Es probable que no nos estemos dando cuenta que mucho de lo que se dice en foros públicos, en el Legislativo y en los medios está siendo visto y considerado como “cierto” o “verdadero” por el simple hecho de quien lo dice.
Al mismo tiempo, algunas preguntas se ven como actos de agresión o algo parecido, lo cual viene a provocar respuestas con reacciones desbordadas que se pueden interpretar como si fueran ataques personales.
Esto está siendo una de las razones por las cuales no se logra elevar el nivel del debate. Nos enfrascamos en debates menores sobre temas mayores. A veces porque las interrogantes no se plantean debidamente, o porque las respuestas no satisfacen a quien se le hacen, o porque no son claras y bien pudiera ser que terminen por confundir las cosas.
Se está entrando en terrenos en que se emiten opiniones sin datos que pudieran comprobarse para hacer valer y darle valor a lo que se expresa. El peso y fondo de lo que se dice no está en lo que se argumenta, sino en quién lo dice. Los interlocutores sólo por serlo se están convirtiendo en la respuesta y todo lo que salga de ellos pasa a ser algo así como la “verdad”.
Las conferencias mañaneras son parte de este fenómeno, no son el único espacio en que se da, pero han pasado a ser una de esas formas, lo cual además le han servido al Presidente como una forma importante para establecer la gobernabilidad.
No solamente a través de ellas se va armando la agenda del día, más bien podríamos decir que se llega a dictar bajo la muy clara concentración del poder presidencial.
Como ya lo hemos planteado en otras ocasiones, las mañaneras tarde que temprano van a tener que transformarse. Es mucho tiempo de exposición, lo que puede llevar al desgaste, pero sobre todo, lleva a que se responda con argumentos que no necesariamente tengan una convalidación con la realidad.
Son muchas las horas que ha sumado el Presidente en las mañaneras. Es un ejercicio que, si bien es encomiable, también lo coloca en escenarios delicados, en que por razones obvias, puede terminar por plantear informaciones que, aunque sean asumidas como ciertas, sucede que al final del día sean desmentidas o precisadas.
Hemos entrado en los riesgosos terrenos en que sólo porque lo dice el Presidente las cosas son vistas como definitivas. La 4T está en rumbos de un pasado del cual ha presumido que quiere superar y dejar.
A menudo se aparecen los fantasmas de los tiempos en que el tótem preguntaba la hora a lo que al unísono le respondían “la que usted diga”.
La fuerza política de López Obrador es más que evidente. Se la ha ganado sin la menor duda, es lo que quiere la sociedad, la cual no sólo lo apoyó y apoya, sino que también lo quiere, como lo expresan todas las encuestas de popularidad y aceptación sobre el Presidente.
Lo importante es elevar el nivel del debate. El Presidente tiene el control y el mando como pudiera ser que pocos Presidentes en los abrumadores tiempos priistas tuvieron. Tiene una capacidad de maniobra formidable la cual, no se ve cómo pudiera perder.
Su palabra cuenta por muchos motivos, no sólo por ser el Presidente es desde hace tiempo un referente del y para el país.
Está en él elevar el nivel del debate y escuchar lo que desde otras tribunas plantean. En el tema de la Guardia Nacional no ha tenido la sensibilidad para asimilar y atender las muy atendibles opiniones de investigadores y especialistas sobre su proyecto.
López Obrador debe saber que él es el medio, el mensaje y, sobre todo, el poder.
RESQUICIOS.
En su momento consignamos que el lamentable balazo que recibió el futbolista Salvador Cabañas fue producto de una bronca, producto de la “larga noche”. Se especuló mucho sobre todo por parte de la empresa de medios: parte de su “talento” era visitante habitual del lugar, la cual estaba, por alguna razón, confrontada con el dueño del local. Al que le disparó a Cabañas, El JJ, lo sentenciaron a 20 años de cárcel.
Este artículo fue publicado en La Razón el 18 de febrero de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.