Jano es el dios de la mitología romana representado como un ser con dos caras contrapuestas que miran en direcciones contrarias. A lo largo de milenios, esa figura clásica lo mismo ha podido servir para un barrido que para un regado: símbolo de la dualidad, opuestos constituidos en un mismo ser, o lo que se le ocurra a cualquiera
Así, la senadora María Merced González lo mismo puede aparecer como la que utiliza su condición de cercana al poder para propinar —junto con su hijo— una golpiza brutal a la indefensa —en todos sentidos— ex pareja de su vástago, que publicar en un diario capitalino un sesudo artículo en defensa de los derechos de la mujer, en abstracto, con redacción que pretende reflejar una republicana y feminista indignación por los abusos contra el género femenino.
Así pues, la senadora hidalguense se nos presenta con dos caras: una real, cruda, la del abuso de la posición política y otra prefabricada, la de la feminista indignada que publica una «rabiosa» defensa de las mujeres víctimas del abuso de los machos abusivos.
El siete de agosto la senadora publicó en «El Heraldo» un texto del que podemos extraer, como magníficas «perlas», unos cuantos párrafos:
Para comenzar, un incendiario título: «¡Pongamos fin a la violencia contra las mujeres ya!». (Tremebunda la cosa).
Señala con índice de fuego que eso «ya no debe tolerarse más, puede y debe prevenirse y emprender su erradicación de inmediato».
Ya encarrerada, la senadora propone: «Empezar a ponerle fin implica recomponer el tejido social, reconocer y condenar la violencia en todos los ámbitos de convivencia como patrón de conducta machista por el que se fuerza a la mujer a una situación de subordinación, condenar y sancionar como ilícita toda manifestación de relaciones de poder históricamente desiguales que han conducido a la dominación de la mujer y a la discriminación por parte del hombre… no más feminicidios como los de Yrma Lydya o Debanhi».
Y se sigue en el mismo indignado tono otros párrafos impregnados de feminista indignación, en tanto que la nariz rota, las laceraciones en todo el cuerpo sufridas por su ex nuera, Daniela García, a manos de la feminista legisladora y su hijito, Ramsés, aún no se curan.
Tal parece que una vez que envió al diario el texto pergeñado por algún secretario que recortó párrafos de diferentes textos feministas, María Merced se encaminó a «ajustar cuentas» con la ex nuera que se resiste a que le arrebaten la custodia del hijo procreado con Ramsés.
Y lo hizo con la confianza total de quien se sabe protegida, no tanto por el fuero, sino por el hecho de formar parte de un partido político que ejerce el poder con brutal cinismo, que dispensa impunidad total a los fieles que gustosos ofrecen «obediencia ciega» y «90 por ciento de fidelidad y 10 por ciento (si acaso) de capacidad».
EL ACTOR CÍNICO Y EL ACTOR SINCERO
El académico Erving Goffman, al analizar el dualismo en la política, señala que se distinguen dos tipos de actores: el actor cínico y el actor sincero. El primero hace referencia a aquel que no se engaña con su actuación y tiene la conciencia de que ejerce una representación que no corresponde con la suya; el segundo refiere aquel que cree absolutamente en su actuación, convencido de que lo que expresa es totalmente real. (Goffman, 2004).
Añade el investigador que aunque una persona «crea» su papel, no lo excluye de poder asumir otras fachadas dependiendo de las circunstancias, a fin de alcanzar estimación política en distintos contextos».
Buscando acomodar las reflexiones del académico a la senadora María Merced, podemos ver, por ejemplo, que la señora se ubica en el contexto de un estado como Hidalgo, dominado por cacicazgos por decenios, en donde el poder se centra en el abuso, porque de otra forma ahí no se le reconoce como poder.
Una senadora de Morena que no puede resolver un problema familiar de su hijito con la fuerza bruta, pues no es una senadora que se respete.
Por otro lado, publica un texto donde se manifiesta defensora a ultranza, convencida, «de los derechos de la mujer a una vida sin violencia», pues es la fachada (Goffman dixit) que presenta hacia el exterior de su entidad y para consumo y difusión de los propagandistas del régimen morenista. (Resuelto el asunto ¿No?).
LA MENTIRA CÍNICA
Por otro lado, podemos citar parte de un artículo del internacionalista Jacobo Dayán en «Animal Político» donde, respecto al gobierno de Morena que padecemos, dice lo siguiente:
«Tenemos un gobierno al que no le interesa la realidad, sólo la percepción. No busca gobernar, sino sembrar sensaciones. No son un gobierno, son un enorme aparato de propaganda burda. No pretenden informar, más bien, confundir… la mentira cínica es el eje de todo.
«Habla de autoridad moral al tiempo que ejerce el poder sin ética y sin ley. El marco legal que tienen como obligación defender es visto como una herencia del pasado de la que se puede prescindir con frases como ‘no me vengan con que la ley es la ley’ o lo que importa es «la legitimidad y no la legalidad».
Puntualiza Dayán que «en México nunca se ha respetado la ley; hoy ocurre lo mismo, pero con gran orgullo de violarla. Es cinismo de cinismos».
Pero el jurista advierte tajante: «No hay democracia que aguante todo. Sin un piso mínimo de moral y verdad, la vida pública es pelea callejera. Ejercer el poder requiere de un gran compromiso; gobernar con la estrategia de dinamitar la vida pública con mentiras cínicas sólo puede acabar peor».
Pero con senadoras como doña María Merced… ¡Háganos usted la merced!