de Joseph de Maistre: “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”[3]; en nuestro caso, por los vicios que podamos tener y solo por el actuar de algunos cuantos por apatía, desgano e irresponsabilidad. Es mentira quienes expresan que está en nuestro ADN algunas de estas indolencias. Lo que si es cierto, es que está en nuestras manos sacar a relucir nuestras virtudes decantadas a través de nuestra rica y noble historia, porque no somos una nación de desdichados y fracasados, sino un pueblo de recios principios y valores, que algunos gobiernos han traicionado al no estar a la altura para enaltecerlos, sobajando la confianza que en ellos se depositó mediante el sufragio ciudadano, al no reflejar en el trabajo de gobierno para el que se les contrató, los fieles sentimientos, no de pedazos, sino de la nación entera.
El ejercicio del derecho al voto en plena libertad, conciencia y responsabilidad, no es de complacencias; para satisfacer caprichos, ni de gratitud por la baratija que se ofrece y recibe a veces, como tampoco es de miedos, porque ¿miedo a qué? El miedo en todo caso, y más que miedo debe generarnos terror; es el que debemos sentir por no ir siempre a votar o no hacerlo con la conciencia y responsabilidad personal y de país a que estamos obligados, ya que al no hacerlo por dejadez o simplemente por inercia porque al fin y al cabo no todos votan, o hacerlo por unas migajas, dejemos un país de incertidumbre y tristeza a nuestros descendientes. Ellos y el país no lo merecen, y nos lo reclamarán y nos condenarán por no votar o por hacerlo de forma irresponsable.
¿Y porque digo que es un derecho y una obligación política, jurídica, cívica y humana que a la vez forman un resistente nudo gordiano? Miren; el Artículo 35 en las fracciones que enseguida veremos, de la Constitución General del País, dicen en cuanto al derecho al voto lo siguiente:
“Artículo 35. Son derechos de la ciudadanía:
“I. Votar en las elecciones populares;
“VIII. Votar en las consultas populares sobre temas de trascendencia nacional o regional….
“IX. Participar en los procesos de revocación de mandato.”
Y por lo que hace a la obligación de votar, los artículos 36 y 38 de la propia Ley Fundamental de la República expresan que:
“Artículo 36. Son obligaciones del ciudadano de la república:
“III. Votar en las elecciones, las consultas populares y los procesos de revocación de mandato, en los términos que señale la ley;
“Artículo 38. Los derechos o prerrogativas de los ciudadanos se suspenden:
“I. Por falta de cumplimiento, sin causa justificada, de cualquiera de las obligaciones que impone el artículo36. Esta suspensión durará un año y se impondrán además de las otras penas que por el mismo hecho señalare la ley.” Y en su último párrafo, agrega que “La ley fijará los casos en que se pierden, y los demás en que se suspenden los derechos de ciudadano, y la manera de hacer la rehabilitación.”
Tenemos que vencer y dejar atrás la cultura de la abstención, para arribar a la cultura democrática del voto razonado y responsable. Solo de esta manera podemos evitar la superficialidad en la política y en el servicio público. Hay una máxima interesante que bien nos acomoda, que dice: “La política es demasiado importante como para dejársela a los políticos”[4], la cual no debemos verla con la superficialidad con que muchas veces estamos acostumbrados a leer pensamientos cortos, sino por el contenido y sentido que encierra la misma; pues en efecto, la política en su visión amplia nos involucra a todos como integrantes de una sociedad organizada, y no solo es un segmento que esté reservado o destinado en exclusividad para los políticos que hacen de ella una forma de vida cotidiana con el propósito de llegar a las instancias del poder.
Quiero terminar con dos importantes frases más: una del discurso de toma de posesión del presidente Kennedy, porque considero que su profundidad nos acomoda, incumbe e involucra a todos los que verdaderamente tenemos principios y sentimientos patrios, y debería serlo también de todos los que no somos personas errantes, vagabundas o apátridas, sino que tenemos identidad nacional; esto es, sentido de pertenencia a un país. Eh aquí sus palabras: “… compatriotas: preguntad, no qué puede su país hacer por ustedes; preguntad qué podéis hacer ustedes por su país.”[5] Y en el caso que nos ocupa, considero que mucho podemos hacer por el país, votando siempre con verdadera conciencia y responsabilidad.
Hoy es nuestro tiempo y debemos actuar con valor, con firme decisión y responsabilidad. Un ciudadano de a de veras, consiente, responsable y con espíritu patrio, no debe ni puede por flojera, desidia o comodidad “tirarse a la hamaca” y “nadar de a muertito”, como expresan los refranes populares. Tenemos que salir a votar; votar bien y hacerlo de manera responsable para contar y dejar un país con la certeza de tener un mejor futuro. No vayamos a lamentar que por no votar, y aquí se comprende a mujeres y hombres, lo que mañana la patria le podría reprochar y decir dolidamente a sus hijos: “Llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre.”[6]
[1].- La limosna que dan no resuelve las necesidades suficientes y de largo plazo de las personas que las reciben; si acaso, y siempre y cuando éstas sean verdaderamente de utilidad porque casi siempre son de utilícese y tírese; es decir, desechables una vez usados o del modesto alimento que se reciba, no es nada, para a cambio de eso, comprometer el futuro del país, del Estado o municipio según sea el caso.
[2].- Frase expresada por John F. Kennedy en una entrevista en Hyannis Port, Massachusetts, el 25 de noviembre de 1961, ante Aleksei I. Adzhubei, editor del periódico ruso “Izvestia” y yerno del primer ministro soviético Nikita Khrushchev.
[3].- Joseph de Maistre. Fue un jurista, filósofo y diplomático, de la hoy Francia, que vivió en los tiempos de la Revolución Francesa.
[4].- La autoría de esta expresión se le reconoce al político alemán, Konrad Adenauer, quien fuera Canciller y Primer Ministro de Alemania. Lo interesante es que, a primera vista, esta locución que aparenta va en demerito de la clase política, la haya acuñado un político; sin embargo, considero que no es así, sino creo que su verdadera orientación va en la dirección de involucrar activamente a toda la sociedad en la política, para la mejor conducción de un Estado.
[5].- John F. Kennedy, trigésimo quinto Presidente de los Estados Unidos de América. Discurso inaugural del día de su investidura, el 20 enero 1961, en Washington, D. C.
[6].- Esta frase se le atribuye a la sultana Aixa, madre del último rey islámico de Granada, Boabdil el Chico, quien se lo dijo al entregar Granada a los reyes católicos, el 2 de enero de 1492. Sin embargo, hay quienes sostienen que la escribió tres siglos después el padre Echevarría en una obra titulada Los paseos de Granada, un tanto cuanto en perjuicio de la imagen del rey moro.