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sábado 21 diciembre 2024

El presidente y el periodismo

por Raúl Trejo Delarbre

El periodismo a menudo les incomoda a los gobernantes. Ésa es una de las consecuencias cuando los periodistas hacen bien sus tareas, y forma parte de las reglas del juego democrático.

Los gobernantes ejercen el poder. El periodismo señala deficiencias, omisiones y desde luego abusos, cuando existen, en la tarea de los gobernantes pero también del resto de los actores de la vida pública. Cuando sus excesos o incompetencias, o simplemente sus errores son publicados, es natural que los gobernantes se disgusten. La prensa, cuando informa con rigor, es uno de los contrapesos al poder político. Por eso la libertad de prensa es consustancial a la democracia.

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha ido más allá de la explicable incomodidad que le suscita la prensa crítica. Ha mencionado a medios y periodistas que según él no se portan bien. Presenta al periodismo militante como modelo de lo que, según dice, debe ser la prensa. Ha llegado al exceso de exigir disculpas a medios que no se desempeñan como a él le gustaría. Descalifica e injuria a los informadores y a los medios que no se ciñen a sus apreciaciones.

Ninguno de sus predecesores intentó desacreditar al periodismo crítico como hace López Obrador. Las relaciones entre la prensa y el poder en nuestro país siempre han sido difíciles. Los medios, con excepciones a menudo heroicas, estuvieron supeditados al interés del gobierno durante casi toda la segunda mitad del siglo XX. La libertad que medios y periodistas ganaron desde los años 90 y que consolidaron en las décadas siguientes acicateó la transición política que permitió desplazar al PRI del gobierno y crear instituciones democráticas. De hecho, la presencia pública de movimientos como el que ha encabezado López Obrador y el ánimo crítico de los muchos ciudadanos que lo respaldan, no se explicarían sin el periodismo profesional que ahora le incomoda tan notoriamente.

En alguna ocasión el diario Reforma publicó una carta que Ernesto Zedillo, meses antes, le había escrito a Luis Donaldo Colosio. Zedillo para entonces ya era presidente y le contrarió la difusión de un documento privado (que sin duda tenía interés público) pero sobre todo las “insinuaciones y conjeturas” de ese periódico sobre el asesinato de Colosio. Deben aclarar que se trata de opinión, no de información, dijo aquel presidente.

A Vicente Fox la prensa escrita la molestaba tanto que aseguraba que no leía ningún periódico y recomendaba no hacerlo. Los diarios son para una minoría, decía desdeñoso, como si el peso y la responsabilidad de la prensa pudieran aquilatarse únicamente por la cantidad de ejemplares que imprime. Al presidente Fox, en cambio, le fascinaba aparecer en televisión.

Alguna vez, siendo presidente, Felipe Calderón expresó su molestia con la abundancia de “malas noticias”, especialmente acerca del narcotráfico y los problemas de la economía. Llegó a sugerir que los periódicos dedicaran la mitad de sus primeras planas a mostrar esas noticias infaustas y la otra a noticias “buenas” para que hubiera balance en la información.

La desconfianza del presidente Enrique Peña Nieto a la prensa lo llevó a distanciarse de ella y, como su predecesor, exhortó a propagar buenas noticias. “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”, dijo y se volvió fallido lema de su gobierno.

En algunos de esos gobiernos hubo intimidaciones y acciones de censura contra informadores y medios. Los despidos de Carmen Aristegui, en el ocaso del gobierno de Calderón y a la mitad del sexenio de Peña, expresaron la sujeción de un grupo radiofónico, MVS, a intereses o caprichos del poder político. Con otras dimensiones, en los meses recientes distintas casas editoriales y de radiodifusión han despedido a periodistas críticos con el nuevo gobierno y, en algunos casos, han contratado a comentaristas que consideran favorables al actual presidente.

El periodismo, cuando se hace de manera profesional, va más allá de las declaraciones y busca la miga de los acontecimientos. Sobre todo, indaga y trae al espacio público asuntos que de otra manera no serían conocidos por la sociedad. Eso no significa, como sostienen algunos periodistas, que ese oficio tenga que dedicarse exclusivamente a exhibir trapos sucios y develar abusos del poder. Ésa es una de las funciones cardinales del periodismo pero no la única.

