El tema central es y será López Obrador; estamos monotemáticos. No hay lugar en que el tabasqueño no sea el centro de conversaciones.
Así como muchos de sus furibundos seguidores tienen una mirada con tintes clasistas sobre las críticas y observaciones que se le hacen, algo así como buenos y malos, pobres y ricos, también de quienes lo tienen en la mira existe una mirada con tinte clasista, pero con otros matices.
Se están incubando escenarios que se pueden manifestar en el mediano plazo, que nos pueden llevar a confrontaciones impredecibles e inéditas.
No da la impresión de que el nuevo gobierno esté aquilatando lo que pueda venirse. Más bien, con su actitud y su uso del lenguaje, como si siguiera siendo oposición o estuviera en campaña, está provocando estos escenarios.
No es el único responsable de lo que está pasando, pero como gobierno y rector legítimo de la sociedad, está en él atemperar y sumar, que no restar. López Obrador gobierna para todos, lo que incluye a sus detractores, por lo que está en él buscar la forma de integrar e incluir a todos, sin perder de vista su máxima de “primero los pobres”, a la cual absolutamente todos nos deberíamos unir.
Algunas de las críticas que se le hacen a López Obrador son razonables y justificadas. No tiene sentido que su gobierno aliente la crítica; pero, por otra parte que no la atienda. Hay una delgada línea entre el “ni lo veo no lo oigo” y asumir, como forma de gobierno, escuchar y atender la crítica.
El famoso concepto “fifí” y el haber dividido de manera maniquea a periodistas entre buenos y malos, ha provocado una visión parcial del ejercicio periodístico. Podríamos estar dirigiéndonos por rumbos en verdad de alto riesgo, del “estás conmigo o estás contra mí”.
De seguro se van a presentar momentos difíciles para todos. Va a ser en esas circunstancias cuando la crítica va a ser indispensable; se va a requerir de voces múltiples para ver las cosas. Reconociendo el mandato de las urnas, la decisión de millones de ciudadanos que querían un cambio no otorga al gobierno una especie de manga ancha para hacer lo que quiera.
Si bien acceder al poder político se logra a través de las elecciones que reflejan una mayoría, la gobernabilidad cotidiana no sólo se determina por quienes votaron, en este caso por López Obrador, sino también por quienes no lo hicieron por él.
Es importante adelantarse a lo que pueda venir. La concentración del poder y la falta de contrapesos pueden provocar que el gobierno encuentre que sólo sus decisiones son las únicas que valen.
El riesgo podría pasar, porque al tiempo que dejara de escuchar podría dejar de considerar importante hacerlo para la gobernabilidad; se podría caer en la tentación de señalar a quienes no comparten sus estrategias.
También es necesario que los críticos del nuevo gobierno tengan en claro que el cambio que se vislumbra era inevitable y necesario.
El país ya no puede seguir bajo la desigualdad económica en que está; por momentos da la impresión que algo delicado, y hasta grave, se puede presentar; la llegada de López Obrador ha atemperado los ánimos.
Algunos de los críticos y temerosos del tabasqueño deberán reconocer que buena parte de los privilegios que prevalecen en ciertos sectores de la sociedad son los que han provocado la desigualdad. Somos un país en el que los pobres son cada vez más pobres y aumentan; en tanto que los ricos son cada vez más ricos y disminuyen; es el despiadado fenómeno de la concentración de la riqueza.
Nada va ser fácil; la clave será que ciudadanos y gobierno no lo hagamos aún más difícil de lo que ya lo es y va a ser.
RESQUICIOS.
Los órganos de justicia están en el centro del huracán. La decisión del TEPJF sobre la elección en Puebla deja dudas en forma y fondo. Ya no hay vuelta; sea como sea, Erika Alonso será la gobernadora. La Corte, por su parte, trae el tema de los salarios, el cual puede escalar; ya se anuncian marchas belicosas de protesta.
Este artículo fue publicado en La Razón el 10 de diciembre de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.