Quizá haya parecido lento el proceso, pero el Gobierno ha actuado de manera puntual en el caso Emilio Lozoya. Su trabajo le permitió “convencer” al exdirector de Pemex aceptar la extradición.
Lo que viene es el gran reto de la Fiscalía de armar bien las carpetas y no salir una vez más con acusaciones que se caigan solitas. Es la oportunidad también de desentrañar los mecanismos de corrupción y complicidades que durante décadas formaron parte de la gobernabilidad.
Existen evidencias de todo ello en la pasada administración. Al amparo de campañas electorales y grandes y pequeñas obras, el dinero fluyó de manera indiscriminada y discrecional.
Durante seis años el Gobierno estableció una relación de compraventa con los medios de comunicación para echar a andar campañas publicitarias que le “ayudaran” a convencer de las bondades de su proyecto. El mecanismo tuvo un efecto relativo, al segundo año de gobierno las cosas se fueron deteriorando hasta el derrumbe.
Emilio Lozoya era parte del proceso y de las tropelías. La famosa frase de su exabogado Javier Coello Trejo de “no se manda solo” es la representación de la interrelación que existía entre quienes gobernaban, decidían y repartían el pastel.
El exdirector de Pemex es pieza clave. No solamente por lo que hizo al amparo de su cargo, sino también por el papel que jugó en el equipo de Peña Nieto en la campaña presidencial; una de sus funciones tenía que ver con los dineros.
La decisión que tomó Lozoya para ser extraditado podría basarse en que no tuviera otro camino que el de “colaborar”, lo cual en este escandaloso asunto lleva a imaginar, al menos, a que está dispuesto a soltar información que tiene que ver con las complicidades en las estructuras del poder de las cuales, insistimos, fue parte.
“Colaborar” no lo hace inocente, más bien le va a dar su justo medio en el tinglado. Lozoya, presumimos, está tratando de correr por su vida y por la de los suyos, en particular por la de su madre y esposa, las cuales sorprende que estén metidas en el escándalo.
Es difícil creer que el exdirector de Pemex “colabore” reportando información y complicidades de mandos medios. Esto no le da para negociar, si la “colaboración” no se dirige hacia los mandos superiores no tiene sentido su extradición, porque poco o nada va a ganar, más bien va a terminar siendo refundido en la cárcel, porque al fin y al cabo aparecerá como quien dirigió las operaciones en función de su cargo.
Hay dos personajes centrales en la trama, además del propio Lozoya, Peña Nieto con su equipo en Los Pinos y Luis Videgaray. El supersecretario se movía a sus anchas en el Gobierno y difícilmente le pasaban por alto ciertos asuntos, se asegura que dirigía el tránsito de manera tan abrumadora que el presidente avalaba sin preguntar sobre todo aquello que decidía Videgaray.
Lozoya es una pieza clave en el entramado de las manifiestas irregularidades de la pasada administración. Su detención en España y su decisión de ser extraditado le permite al Gobierno un importante espacio en su lucha contra la corrupción, y también le va a dar la oportunidad para el autoelogio, muy propio de estos tiempos.
Se asegura que Lozoya viene a “colaborar en todo lo que le pidan”, a estas alturas no va a tener de otra. Bajo las estructuras del poder oficial no hay manera de imaginar que el extraditado haya actuado solo y en función de un caso como Odebrecht sólo se puede ver hacia arriba de él.
El país, no sólo el Gobierno, está ante la oportunidad de desentrañar políticas corruptas que han prevalecido a lo largo de décadas; efectivamente no hay manera de imaginar que se mandaba solo.
RESQUICIOS.
Restauranteros y hoteleros tratan de estar de vuelta. Se les viene un segundo semestre, como a todos, definitivamente contracorriente. Sus dirigentes nos dicen que requieren de más de un año para medio recuperarse, al menos ya abrieron, aunque sólo sea a un 30%.
Este artículo fue publicado en La Razón el 2 de julio de 2020, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.