jueves 21 noviembre 2024

El enigmático Judas

Pocas figuras históricas, legendarias o míticas han sido tan maldecidas y repudiadas por las generaciones que les han sucedido como la de Judas Iscariote, quien entregó a Jesucristo a sus captores por 30 denarios. Cuando se hace referencia a un traidor se suele decir de él con infinito desprecio: “Es un judas”.

Pero algunos teólogos y escritores le han dado una vuelta de tuerca, o varias, al móvil y al propósito de ese acto tan vilipendiado. En 1857, Thomas de Quincey afirmó: “No una cosa, todas las cosas que la tradición atribuye a Judas Iscariote son falsas”. De Quincey conjeturó que Judas entregó a Jesús para obligarlo a revelar su divinidad y provocar una rebelión contra el yugo del Imperio Romano.

Nils Runeberg, teólogo sueco miembro de la Unión Evangélica Nacional y hombre hondamente religioso, sugirió una vindicación metafísica. A principios del siglo XX, Runeberg urdió sucesivamente, reaccionando a las críticas que recibieron las dos primeras, tres interpretaciones originales sobre esa conducta. Jorge Luis Borges las sintetiza en su texto Tres versiones de Judas.

Runeberg empieza destacando la superfluidad del acto de Judas. Para identificar y ubicar a un hombre que todos los días dictaba lecciones en la sinagoga y realizaba milagros ante miles de testigos no se requería la traición de un apóstol. Cristo estaba localizable todo el tiempo. La traición de Judas no fue casual: fue un hecho prefijado que tiene un lugar misterioso en la economía de la redención. El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha ilimitada a la mutación y la muerte. Para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas fue ese hombre. Si el Verbo se había rebajado a mortal, Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator, el peor delito que la infamia soporta, y a ser huésped del fuego que no se apaga.

Las refutaciones recibidas motivaron a Runeberg a reescribir su libro. El traidor fue uno de los elegidos para anunciar el reino de los cielos, sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y echar fuera demonios. Un varón a quien ha distinguido así el Redentor merece la mejor interpretación de sus actos. Imputar su crimen a la codicia es resignarse al móvil más torpe. El asceta, para mayor gloria de Dios, envilece y mortifica la carne. Judas hizo lo propio con el espíritu. Renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos. Premeditó con lucidez terrible sus culpas. En el adulterio suelen participar la ternura y la abnegación; en el homicidio, el coraje; en las profanaciones y la blasfemia, cierto fulgor satánico. Judas eligió las culpas no visitadas por ninguna virtud: la traición a la confianza y la delación. Eligió el infierno porque la dicha del Señor le bastaba.

La versión final le hubiera valido a Runeberg la hoguera en la Edad Media. Dios se rebajó a ser hombre para la redención del género humano, un perfecto sacrificio. Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio. Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra una contradicción. Dios totalmente se hizo hombre, pero hombre hasta la infamia, la reprobación y el abismo. Para salvarnos pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia: pudo ser Alejandro o Pitágoras o Jesús. Eligió un ínfimo destino: fue Judas.

Los teólogos desdeñaron esas teorías. Runeberg intuyó en esa indiferencia una casi milagrosa confirmación. Dios la ordenaba pues no quería que se propalara en la tierra su terrible secreto. Tal vez recordarán a Runeberg los heresiólogos. “Agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio”, observa Borges.

El hallazgo del llamado Evangelio de Judas, seguramente del siglo II, descubierto en los años setenta en Egipto y restaurado en 2006 en un proyecto encabezado por National Geographic, presenta la visión positiva de los gnósticos sobre Judas. El documento, escrito en copto, contiene un diálogo en el que Jesús le pide a Judas que lo delate para provocar su crucifixión y resurrección, y propiciar así la salvación de la humanidad. Judas se habría sacrificado para cumplir esa misión.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 01 de abril de 2020. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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