marzo 10, 2025

El mundo de Christina Olson

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Piensen en una mujer de algo más de 50 años, digamos 55. Es delgada y tiene el cabello negro recogido con un broche justo bajo la nuca. Está de espalda sostenida en el piso. Intenten acariciarla. Repasen lentamente el vestido color salmón, deténganse en el cinturón y miren sus piernas; ahora sus brazos lánguidos y sus manos huesudas. Su rostro mira al horizonte de una colina sin árboles, tal vez a la casa de tonalidades grises que está en la cima.

Enfoquen aún más la vista. Parece una gacela que apenas se sostiene en el césped, ¿estará pidiendo ayuda o disfruta, casi vencida por el cansancio, la humedad del pasto y el calor del verano? No sabemos. Lo único que sabemos es que la mujer se llama Anna Christina Olson y padece una enfermedad degenerativa que le impide correr en los prados; es posible incluso que Anna hubiera saltado de la silla de ruedas para restregar su humanidad en la tierra. Ah, y también sabemos que esa escena inspiró a Andrew Wyeth para realizar una témpera sobre madera de 82 por 121 centímetros, que se encuentra entre las más conocidas del siglo XX, fue pintada en 1948, casi veinte años antes de que Anna Christina muriera.

El mundo de Christina / Andrew Wyeth, Estados Unidos, 1948

Admiro la pintura realista no como un portento de la destreza y la técnica sino cuando puede transmitir algo más que eso, incluso algo más que la fotografía misma (con la que el realismo en sentido estrico podría competir). La admiro, digo, cuando transmite sentimientos, y eso lo logra Wyeth además de incentivar la historia que cada quien elija al mirar el cuadro.

Conocí el original de “El mundo de Christina” en el Museo Museo de Arte Moderno de Nueva York, al ser parte de su colección permanente. Cada que estoy ahí vuelvo a visitarla dado el impacto que genera, incluso no exagero, dependiendo del enfoque y la distancia con que lo veamos.

Pienso en una mujer de 55 años que viviría hasta los 75 años. Es delgada y tiene el cabello negro. Estoy seguro de que está disfrutando la vida. Quiero besarle las manos. Lo que todavía no sé es si Anna Christina en ese instante está volando sobre la colina o corre mientras siente cómo sus pies aprisionan la tierra que está fresca, porque en la mañana llovió ligeramente.

También sé que ya no se lo podemos preguntar a Andrew Wyeth porque murió, un día como hoy hace nueve años.

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