A primera vista una pareja muy dispareja es la integrada por Kim Jong Un y Vladimir Putin. El dictador norcoreano es regordete, chabacano y vacilador mientras el ruso se vanagloria de su cuerpo atlético, frunce mucho el ceño y tiene unos labios finos rara vez expresivos. Pero hasta ahí llegan las diferencias. Ambos son dictadores siniestros y brutales que tienen como misión en la vida desmantelar el orden mundial vigente, por eso han sido sancionados y condenados al ostracismo por Occidente. Esta semana Putin realizó una visita oficial a Pyongyang, donde firmó un nuevo acuerdo de colaboración militar y defensa mutua con Kim. Esta fue la segunda cumbre entre estos dos amables personajes en menos de un año y la primera visita del presidente ruso a Corea del Norte en 24 años. Pero ¿de verdad la poderosa Rusia tienen la necesidad de que Norcorea la defienda? Cuando un Estado se compromete por escrito a ayudar en la defensa de otro se marca una exaltación significativa de la relación bilateral. La asociación de Rusia con Corea del Norte tiene implicaciones importantes para el orden de seguridad global.
Recibir esta visita representó un nuevo éxito diplomático para el rechonchito Kim, quien ya se había visto aventajado hace algunos años con las dos cumbres que sostuvo con el imprudente Donald Trump. Para Putin, en cambio, este hecho subrayó la mayor debilidad geopolítica de su país: el aislamiento diplomático. Aunque Rusia mantiene lazos amistosos con varias de las principales potencias del llamado “Sur Global” como Brasil, India y Sudáfrica, entre otras, desde que invadió Ucrania solo ha podido mantener asociaciones verdaderamente sustantivas con China, Bielorrusia, Irán y Corea del Norte. Y el hecho de que Rusia, durante mucho tiempo uno de los principales exportadores de armas del mundo, se vea obligada a comprar municiones, misiles y drones a Irán y Corea del Norte pone de manifiesto cómo la guerra en Ucrania ha afectado a su posición mundial.
Los lazos entre Pyongyang y Moscú se remontan a la fundación de Corea del Norte tras la Segunda Guerra Mundial. Ha sido una relación con muchos matices y altibajos. Stalin formó y aupó al poder a Kim Il Sung, abuelo del actual líder. Poco después estallaría la guerra de Corea, iniciada gracias a que el abuelito Kim convenció a su patrón Stalin de autorizar la invasión al sur. Stalin no estaba convencido, temía una reacción militar por parte de Estados Unidos y no veía la ganancia en ello, pero después de meses de súplicas por parte del dictador norcoreano accedió a iniciar el conflicto. El cálculo era: si Truman no movió un dedo para impedir el triunfo de los comunistas en China, menos actuará para defender a Surcorea. Grave error. Inició una cruenta guerra de tres años en la que, en efecto, Stalin no ganó nada y solo ayudo a fortalecer a Mao. Pese al mal cálculo, Moscú fue las décadas siguientes, junto con China, valedor del régimen de los Kim, al que financió con generosos recursos económicos y materiales. Pero los sátrapas norcoreanos siempre fueron un aliado díscolo e incómodo. A pesar de deber su supervivencia a Pekín y Moscú, Kim abuelo lanzó una purga en el Partido de los Trabajadores de Corea y arrasó con todos los sospechosos de tener inclinaciones pro-chinas o pro-soviéticas. Para justificar su distanciamiento “ideológico” ante sus aliados, el “amado líder” creó la “filosofía juche”, la cual proclama la infinita e imbatible autosuficiencia de Corea del Norte ante el mundo, pese a su aguda dependencia real económica y militar con China y la URSS.
Durante la Guerra Fría Kim Il Sung hábilmente logró mantener un equilibrio en sus lazos con Pekín y Moscú, siendo amigo de los dos mientras procuraba beneficiarse de la pugna entre ambas potencias. Aun así, la Unión Soviética fue la que más ayuda aportaba a Corea del Norte, desde alimentos o combustible hasta maquinaria y capacitación técnica, llegando incluso a subsidiar importaciones de productos norcoreanos que muchas veces le resultaban inservibles. Obviamente, todo cambió con la Perestroika. Cuando en 1990 el entonces ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, Eduard Shevardnadze, viajó a Pyongyang para anunciar el inminente reconocimiento soviético de Corea del Sur Kim Il Sung se enfureció tanto que se negó a recibirlo de manera ostensible. Tras la desaparición de la URSS las relaciones ruso-norcoreanas se enfriaron casi hasta caer al estado de coma, pero poco después del ascenso de Putin a la presidencia este hizo un inesperado viaje a Pyongyang (en julio de 2000) como parte de un esfuerzo del Kremlin para mantener una posición relevante en la península coreana. A pesar de ello, Corea del Norte siguió siendo una nota al pie en la estrategia más amplia para el Asia-Pacífico, donde Putin priorizaba a China, Japón y Corea del Sur. Incluso tiempo después Rusia parecía genuinamente preocupada por los intentos de Pyongyang de desarrollar armas nucleares y se unió al régimen de sanciones internacionales para castigar a Corea del Norte por sus transgresiones.
Sin embargo, la invasión de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022 cambió el juego en Corea. Putin descubrió el valor de tener un vecino militante bien armado. Corea del Norte comenzó a suministrar a la autocracia rusa municiones necesarias para la guerra en Ucrania, las cuales en buena medida Putin paga suministrando alimentos a la empobrecida población norcoreana. Pero Corea del Norte se mantiene en su actitud de socio díscolo. A China le consta lo avieso que pude ser el Kim nieto, a quien muchas veces le gusta “salirse por la libre”, sobre todo en el tema nuclear. Incluso durante una reciente cumbre con Corea del Sur y Japón, China respaldó un llamado a la desnuclearización de la península coreana. Los principales intereses de China son mantener a Corea del Norte como un estado tapón estable entre ella y Corea del Sur, por eso jamás ha dejado de apoyar a los Kim, pero es una alianza que le ha sacado a los líderes chinos canas verdes. Ahora, lazos militares más estrechos entre Rusia y Corea del Norte podrían representan una amenaza para Pekín porque Corea del Norte seguramente se sentirá envalentonada, lo cual podría alterar la configuración geopolítica de la región Asía-Pacífico.