¿Quién no tuvo desilusiones cuando fue niño? Estas son algunas de las mías.
1. Entre los diez y los doce años, Batichica era algo así como la chica buena a quien yo querría como la mamá de mis hijos y Gatúbela para divertirme en el infierno. Pero cuando supe que la voz de Batichica, en el doblaje mexicano de la serie de televisión, era María Antonieta de las Nieves, cancelé para siempre esa posibilidad. Cada que imaginaba un aquellarre con la aliada de Batman imaginaba a la Chilindrina en tremendo berrinche o con sus colitas y mejor me iba otra vez al infierno (de donde nunca más volví a salir).
2. Ultraman era mi héroe y de algún modo lo sigue siendo, pero me despedazó el corazón ver la fotografía donde Ayata (así se llamó quien se convertía en Ultraman) está colgado de unos cables para semejar el vuelo que a todos nos fascinaba. Se atenúa el sufrimiento cuando me vuelvo a ver con la máscara de Ultraman lanzando caratazos contra los malos porque ésta era de un plástico tan endeble como los principios de austeridad de César Yañez.
3. Cuando supe que la mamá de Carlangas, doña Isabel, le entraba a la ficha para mantener a su hijo, amigo de Ernestillo, Ricardo y Memín (Sentí menos feo pero igual me llegó saber que Foforito no era hijo de Regino y Borola o que Kaliman y la Bruja Blanca no pudieron cristalizar su amor).
4. Enterarme de que a la niña más bonita del salón le gustaba ABBA y César Costa.
5. Descubrir que la toalla que me ponía para volar no funcionó cuando me lance de un muro de unos dos metros de altura y todavía mi mamá me jaló de la patilla para llevarme a la casa.
6. Lloré, sí, lloré, como lo leen, con todas las maldades que le hacían a Carlos Augusto y Rina, en la telenovela que llevaba el nombre de ella, una abnegada mujer jorobada.
7. Tendría unos cinco años y una espada invencible, o eso creía, que transmitía su poder a un matamoscas sin la red de plástico. Un niño igual que yo me estaba molestando y me sentí obligado a mostrarle el poder de mi espada pero, instantes después, me puso una madriza en la que todavía me veo tirado en el piso al lado de mi matamoscas roto.
8. La revelación que para mí significó que los bulbos de mi aparato de televisión no eran lo más acabado en tecnología. Y que no existían las personas grises, al menos no por la piel.
9. También me desilusionó ver que pasaban los capítulos de “Ahí viene Cascarrabias” y Terry jamás le tiró la onda a la Princesa Amanecer.
10. El día que vi el rostro del Santo sentí algo parecido a mirar bailar a John Travolta una rola de los Ángeles Azules.
11. Cuando Prudencio el Pajarito Cortés dejó a los Cremas del América y se fue con los Tecos de la UAG.
12. Enterarme de que a Topo Gigio lo movía una mano y que por eso el fondo donde actuaba era negro y lo mismo me pasó cuando mi papá me explicó que Neto y Titino eran marionetas, así como los fanáticos de ya saben quién, pero de cartón.
13. Cuando supe de la muerte de Tadayoshi Kura, o sea, Takeshi, el hermano de Koji, los niños que acompañaron a la Señoria Cometa en tantas aventuras (Snif, snif).
14. El sufrimiento de mi tía Celia, quien en verdad idolatraba a Luis Echeverría, al darse cuenta de que José López Portillo no la defendió como un perro ni a ella ni a cientos de miles de personas que perdieron todo su dinero con la devaluación.
Por eso al paso del tiempo uno se ha vuelto más rudo.