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viernes 08 noviembre 2024

El imperio de la posverdad

por Óscar Constantino Gutierrez

Los amparos antes no procedían… en Texcoco había un lago… Juárez era austero… este gobierno apoya a los deportistas… las mentiras del régimen brotan como hongos en el bosque y, al igual que ellos, no siempre son inocuas.

Acusar de sabotaje legal a la interposición de amparos es una muestra más de que la presidencia no acepta que su mandato está sujeto a la Constitución. Con una doble moral pasmosa, López invoca la autonomía de la Fiscalía General para no condenar que un juez conozca del caso de un notorio enemigo —lo que es indudablemente ilegal—, para, en apenas minutos, fustigar la independencia del Poder Judicial en los juicios de los aeropuertos. Como en El Andariego de Álvaro Carrillo, hay autonomías que triunfan… pero la de los tribunales no. El jicotillo que anda en pos de Doña Blanca no entiende razones: derrumba y ordena construcciones como si fuera un déspota oriental.

Cuartoscuro

En un viaje a París, me contaron que, donde está Notre Dame, existía ya una iglesia, pero que el obispo Maurice de Sully la consideró poco digna y ordenó su derrumbe, para edificar la catedral. Andres se siente como el obispo o como el barón Haussmann, el problema es que Santa Lucía, el Tren Maya o Dos Bocas no son como Notre Dame o la renovación de París: las obras de López son las versiones cutres de lo que se había proyectado y emprendido.

Quizá sólo el plan del istmo es pertinente —y daría más impulso al sureste que una refinería inútil o un tren ecologicida—, pero en el presidente la posverdad, los hechos alternativos, los otros datos y la franca mentira son una suerte de instrumental discursivo inseparable de su personalidad, es la impronta de su política: el cuenteo por el cuenteo mismo.

¿Qué sentido tiene mentir, si en cuestión de minutos los medios y opositores descubren sus falsedades? Ninguno. Desde lo racional, quizá sólo es un síntoma del poder imperial que detenta: tal vez le divierte tener entretenido al público en su teatro fantástico de Palacio Nacional, haciéndola de Cachirulo de los asuntos públicos.

¿A un presidente con todo el poder le gratifica hacer enojar a sus críticos? Es posible: una de las formas del autoritarismo es la que se desprende de saber que la mentira queda impune, sin sanción política.

Las elecciones intermedias se ven lejanas ante este imperio de la posverdad. En vía de mientras, toca reiterar que ampararse no es sabotaje, sino un derecho humano; que en Texcoco no hay lago; que Juárez ganaba mensualmente el equivalente a un millón de pesos actuales y que era tan austero como mi tía Gertrudis con sus collares de diamantes de Tiffany y vestidos Dior; y que la única medalla que merece el presidente es a la mentira de alta frecuencia: ahí, sin duda, tiene mejor desempeño que el corredor keniano que invocaron sus zalameros.

 

 

 

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