Después de los repudiables acontecimientos de violencia en los Estados Unidos ¿alguien duda que el discurso político racista y xenofóbico es el que impulsó a jalar el gatillo? ¿alguien duda que la arenga política llena de rencor, intolerancia y odio también mata?
Porque hoy la evidencia es contundente: el discurso político cargado de odios contra el que es distinto sí puede ser potencialmente mortífero.
Pero más grave aún cuando esta prédica del odio es utilizada conscientemente por políticos sin escrúpulos para manipular las emociones de temor y enfado de sus creyentes.
Sus arengas políticas están cargadas con esta retórica para hacerse del poder y, ya instalados en el cargo, la mantienen como una política oficial para imponer una gobernabilidad autoritaria.
Ganan con reglas democráticas, pero van adoptando otras medidas de corte autoritario para perpetuar su proyecto político en el poder.
Este tipo de políticos lanzan de manera constante su apología cargada de odio contra “enemigos” inventados, a quienes acusan de ser responsables de todos los males en su país, de estar complotando contra su proyecto o saboteando su gobierno.
Para ellos es necesario mantener un estado de confrontación continua contra esas “amenazas” para presentarse como los “salvadores” del pueblo y de la patria, a los que se les debe tener una obediencia ciega y desearles gloria eterna por tal hazaña.
Buscan ganarse la simpatía de amplios sectores de la población ofreciendo soluciones radicales o extremistas, que tienen poco o nulo sustento técnico y que están aderezadas con ese discurso de odio.
La masa de simpatizantes se fanatiza con sus prédicas; no hay razonamiento ni diálogo entre el líder y sus adoradores, sino un seguidismo casi religioso. A tal grado de que sus feligreses actúan por automatismo y de manera intolerante contra los sujetos del odio.
Con Donald Trump y López Obrador, como líderes opositores y ahora como presidentes, tenemos dos claros ejemplos de este tipo de políticos que utilizan como parte de su retórica ese discurso del odio y la confrontación permanente contra enemigos creados.
Como candidato Trump adoptó esa retórica contra los migrantes hispanos y de manera muy directa contra los mexicanos, señalándolos con calificativos de odio y desprecio: “invasores”, “violadores, “traficantes”, “drogadictos” y “asesinos”.
López Obrador construyó un discurso similar para lograr la presidencia de la república. También inventó enemigos y los señaló peyorativamente: “la mafia del poder”, “la minoría rapaz”, “los neoliberales”, “los conservadores”, “la prensa fifí”, “la izquierda radical”, “políticos corruptos y fantoches”, etc.
Ahora ya en el cargo continúa con esa lógica guerrerista para mantener control político y perpetuar su proyecto. Arenga contra los que no respaldan a la Cuarta Transformación o que la cuestionan.
Ese discurso de confrontación es acompañado de ciertas medidas y acciones de control político que son antidemocráticas, como son: La ley Garrote, la Ley Bonilla, la militarización de la seguridad pública, la excesiva centralización del poder en el Ejecutivo y el uso clientelar de la política social.
Al igual que Trump, el presidente López Obrador es intolerante con opositores políticos y medios de comunicación que son críticos de su gobierno. Tienen un gran parecido en su retórica de antipatía y resentimiento contra los diferentes.
En el fondo esa identidad hace que tengan un cierto entendimiento entre ellos, tanto que el mismo López Obrador no quiere hacer ni decir nada que incomode al presidente norteamericano. Se suma dócilmente a su exigencia de endurecimiento contra los inmigrantes y militariza las fronteras. Prefiere ser laxo y no exigirle a Trump personalmente que le ponga fin a su violencia verbal contra los mexicanos.
En Estados Unidos esta retórica de la violencia ya provocó heridos y muertos, que por desgracia son hispanos, varios de ellos mexicanos. Situación que ha provocado terror en los millones de latinos que viven en el país vecino, pues temen que por su origen puedan ser alcanzados por esa violencia extremista.
En México el endurecimiento de la política migratoria, conforme a las exigencias del gobierno norteamericano, ya generó una primera víctima en la frontera sur cuando un guardia de migración disparó contra un indocumentado causándole la muerte.
Es momento de que el presidente López Obrador modifique ese discurso de confrontación e intolerancia. Si le puso fin a la guerra contra el crimen organizado ¿por qué no también hace lo mismo con los opositores y críticos de su gobierno?, pues el único arsenal que tienen son las ideas y sus visiones diferentes.
El último clavo
Al respecto, dice el Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos que los gobiernos están a tiempo de tomar medidas para frenar los discursos de odio que alientan la violencia.
Es deseable que los presidentes Donald Trump y López Obrador corrijan sus formas de hacer la política, por el bien de la democracia y la paz pública.
Que lo quieran hacer o que lo puedan lograr es otra cosa; la retórica del odio y la intolerancia es algo que tienen metido hasta el tuétano.
Al fin de cuentas, hay políticos conservadores y autoritarios que utilizan el clima de violencia para justificar que se alarguen periodos de gobierno o que se adopten formas totalitarias en el poder.