Las muertes de las celebridades son un retrato de lo que somos. El fallecimiento de José José, uno de los intérpretes musicales más relevantes de la historia es un ejemplo de ello.
La noticia conmocionó al país y por momentos concentró la agenda y generó una suerte de solidaridad colectiva. Estoy seguro que, ese fin de semana (murió un sábado), muchos, muchos tragos se tomaron a su salud.
Bellas Artes abrió sus puertas para dejar claro que más vale rendirse a la evidencia de un verdadero torbellino.
Su muerte tiene héroes y villanos. Los primeros, los hijos que fueron a rescatar el cadáver (más bien parte de las cenizas), de la media hermana que no quería propiciar el espacio para la despedida.
La disputa por la memoria empezó pronto, y seguramente aceitada por los intereses económicos que puedan desprenderse del legado del Príncipe de la canción.
Sarita Sosa se convirtió, con el paso de los días, en un personaje entre cómico y macabro, y dentro de un libreto en el que resultaba verosímil la pérdida del cuerpo de José José.
La muerte siempre es sospechosa y la de José José no lo es menos, porque queremos convencernos de que era reversible, de que volverá a los escenarios, aunque de todas formas no pudiera hacerlo desde hace años por la pérdida de la voz.
Hace unos años, la única vez que tuve la oportunidad de escucharlo en vivo, aquello fue un triste desastre. Intentó cantar en la Arena Ciudad de México, en un espectáculo que se ideó para homenajearlo.
La garganta y el estómago ya no funcionaban como debían y quedaba muy poco de la potencia y la vocalización que lo hizo famoso.
Había algo inquietante, sin embargo, en esa terquedad suya de cantar aunque no se pudiera y creo que eso se lo celebramos todos los asistentes. José José no podía medirse ni clasificarse, inclusive en las peores circunstancias.
Después de todo, era un gigante, quizá ya lastimado, pero con una seriedad y un compromiso que alejaba la complacencia y más bien llamaba al recuerdo, a la memoria y a la constatación de una trayectoria.
José José, a pesar de los avatares y de la coyuntura, seguía siendo ese personaje que se adueñó de los escenarios y de la vida nocturna desde los años setenta, en lugares como El Patio, en la misma cuadra de la Secretaría de Gobernación, y donde la élite se citaba para escucharlo.
Después tuvo mejores tardes y noches y siempre como guardián de su propia memoria.
Quizá por eso se incrustó en el anhelo de generaciones enteras y es un referente de México en todo el mundo.
José José es como quisiéramos ser: “De todo y sin medida.”