Su rostro delicado, normalmente radiante, está bañado en lágrimas. Luisa María Alcalde Luján está llorando como una Magdalena. Lo hace por quien, durante todos estos años, se ha creído el Mesías.
Su figura elegante se sacude en sollozos, con la mano izquierda cubre su boca y con la izquierda apacigua al corazón. A su alrededor, los demás comparten su sentimiento, pero también su ceguera, aunque ella parece especialmente afectada.
Sus admiradores le llaman “La Morena” porque, siendo estudiante de Derecho de la UNAM, grabó un video de propaganda en favor del partido de Andrés Manuel López Obrador y se dio a conocer en el país. No sería una mujer de Estado, no tiene ni la preparación ni los arrestos para hacerlo. Sería una de las piezas del rey. Ella siempre supo que así sería y que por eso sería recompensada. Tanto es así que su guion más recurrente implica acusar de misóginos y machistas a quienes han cuestionado su fragilidad profesional y su desfachatez para destrozar normas y leyes cuando estuvo al frente de la Secretaría de Gobernación. En efecto, lo central no es que fuera la mujer más joven en acometer aquella responsabilidad, lo importante es que nada hizo por la seguridad en el país, menos aún cuando la conducta de su jefe fue, precisamente, dejar hacer a la delincuencia organizada. En cambio, como una activista estudiantil, inmediatamente después de la jornada electoral del 2 de junio, declaró que Morena tenía la mayoría calificada en el Congreso de la Unión.
Durante la mañana del 1 de octubre, la joven mujer se desmorona bajo el peso de su devoción. Más que por el dolor, su rostro está marcado por la sumisión. Es ella quien se ha faltado al respeto al abandonar la aventura de pensar, y no quienes subrayan esa actitud. Y hoy la escena es tan cursi que podría decirse que cada lágrima es como una gota de su alma que se halla en pena por el fanatismo. Mientras enjuga el sufrimiento, su mirada se posa en el rostro del tirano quien, satisfecho, sabe que casi le dio el estoque final a la democracia.
Con un suspiro, y sabiendo que las cámaras están atentas a ella, Luisa dobla su pañuelo y lo guarda en el bolsillo como si custodiara un secreto. Su mirada está vacía, esa máquina de obediencia sabe que tiene otra misión, encomendada por el tirano, para situarse al frente del partido.
Luisa María Alcalde creció bajo una confiable red de protección. Su padre Arturo es abogado y asesor laboral y sindical, sin él no se explica la desaparición de Notimex ocurrida durante este sexenio, labor para la que devengó una suma multimillonaria. Su madre es Bertha Luján, gran amiga del Mesías de Macuspana, para quien trabajó en el gobierno de la CDMX, además de acometer diferentes cargos en Morena. Ahora, como líder nacional de ese partido, “La Morena” expuso un decálogo en el que destaca el rechazo a la corrupción y el nepotismo, y en favor de la transparencia. Lo hizo al asumir su función frente a Andrés Manuel López Beltrán, integrante del clan de López Obrador, que puso manos a la obra pública para beneficiarse con miles de millones de pesos con cargo al erario, como quedó demostrado periodísticamente. La flamante lideresa no exigió transparencia a su compañero de fórmula, el hijo del expresidente, ni siquiera se comprometió a impulsar investigaciones relacionadas con otros compañeros suyos. Ella es el escudo protector y vigilante de Andrés Manuel López Obrador. Gracias a ella, él estará bien informado de todo lo que haga el partido y, por supuesto, la presidente entrante.
“La Morena” quiso ser actriz. Algunas dotes tendrá para ello. El último día del presidente en funciones, la mujer encarnó lo que más le gusta del líder, la lealtad. Sus gestos parecen hablar. “Vivirá en nuestros corazones”, “su legado seguirá guiándonos”. La boca tensa corona sus brazos cruzados. El fanatismo ha conquistado su alma. De algún modo, ella también se mira consumida. Y eso que apenas cumplió 37 años.