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viernes 08 noviembre 2024

Día de Muertos: ¡a volar!

por Regina Freyman

Llegamos felices a Madrid tras un maravilloso viaje por la costa del sol de Andalucía. Rumbo al hotel, una pareja que me resultó sospechosa, hoy ya sé por qué, abrió mi backpack. Arrastraba mi maleta con trabajos: las llantas ya envejecieron de tanto rodar entre estaciones de tren y hoteles. Los sospechosos tomaron un solo objeto: mi cartera con nuestros pasaportes.

Al llegar al hotel la suspicacia se corroboró: la joven pareja me había robado. La desconfianza es hoy premisa y el conserje urgió documentos. Es posible que mis manos temblorosas hayan obrado de santo y seña o quizás la fortuna de que Héctor, mi esposo, traía su cartera y en ella su INE (identificación plena y suficiente en territorio mexicano).

La identificación derritió el cerco y el joven comenzó a ser amable, nos mencionó la afortunada cercanía de la comisaría policial y claro, nos dijo que era imperioso que levantáramos la denuncia: yo tenía que acreditar mi identidad.

Caminamos bajo la lluvia, desorientados como perros sin dueño. En la comisaría sólo había una persona antes que nosotros y tras una hora de espera un amable murciano terrícola, tomó la denuncia. En la sala de espera descubrí que mi INE se salvó del secuestro a mis pertenencias: respiré mejor. La verdad es que el joven nos dio aliento a pesar de que nos recordó que al día siguiente era Día de Muertos y la embajada no podría atendernos. Pero seguro la aerolínea y las autoridades serían comprensivos ante la excepción. El vuelo de regreso salía justo el día primero de noviembre del 2021 de la era de la pandemia.

Salir de viaje después de año y medio de encierro era de por sí estresante, pero el amor nos volvía a España, la nación donde recibimos la noticia de que el mundo debía parar. Fueron año y medio de preparativos; a Héctor le pusieron dos vacunas Covid diferentes, y para colmo, sólo una apareció en el certificado de vacunación, así que consideramos cambiar la fecha de salida, pero el costo era alto, así que lo mejor era investigar las condiciones. Había modo, así que salimos.

Los momentos inolvidables y gratos de esta travesía serán objeto de otro texto. Éste busca el desahogo y la denuncia, porque ser víctima en el extranjero, en pandemia, con un vuelo marcado en fecha de asueto obligatorio (la embajada cierra) de un robo de pasaportes y medios de pago, es una verdadera aventura de terror.

Hablé a una línea de emergencia de la embajada y una amable voz masculina me confirmó que no habría modo de atendernos, pero que seguramente la aerolínea, que era el hueso duro de roer, comprendería.

Sin certezas no se duerme, se ensayan escenarios y se espera a que quiebre el día. Empacamos, salimos al Aeropuerto de Barajas y las piernas me temblaban en la fila para documentar. La amabilidad del hombre del registro fue notable, nos tranquilizó y emitió nuestros pases de abordar. Ahí empezó realmente la pesadilla.

Cruzamos migración y, en una “lotería” me tocó ser elegida para revisar mi equipaje contra explosivos. Me reí, el inspector me preguntó y le conté la historia del robo, le dije que eso era un juego de niños. Me respondió amable que no me confiara, que me faltaba pasar migración y que sabía de mil casos de pasajeros retenidos. Me reí del spoiler y se lo comenté a Héctor.

El pronóstico se cumplió y después de pasear por el duty free, fuimos a migración, donde un oficial rubicundo de ojos muy claros no me permitió explicar, no quiso ver mi denuncia, como tirano impaciente y altanero me dijo NO es no. No se va. Otro oficial a su lado nos escoltó colérico a la salida, asqueado ante nuestras súplicas. Como si fuéramos delincuentes fuimos conducidos a la salida. Una empleada, al ver mi desesperación me dijo “vaya a la comisaría del aeropuerto”.

Fuimos. El oficial en principio se mostró amable y aseguró que hablaría con su jefe. Sin promesas por supuesto; pero si la línea mexicana no tenía inconveniente no veía problema. El jefe nos devolvió un vomitivo “No”, rotundo como el de su subalterno, sin leer la denuncia; vamos, sin mirarnos a los ojos. Se teme la llegada de la era de los algoritmos y los robots, pero ¿qué no son más de terror los seres deshumanizados?

¿Qué haríamos sin dinero y sin pasaportes? Seguramente encontraríamos respuesta, pero no era justo. Desesperados acudimos de nuevo a Aeroméxico, con la esperanza enredada en las llantas planas de mi maleta, pero había que insistir. Un día en Madrid en esas condiciones no pintaba bien. La encargada de la estación me dijo, con ese característico acento español y con absoluta certeza “¡ustedes vuelan! que yo me encargo”.

Aún había que volver a pasar revisión de equipajes y migración. El boleto ya no abre las puertas de seguridad una vez que se ha transitado, el personal de seguridad vuelve a pedir los pasaportes mientras la encargada de Aeroméxico nos espera en migración. Hay que explicar todo de nuevo, la oficial quiere llamar a su jefe. El mismísimo que nos espetó un no por mediación. Tal vez nuestra angustia o el papel de denuncia que moví frente a su cara con más presteza que una Manola el abanico, abrieron el cerco.

Llegamos ante la rubia y odiosa esfinge, a su lado un nuevo oficial de mayor edad nos recibió. La representante de nuestra línea aérea explicó con detenimiento nuestra situación. A ella sí la escucharon. Posteriormente rezaron una retahíla que hemos venido oyendo desde el hurto: si México y la aerolínea no tiene problemas nosotros tampoco. El remedo de nazi enrojece sin mirarnos, el policía mayor nos da explicaciones que son absurdas dado que desde nuestro primer intento por subir a la aeronave llevábamos un pase de abordar, signo inequívoco de que la compañía mexicana había dado su anuencia.

Todo esto lo escribo desde el asiento 36b de un dreamliner. Justo en este instante anuncian una falla técnica que debe ser revisada. Esperamos que esto no sea motivo de una nueva pesadilla.

¿Por qué escribo esto? Porque quisiera allanar el camino de la próxima víctima. Las leyes y las autoridades están para servir a los ciudadanos honestos. Se deben prever estos acontecimientos. Nadie debería quedar atrapado en Día de Muertos ni tratar de justificar lo imprevisible. Queda a las autoridades, a las empresas turísticas ayudar a quien ha sido vulnerado, en lugar de someterlo a múltiples revictimaciones.

Aeroméxico se portó muy bien, pero no paramos de insistir y buscar el modo de suscitar empatía, estoy segura de que muchas personas han quedado atrapadas por la intransigencia de no imaginar que los incidentes suceden también en días feriados.

¡Fiuuuu, despegamos!

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