Arturo Elías Ayub tuiteó que “el éxito es directamente proporcional a la suma de la chinga y el talento”. Obtuvo por ello los previsibles jitomatazos en un país donde, en efecto, puedes ser talentoso y partirte la madre 16 horas al día y jamás subir un peldaño.
Hay quienes ridiculizan el tipo de pensamiento de Elías Ayub bajo la etiqueta de “echaleganismo”, que no es otra cosa que la idea del self-made man que surge desde abajo y triunfa económicamente a base de esfuerzo; un anhelo que hoy está bajo el fuego de la cruzada antielitista.
En sus diatribas, los enemigos del mérito llevan algo de razón soportada por la estadística: tener talento y echarle ganas no necesariamente garantizan el éxito, al menos no el económico; y viceversa, el éxito no siempre se debe al talento y las ganas. El caso de Elías Ayub es aún más complejo porque, como señalaron muchos con sorna, es yerno de Carlos Slim, una variable del éxito ajena al esfuerzo (por lo menos al esfuerzo laboral).
Los personeros del obradorismo, esos grandes enemigos del mérito y del esfuerzo personal y amigos del resentimiento, aprovecharon el flanco abierto para decirle a Elías Ayub que más que la chinga y el talento, servía mucho casarse con la hija de un monopolista que se había enriquecido a la sombra del poder político. El echaleganismo burdo y tosco como el del tuit de Elías Ayub a menudo azuza resentimientos atendibles y presta ese tipo de municiones.
Sin embargo, al compartir ascendencia libanesa con Elías Ayub, no me sorprendió su consigna. Uno de los valores cardinales de esa diáspora es el esfuerzo individual. En su magnífico libro La cultura de los árabes, Ikram Antaki aventuró una curiosa hipótesis sobre por qué los libaneses se habían hecho ricos en México: disciplina, ahorro y trabajo en un país de dispendioso relajo.
La diáspora tiene además una carga particular: la encomienda de cualquier migrante por sobrevivir. La mayoría de los libaneses en México llegó en barco, sin dinero, sin hablar español, y tuvo que anteponerse a la adversidad. Desde los albores comenzaron a brillar figuras prominentes en todas las disciplinas: Henaine, Matouk, Yazbeck, Slim, Chedraui, Harp, Hayek, entre otros. Es difícil encontrarse a un libanés en la miseria.
No es fortuita, pues, la visión de Elías Ayub, cuya comunidad sí ha visto cientos de self-made men. No es que se haya cumplido necesariamente en él, ni tampoco que la haya evocado conscientemente, pero es parte de su educación sentimental y cultural. Y eso es lo reivindicable de todo el asunto: la mitología civilizatoria y la ética del progreso. De igual modo que lo son las virtudes burguesas que están en el seno de la modernidad liberal: individualismo, emprendimiento, imaginación, decencia, inventiva. “Las ganas” y el “talento” sólo son síntesis de todo eso. Se vale promoverlas.