Con frecuencia se idealiza al barrio. Entre otras razones porque es fuente de nostalgia de quienes, a través de recuerdos, recuperan la felicidad que en su momento no pudieron reconocer. Otra razón es que barrio es uno de los últimos residuos de la provincia en las urbes, sobre todo porque buena parte de los barrios están conformados por suburbios o sitios donde se asentó la expectativa de miles de inmigrantes rurales. Plaza Garibaldi es un ejemplo típico de ello, cuando desde principios de los 20 del siglo pasado fue configurándose con personas provenientes de varios estados del bajío. De ahí su impronta campestre y el donaire de ingenuidad y cursilería de buena parte de sus habitantes.
Decía que al barrio se le idealiza con frecuencia, por ello, a partir de la constatación expuesta en el primer párrafo, surge una retahíla de caracterizaciones y adjetivos para bien nombrar o caracterizar al barrio. Creo, sin embargo, que esta idealización deja de lado otros rasgos inherentes al barrio. Pienso en la generalización de la ignorancia como un estadio normal y, entonces, en la generación de una base muy sólida para el fervor religioso. En estos sitios, la virgencita de Guadalupe halla un resguardo poderoso. El machismo, o como ahora se dice, el contexto patriarcal, también priva a fuerza de vejaciones a la mujer y, en el mejor de los casos, a su elevación como fetiche para el usufructo sexual e incluso el descargo de culpas para explicar en ellas las penas (Por tu maldito amor…). Y como el machismo tiene múltiples expresiones, también se cuenta el valor de saber romperse la madre o de no rajarse como símbolo de hombría.
Naturalmente, las taras y atrasos de los barrios se extienden en el país, aunque en estos predominan. La transa como sinónimo de inteligencia o vía moralmente justificada porque se trata de conseguir la papa para la sobrevivencia, la compra venta de objetos usados como última vía se convierte en la primera opción y, en general, la aceptación de la trampa como método de relación. Picardía le llaman en el barrio a quienes hacen eso además de desparramarse en albures para demostrar quién lo tiene más grande y quién cuenta con la inteligencia suficiente para colocarlo en las entrañas del boquiabierto contrincante. Ya he dicho que esto ocurre en diferentes estratos sociales pero en el barrio alcanza expresiones magistrales o de epopeya. El destino manifiesto de quién está condenado a perder, por ejemplo, encuentra en el barrio el mito de la cultura de la derrota y su justificación porque nacimos pobres y quién nace para maceta del corredor no pasa.
El barrio es cabrón. Por bravo. Si te descuidas pierdes y si pierdes no vales o vales mucho menos porque eres un perdedor entre los derrotados. Puedes tener grandes amigos que al momento de la cáscara te pendejean y sobajan, porque el fútbol es cosa seria y tu no sabes ni dar patadas. Pero puedes ser un héroe, emblema para los otros, si doblas de un madrazo a quien osó aventarse un tiro o le cueces el alma a patadas a quien no tiene destreza para jugar a la pelota. En el barrio muchas veces priva la ley del más fuerte. El más vergudo e insolente, el más travieso, al fin que la travesura nada más es robarle los pollos a Don Boni el de la calle de República de Honduras.
No siempre hay que creer las telenovelas que rodean al barrio. El barrio es cabrón. Neta.