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viernes 18 octubre 2024

El aire que respiras

por Regina Freyman
 Respira profundamente.
Probablemente supones que está llenando tus pulmones de oxígeno rico y vivificante.
No realmente. El ochenta por ciento del aire que respiras es nitrógeno.
Cuando inhalas, el nitrógeno del aire entra en tus pulmones y vuelve a salir directamente,
como un comprador distraído que ha entrado en la tienda equivocada.
Para que el nitrógeno nos sea útil, debe convertirse en formas más sociables,
como el amoníaco, y son las bacterias las que hacen ese trabajo por nosotros.
Sin su ayuda, moriríamos. De hecho, nunca podríamos haber existido.
Es hora de agradecer a tus microbios…
Eres el hogar de billones y billones de pequeños seres vivos…
Este es un planeta de microbios. Estamos aquí para su agrado.
No nos necesitan en absoluto.
Bill Bryson

  

Pienso en mi familia dormida, una inversión de la condición de la Bella Durmiente. Esa mítica mujer que no ha muerto, que lleva el alma encapsulada, atrapada en un cuerpo que la ha puesto en “stand by”. Quizás ese fue el personaje que cautivó primero mis fantasías. No se trata de toda esa lectura feminista que habla de la pasividad femenina. Es una curiosidad en torno a la conciencia oculta, en una aparente división entre cuerpo y espíritu, o alma o mente. La división clara entre “yo” y el “otro”; entre despierto, dormido y muerto.

Imagen: “Deep Breathing”, por Melanie Weidner. Fuente: Listen for Joy.

El alma es aire, la condición de respirar. Al dormir el alma es el viento que nos atraviesa, los poros frescos transpiran ese aire. La muerte inerte cierra fronteras y la rigidez se hace presente. Mientras esa corriente de aire nos transita somos, cuando el aire se agota, nos transformamos en alimento de miles de microorganismos. De ser a cosa. El adiós de los olores:

Nos dice Federico Kukso en su Odorama que “Cada día, respiramos unas 23.040 veces y movemos unos 133 metros cúbicos de aire. Nos lleva unos cinco segundos respirar, dos segundos para inhalar y tres segundos para exhalar, y, en ese momento, las moléculas de olor fluyen a través de nuestros sistemas. Inhalando y exhalando, olemos olores. Los olores nos cubren, giran alrededor de nosotros, entran en nuestros cuerpos, emanan de nosotros.

Pero no así los dormidos ¿Dónde queda el aroma de los que amamos? ¿Dónde queda la frontera entre yo y los otros? ¿Hasta dónde mueres cuando mueren los protagonistas de tu historia familiar? No tengo respuestas, tengo palabras que son atentados, recuerdos fantasmas que aún me habitan. Amor inagotable que imagina seres dormidos en el fondo de un cofre, entre fotografías que seguro se aconsejan y platican cada vez que cierro la tapa para que no pueda descubrirlos.

Desde niña me falta la respiración cuando estoy nerviosa. Cuando iba a casarme fui a ver a un tío médico que me invitó a llenar mis pulmones de aire sólo para mostrarme que no tenía ninguna extraña condición. El alma y el espíritu con sus soplos, como las cabezas esculpidas en los viejos buques, me llenó los cachetes de aire. Habitada por el alma que se me va en suspiros, recuerdo a la niña que fui, la que jugaba a ser la dormida en espera de que un beso de amor la despertara. Las historias de la mítica princesa me llevaron hasta el origen del mito de la psicología. En ella se unen Psique, que es el alma, con Eros que es el amor y esos dos abstractos, para humanizarse, requieren la condición de estar juntos, así como el cuerpo es uno a su aire y a sus bacterias. Psique queda dormida hasta que Amor la besa, una historia que pone de manifiesto la vulnerabilidad del alma ante la grandeza del Amor; una metáfora de que el aliento apasionado pone en marcha un cuerpo que es aire y partículas, latente en espera de una pasión que le habite.

Cada uno de nosotros no es más que una historia y, como tal, podemos intervenir como personajes en las vidas de otros, nuestro papel en ellas depende de lo bien que estos dos mundos narrativos se acomoden. A momentos esos mundos como planetas se alinean y luego sus órbitas se desconfiguran, pero siempre queda algo de ese encuentro. Nos dicen los expertos que con las partículas de nuestro aliento comulgamos con la historia y con el cosmos, “… no solo de forma intelectual y emocional, sino física”; estamos conectados con el universo, cada átomo en el cuerpo habitó otras estrellas que explotaron para que estemos hoy aquí. Dice Kukso que:

Estás conectado íntimamente con cada ser que una vez habitó el planeta, con cada respiro inhalamos la historia de nuestro planeta. En un ejercicio de reciclado respiratorio comunal, cazamos en un respiro los átomos respirados por los grandes protagonistas de la historia. Julio César se desplomó en el Senado después de recibir 23 puñaladas. En dos semanas los vientos prevalecientes esparcieron el último aliento de César por todo el mundo.

Imagen: Dylan Murphy/@prettybadco/Etsy

Así las partículas de quien amamos entran y salen de nuestros pulmones inevitablemente ¿Es esto un consuelo? No lo creo, es sólo una reflexión en una historia que hoy se resiste a ser contada porque aún no encuentra las palabras, se gesta entre alientos y exhalaciones, se macera entre amores diversos que cobijan mil historias que laten vivas en cada poro y sin lamento, porque vivir es una ganancia y seguir amando a los que se han ido es reconocimiento de que no hay fronteras entre los cuerpos porque no son diques; no hay fronteras entre las emociones porque no se aíslan o se despejan como ecuaciones. Y así río y lloro, fluyo y gozo a los que se fueron, esos que están dormidos en mi propia torre de cristal y esos que me siguen regalando habitantes para este cosmos que soy.

Dice Bryson que con cada relación sexual intercambiamos forzosamente una gran cantidad de microbios y material orgánico. Los besos apasionados, por sí solos, dan como resultado la transferencia de hasta mil millones de bacterias de una boca a otra, “…junto con aproximadamente 0.7 miligramos de proteína, 0.45 miligramos de sal, 0.7 microgramos de grasa y 0.2 microgramos de ‘productos orgánicos diversos’”.

En mis propios sueños deambulan mis dormidos; una madre ha quedado atrapada en un brindis con una copa de tequila, un joven está a punto de tomar un avión y besa con ternura a su novia; una madre triste mira el atardecer en la playa mientras un rayo ilumina su cabello; un hombre hermoso camina y silba alegre por la Quinta Avenida y un viejo cubierto por una cobija considera oportuno dejarse morir mientras cuenta a su hija un viejo cuento eskimal: un hombre es abandonado en la tundra con una cobija que ha sido tejida por sus hijos, mientras en casa los nietos tejen la cobija que habrá de cubrir al hijo. El cuento no se cierra y en mi torre la rueca sigue soltando un delgado hilo de telaraña que trepo con cautela.

Nos olemos, nos respiramos, nos besamos, dialogamos, y de uno a otro, mil pequeños organismos nos colonizan, nos igualan, nos anudan, para siempre. Mi alma duerme en vela mientras organizo mis historias, mientras mil pequeños seres preparan migraciones.

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