En una sobreactuación que lo demerita como senador de una democracia, el priista Omar Fayad considera que para evitar que los reclusos escapen de cárceles de máxima seguridad “lo ideal sería una bola pegada al pie o que estuvieran encadenados”.
Es comprensible que, como presidente de la Comisión de Seguridad Pública del Senado, Fayad viva una situación desesperada. Ocupa esa responsabilidad, pero es priista y debe defender al gobierno ante lo indefendible: la fuga del reo más peligroso del país.
Pero su obligación política no puede superar la de legislador de todos los mexicanos, cuyos derechos humanos están por encima de gobiernos y políticos de turno. Es demencial creer ideal “bolas” y “cadenas” para alguien, por criminal que sea.
Se entiende la pretensión de endurecer controles y obligar a los presos de alta peligrosidad a portar brazaletes que garanticen su localización. Aunque El Chapo tenía uno y se lo quitó con una pinza.
Sin embargo, para eso Fayad tiene otra idea: “Un dispositivo que puede ir en el cuello o un brazalete electrónico, que no se lo puedan quitar a menos que se corten la mano o el pie”.
Olvida que, en democracia, el Estado queda obligado a procurar la efectiva readaptación social como ordena la Constitución, por muy criminales que sean los presos, pues ya de por sí su condición (especialmente en prisiones de máxima seguridad) es casi como una muerte en vida.
Algo parecido a aquello que el imperio romano denominaba “muerte civil”: perder los derechos de potestad, patrimoniales, políticos…, prácticamente el status de persona, cuando van a pasar el resto de sus vidas en un minúsculo cubículo hostil y oclusivo.
Entonces es pertinente preguntar al senador Fayad:
—¿Para que El Chapo no escapara “lo ideal sería una bola pegada al pie o que estuvieran encadenados”?
Porque en su celda tenía instalado un sistema de vigilancia de circuito cerrado, monitoreado las 24 horas desde el interior del penal y la Policía Federal, y el penal opera bajo estricto cumplimiento de protocolos y estándares mundiales requeridos en cárceles de máxima seguridad.
Además del sistema de videovigilancia de más de 750 cámaras y monitoreo permanente, con puntos de revisión, bardas perimetrales, aduanas peatonales y vehiculares, torres de vigilancia internas y externas, y 26 filtros entre esclusas.
Ante todo esto ¿”lo ideal sería una bola pegada al pie o que estuvieran encadenados”? Bastaría con que todo esto sea cumplido o los reos no permanezcan 17 meses en la misma celda, como El Chapo, o el sistema de alertas subterráneas del penal no sea desconectado…
Que alguna autoridad observara que a 1.5 kilómetros del penal 300 camiones sacaban tierra durante un año…
Ufff: que algunos hubiesen hecho su trabajo.
Este artículo fue publicado en La Razón el 21 de Julio de 2015, agradecemos a Rubén Cortés su autorización para publicarlo en nuestra página