La suspicacia mexicana hacia los altos sueldos ocurre en todas las profesiones, pero es muy marcada en el periodismo, gracias a esa tradición que la considera un arte pobretón, pro-bono, más cercano a la literatura y a la bohemia. Esta tara es parte de lo que está detrás de la invectiva presidencial contra Carlos Loret de Mola.
El cliché tiene muchas causas y raíces, pero pocos lo promovieron tanto como García Márquez a través de su escuela del Nuevo Periodismo Iberoamericano, cuyos preceptos “se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo […] es un género literario” y un “servicio público”. En su célebre artículo El mejor oficio del mundo, García Márquez culpaba “a la prisa y la restricción del espacio” por el deterioro contemporáneo del reportaje, “que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere de más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir (itálicas mías)”. Entre los retos del periodismo de investigación, García Márquez nunca mencionó el dinero.
Puede que el periodismo sea un oficio romántico, pero también es un negocio y una profesión que merece ser bien pagada. Incluso los modelos públicos exitosos, como la BBC inglesa, operan en una lógica de mercado mediante venta de licencias. Y es que el periodismo necesita dinero, muchísimo dinero, sobre todo en su rama de investigación. Pocos son conscientes de lo mucho que cuesta un reportaje. Son meses, a menudo años, de gastos: aviones, hoteles, comidas, transporte, trámites, tecnología, sueldos, trabajo de escritorio. La investigación de ProPublica contra Tylenol a inicios de la década pasada, por ejemplo, tomó dos años y casi un millón de dólares. Y hace unos años, el New York Times estimó que costaba unos 10 mil dólares diarios tener a un periodista en Bagdad.
Es cierto que el dinero puede corromper al periodismo, pero, por consiguiente, también la falta de dinero. Los periodistas mal pagados a veces terminan viviendo de la dádiva gubernamental y su trabajo alimentándose de los boletines de prensa, de media kits de relaciones públicas, del desayunito y la fuente oficial. Hacer buen periodismo cuesta. Por eso vemos a tantos medios mendigando por todos lados para poder sobrevivir. Lo que más necesita el periodismo de investigación mexicano es dinero a pesar de que a menudo hace mucho con poco, pero haría más y mejor con más.
Como profesor de periodismo, era desalentador ver cada vez menos alumnos inscritos. Si además de matar periodistas, les pagamos mal, ¿quién en su sano juicio se va a dedicar a eso? Está bien que ese trabajo carísimo –y, en el caso de México, peligrosísimo– esté bien pagado. En México no lo está. Loret es una excepción. Ojalá fueran más. Gay Talese y Tom Wolfe eran unos dandis que vestían trajes sastre. Vamos dándole vuelta a ese romance del periodismo con la frugalidad franciscana.