Muchos de ustedes ya conocen la desproporcionada comparación que, en Twitter, hizo el doctor Lorenzo Meyer. Quienes no, pueden leerla enseguida:
En lo simbólico, la toma de “Los Pinos” por los ciudadanos el 1° de Dic., tuvo un cierto aroma a la toma de La Bastilla en 1789, en Paris. Con la ventaja de que aquí todo fue pacífico.
— Lorenzo Meyer (@DrLorenzoMeyer) 4 de diciembre de 2018
Equiparar ambos hechos es una desproporción, incluso aunque se trate (como se trata) de hacer propaganda sobre la base de adulterar el significado de ambos acontecimientos. Pero al historiador Meyer no le importa.
La Bastilla fue una fortaleza medieval que, entonces, no tenía más de siete prisioneros y su toma fue un símbolo del derrocamiento de la monarquía durante la revolución francesa de 1789. En cambio, Los Pinos fue la residencia de la familia del Presidente, electo en una democracia, inmadura y frágil, pero una democracia. En cualquier caso, México no vivía una monarquía antes del pasado primero de julio ni las demandas de la sociedad eran igualdad, fraternidad y libertad, como en la revolución francesa. Más aún, el espíritu de nuestras leyes tiene precisamente esas aspiraciones: Andrés Manuel López Obrador es presidente precisamente por un proceso electoral que en la monarquía no existía.
Lo que sí podemos afirmar es que en el siglo XVIII como ahora, existen vasallos y pregoneros del poder.