Hace una semana, Francisco Báez reseñaba el “debate del siglo” protagonizado por Slavoj Zizek y Jordan Peterson. Una vacilada filosófica-escenográfica celebrada (y cobrada, a precios altísimos) en Toronto. Allí, el esloveno soltó la frase que da título a esta colaboración: “Hoy mismo, China es el mejor capitalismo, cobijado por una dictadura comunista”. Por paradójico que suene, todo parece indicar que tiene razón.
Los datos de largo plazo son archiconocidos, al menos desde la segunda parte de los años 90’s así que no los repetiré. Menos conocidas son las cifras del desempeño económico chino, digamos en el último lustro, estos años en que los profetas globales han vaticinado un año sí y otro también el “aterrizaje forzoso” de la economía china (ya saben, son economistas, por eso no han atinado en su pronóstico).
Y sí: como todo el mundo, aquel inmenso país resultó dañado por la crisis financiera de 2008-2009, pero sobrellevó sus efectos de un modo mucho más inteligente. Sobrevivió a una burbuja inmobiliaria enorme, asociada a una crisis bursátil y al consiguiente aumento de su deuda. Si guardamos las proporciones, en el 2011 China se enfrentaba a un escenario como el que vivieron España o Irlanda, pero sus instrumentos estatales resultaron mucho más eficaces y rápidos que las recetas del FMI, de modo que los asiáticos nunca dejaron de crecer y los 100 millones de trabajadores que corrieron el riesgo de quedar sin empleo, pudieron ser reciclados echando mano ya no de la economía del carbón sino de la energía renovable.
De tal suerte que el gigante Asiático está en condiciones de anunciar desde ahora que cumplirá uno de sus objetivos primordiales: al terminar el año 2020 el PIB per cápita se habrá duplicado con relación al de 2010.
Son raros esos chinos: en su plan de desarrollo colocaron como su objetivo número uno “elevar el ingreso y el bienestar del pueblo”, seco, plano, mensurable y contundente. ¿Cuál era el objetivo número uno del gobierno de Peña Nieto: “realizar las reformas estructurales que necesita México”, con lo que eso quiso decir y en lo que eso se vaya a traducir. ¿Cuál será el objetivo de la “cuarta transformación”? Nadie lo sabe aún (no sé si se animen a colocar en el centro, mejorar el ingreso de los mexicanos a través de su trabajo, pero pronto lo veremos).
EL ESTADO HACE AL MERCADO (NO AL REVÉS)
El caso es que China está saliendo a flote echando mano de todos los instrumentos del Estado. El ejemplo más elocuente (el que ha dolido más en occidente –Estados Unidos y una parte de Europa, se entiende), es el de su soberanía monetaria, instrumento que usa con toda intención, pragmatismo y sin culpas.
Aprendió de lecciones ajenas, especialmente de Japón, que en mala hora firmó los llamados “Acuerdos de Plaza” mediante los cuales cedió una parte de su política cambiaria a un convenio multinacional con el cual, encareció el Yen en un 50% frente al dólar a finales de los años ochentas. La gran potencia exportadora de Japón se detuvo, pues súbitamente todos sus productos se encarecieron en el mercado mundial.
Lo demás es parte de su drama actual, pues para compensar las pérdidas exportadoras, fueron abaratadas las tazas de interés internas, lo que con el tiempo propició una burbuja inmobiliaria (era extremadamente barato solicitar un crédito y la construcción se disparó en ese apretujado país) cosa que reventó y provocó una trampa de liquidez que aún hoy los mantiene en el estancamiento –mendingando un poco de inflación- a lo largo de casi todo el siglo XXI.

Los dirigentes del Partido comunista Chino, lo dijeron enfáticamente: “No repetiremos esos errores… no renunciaremos a nuestra política cambiaria” (véase El País, 27 de abril, 2019). Los productos chinos siguen siendo baratísimos (competitivos se dice en el argot) en parte por el uso del tipo de cambio, para que el yuan siempre resulte conveniente ante un comprador que radique en Canadá o en Sudáfrica. De modo que China se prepara para seguir creciendo a tasas superiores al 6% hasta la llegada de la tercera década de este siglo.
Ahora bien, y esto es lo más notable, el tipo de cambio ya no es tan importante. Las cosas ya cambiaron. ¿Por las “señales del marcado”? Nada de eso: por voluntad estatal, es decir, por estrategia económica.
El “gran switch” ya ocurrió a mediados de 2013: será el mercado interno, el consumo de los propios chinos, el sector de mayor peso en la economía. Y en seis años lo lograron: el consumo gravitaba el 47% pero el año pasado ya significó el 76% del PIB. A pesar de su fama y del tiempo confuciano, en esas tierras, los objetivos nacionales se plantean para cumplirse en plazos perentorios, que propicien “la aceleración”. Si no no hay desarrollo.
Y ¿saben qué? Buena parte del nuevo peso del consumo en China, proviene de los salarios, del conjunto de los salarios (mínimos, medios y especializados), que se han incrementado a razón del 8% anual, real.
El cambio ya se percibe: de un modelo de crecimiento basado en las exportaciones, a otro cuyo pivote es el consumo interno. Y por supuesto, la gran inversión en serio, sin “austeridades” ni ningún otro tipo de complejos.
El viernes de la semana pasada Pekín recibió nada menos que a 37 Jefes de Estado y 5 mil participantes de 150 países (¿alguien sabe si estuvo México?) para afianzar su proyecto magno: la nueva Ruta de la Seda, con dos ingredientes esenciales.
Ustedes recordarán que durante casi tres décadas aquel país se la pasó comprando bonos del tesoro americano, con los dólares que llegaban de sus permanentes superávits exportadores. Pues ha llegado el momento de usarlos, precisamente porque esos bonos tienen hoy una tasa de rendimiento muy baja y los canjearán por activos a largo plazo para obra civil. Ya no más billones de dólares colocados en bolsa sino dirigidos en inversión física y productiva, generadora de empleos. ¡Buen capitalismo!
Claro que, como decía el camarada Deng, nada chino es, sin política. Lo que obtendría China (si puede resolver la movilidad y la infraestructura que tanta falta hacen en ¡tres continentes! y en buena parte de Europa), es nada menos que el control político de las arterias vitales en Asia central y África. Una estrategia de riesgo alto pero también de jugosas tasas de retorno y de una renta política envidiable. La nueva ruta de la seda es tan necesaria como apetitosa, porque generaría muchos empleos y multiplicaría muchas cosas en las economías locales, y ya tiene dividida a Europa, comenzando por la tierra de Marco Polo: Italia.
Es otro capitalismo, sin democracia, claro, pero capaz de reordenar rápidamente las prioridades nacionales, los instrumentos para conseguirla y con visión y voluntad geopolítica, mejorando el reparto desde ahora con mayores salarios.
¿Verdad que, en esta, Zizek tuvo razón?
Autor
Economista. Fue subsecretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México. Comisionado para la Reconstrucción de la Ciudad luego de los sismos de 2017. Presidente del Instituto para la Transición Democrática.
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