viernes 21 junio 2024

El 2 de junio también perdieron los intelectuales

por Marco Levario Turcott

Al menos como hipótesis de trabajo vale la pena considerar que, tras la jornada electoral pasada, ha concluido la etapa de la transición democrática que inició en 1977 con los primeras reformas a nuestro sistema electoral. Y termina con una paradoja: si hace 50 años la apertura del régimen implicó integrar a las minorías dentro de nuestra esfera de representación, la fuerza dominante en 2024 plantea disolver tales minorías mediante el esquema de la sobrerrepresentación y la eliminación de las plurinominales.

Aquella transición tuvo luchadores sociales e intelectuales que ahora ven desmoronarse la obra para la cual contribuyeron. Son múltiples las líneas de estudio para intentar entender todo esto. Una de ellas es, precisamente, preguntarse si esa amalgama compleja de pensadores y militantes no cifraron demasiado las expectativas en los mecanismos formales de la democracia, vale decir, en el andamiaje normativo e institucional para ordenar nuestros procesos electorales y desatendieron el hecho de que esto no cambió valores y costumbres sociales. El primero en advertirlo fue Enrique Krauze cuya obra alude a esa suerte de folckore infranqueable (para decirlo en los términos de Antonio Gramsci) en favor de los caudillos.

Nuestros intelectuales de la transición hicieron lo que consideraron era la miga para lograr el cambio de régimen de presidencialismo omnímodo y la tutela de un solo partido a un régimen acotado por órganos de gobierno autónomos y contrapesos legislativos soportados en partidos políticos. Su aporte es invaluable. Acertaron, sin duda, aunque como he dicho desatendieron los valores que aún prevalecían (prevalecen) en buena parte de la sociedad mexicana; lo mismo en quienes defienden que en quienes cuestionan al gobierno es patente la ausencia de valores democráticos. Muchos de esos intelectuales no vieron, o no calibraron en su justa dimensión, el amago que para esa construcción democrática significaba Andrés Manuel López Obrador desde 2006. Mencionar nombres resulta prosaico pero hubo quienes, en el origen del fenómeno populista, incluso respaldaron a su principal representante simple y llanamente porque no entendían la gravedad del fenómeno (o en el peor de los casos buscaron acomodo). El quid es que entre nuestros intelectuales privó la pose (varios viven del snobismo) de que no era elegante confrontar al populismo o que había que situarse en un término medio. En términos políticos eso significó complicidad con el aluvión demagógico que ya teníamos encima y en términos intelectuales, como escribiera el ya citado Gramsci, su optimismo subvirtió el presente a sus anhelos dada su incapacidad para comprender la realidad. Es decir, no fueron intelectuales.

No esperemos ni exijamos explicaciones de ese sector de nuestros intelectuales, es una ruta equivocada. No está en su naturaleza (varios de ellos también son hijos del viejo régimen). No esperemos eso, digo, cuando además, en realidad, siguen sin comprender lo que sucede. Lo que sí es entendible y plausible es que sigamos con calculadora en la mano y apegados a la ley, para intentar rescatar algo de las ruinas y evitar la sobrerrepresentación. Hay que hacerlo aunque, en mi opinión, en el mejor de las casos pondremos pequeños diques a una locomotora que se nos viene encima sin que haya siquiera algunas aristas para comprender los hechos y los hechos reflejan que en el país no imperan los valores de la democracia. ¿Es hora de la militancia en favor de la democracia? En mi opinión sí. Lo es incluso desde hace por lo menos una década.

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