El periodismo identifica, jerarquiza, pone en contexto y publica noticias. Noticias son los asuntos que interesan a la gente o que es pertinente que le interesen. El periodismo no sólo replica lo que de todos modos se sabría; además le da relevancia a los asuntos que vale la pena difundir.

“Todas las noticias que merecen ser publicadas”, reza desde hace 122 años el lema de The New York Times.  Cuando el poder político decide qué ha de publicarse, queda mermado el derecho de la sociedad a informarse. Por eso es necesario que los medios tengan independencia para ­desarrollar sus políticas editoriales (es decir, para decidir qué publican y cómo).

Desde luego los periodistas y los propietarios de cada medio tienen parámetros profesionales, intereses, preferencias y hasta aversiones que matizan esas políticas editoriales. Por ello es indispensable que haya diversidad en el campo de los medios.

Al presidente López Obrador, sin embargo, le gustaría que en los medios sólo hubiera posturas favorables a él y a su gobierno. Según él, los “buenos periodistas” son los que “han apostado a las transformaciones”; le parece inadecuado “nada más analizar la realidad, criticar la realidad, pero no transformarla”.

Esa apreciación viene de una lectura sesgada y rudimentaria de la famosa undécima tesis de Carlos Marx sobre Ludwig Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. En aquella discusión Marx cuestionaba la contemplación cuando queda al margen de la reflexión y el contexto. Esa frase, aislada, puede ser coartada para la irracionalidad y el antiintelectualismo. Al presidente López Obrador le gusta repetirla sin reparar en su significado auténtico. Para transformar lo que sea es preciso conocerlo. Pero la creación de conocimiento no depende del compromiso político.

El presidente quiere un periodismo militante. Pero no sólo eso: pretende que el periodismo esté al servicio de una sola causa, la que él encabeza. Por supuesto cada periodista y cada medio de comunicación puede tener —y tienen siempre, de hecho— simpatías e inclinaciones políticas. Es deseable que, cuando las tienen, las hagan explícitas. Pretender que todos opinen igual, o descalificar a quienes no se suman al coro que le gustaría al presidente, es un despropósito y un abuso en el ejercicio del poder.

López Obrador tiene razón cuando apunta que en la prensa no hay objetividad. No existe si por tal se entiende la ausencia de puntos de vista porque cada decisión periodística —el enfoque desde el que se cubre un asunto, lo que se informa y lo que no, la misma decisión para ocuparse de ese tema— es resultado de apreciaciones subjetivas.

El presidente es inconsecuente con sus propias afirmaciones. Ha cuestionado la idea de objetividad (“¿existe la objetividad o es un recurso para escaparse y no tomar partido?” dijo la semana pasada). Pero en otras ocasiones se queja de medios, como el Financial Times —que cuestionó la escasa seriedad de las cifras que López Obrador ofrece sobre la economía— que “no fueron objetivos, no fueron profesionales”.

Al quejarse porque la revista Proceso “no se portó bien” con su gobierno, López Obrador agravia a esa publicación pero también al resto de la prensa porque implica que el periodismo debe tener un comportamiento que a él le resulte simpático.

El Presidente no quiere que haya periodismo sino propaganda. Y a favor suyo. Sus modelos de periodistas son personajes políticos que, además, hicieron periodismo. Pero además, al Presidente se le olvida que figuras como Francisco Zarco, Filomeno Mata y los Flores Magón, ejercieron la libertad de expresión en contra del poder político. El mismo Mata, que hizo política activa y fue cronista de la Reforma, se quejó en 1856 en el Congreso Constituyente de “los gobiernos conservadores y los que se han llamado liberales, todos han tenido miedo a las ideas, todos han sofocado la discusión, todos han perseguido y martirizado el pensamiento”.

El problema no es de modelos ni de definiciones de periodismo. El meollo del diferendo entre el presidente y la prensa es que él no tolera al periodismo crítico. No es exagerado asegurar que, si viviera, Zarco cuestionaría el patrimonialismo que López Obrador quiere ejercer sobre la prensa.


Este artículo fue publicado en La Crónica de Hoy el 29 de julio de 2019, agradecemos a Raúl Trejo Delarbre su autorización para publicarlo en nuestra página.

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