Los virus para poder existir necesitan de células que les sirvan como residencia, que los cobijen y les den asilo indefinido. Así pues, que un buen día llega a su organismo una gigantesca carga viral, el COVID-19 por ejemplo, y decide apropiarse de miles y miles de las células de su cuerpo. De un día para otro, usted se sorprende al descubrirse invadido por el enemigo invisible. Esta es la historia de todos con relación al odiado bicho que tanto dolor ha dejado y deja aún hoy en el mundo.
Al leer a propósito de los virus un artículo de un destacado médico neoyorkino Lewis Thomas (1913-1993) me encontré con un reporte, muy interesante, de cómo las verrugas—depósitos de virus—pueden desaparecer tan sorpresivamente como aparecieron mediante sugestión hipnótica.
El procedimiento descrito es así: primero que nada, las verrugas del paciente son pintadas con violeta de genciana, posteriormente se somete al trance hipnótico al verrugiento y ahí se le ordena que las excrecencias teñidas desaparezcan en un plazo no mayor a una semana y las no coloreadas no. Los resultados, según estas investigaciones, han sido indiscutiblemente positivos y las verrugas así tratadas desaparecieron definitivamente en la mayoría de los casos.
¿Quiere esto decir acaso que en nuestro inconsciente radica una estructura poderosa capaz de destruir a los virus que atacan nuestro cuerpo? ¿Nuestro inconsciente es quizá mucho más avanzado en conocimientos bioquímicos que el más sabio de los médicos o biólogos? ¿Será la hipnosis el verdadero método de cura contra otras enfermedades virales como el mismo Coronavirus o el VIH? O, mejor aún, ¿radica en nuestro cerebro un controlador que dirige y vigila hasta estas delicadas actividades celulares y decide cuándo enfermamos, como y de qué?
Pareciera que la realidad y lo que nos afecta o no, depende del nivel del trance hipnótico en el que estemos sumergidos, aunque no sabemos bien a bien cómo funciona este mecanismo. No, no crea usted que le voy a recomendar que en lugar de vacunarse y usar cubrebocas vaya usted corriendo a ver a un mentalista, ¡ni que fuera yo AMLO, López Gatell o el Dr. Alcocer! ¡Claro que no! Estoy hablando en serio.
Franz Anton Mesmer, (1734-1815) científico vienés, doctorado en Medicina y Filosofía escribió su tesis de doctorado titulada “De planetarium influxu” inspirado entonces por las teorías de Paracelso sobre la interrelación entre los astros y el ser humano. Sé que parece una investigación del CONACYT actual, pero no, solo se trata un antepasado de la Dra. Álvarez Bullya. Y ahí propuso que con la hipnosis se podía lograr prácticamente todo.
Sus técnicas de curación fueron investigadas por la Academia de Medicina de Francia, que determinó que no existía ninguna energía misteriosa en las sanaciones hipnóticas. Ahora bien, se preguntaban, si no hay hechicería de por medio, ¿qué era lo que realmente producía la curación en estas personas?
Serían los discípulos de Mesmer y posteriores investigadores quienes determinarían que las “milagrosas” curaciones en los trances hipnóticos, se producían por una condición humana llamada sencillamente: sugestión o el efecto placebo si usted prefiere.
Ahora sabemos que la hipnosis es un estado psicológico o una serie de conductas y/o actitudes generadas por la acción de un procedimiento llamado “inducción hipnótica”. Habitualmente se dan una serie de instrucciones y sugerencias preliminares por parte de un hipnotizador y ya está.
Hoy en día la hipnosis tiene algunos pocos usos terapéuticos y es practicada mayormente por charlatanes y encantadores de circo, líderes populistas o dictadorzuelos de cuarta. De lo que se trata es de sugestionar y apoderarse de la voluntad del otro.
Sin embargo, actualmente y gracias al desarrollo de técnicas de imagenología cerebral se tienen más conocimientos sobre este fenómeno y cómo afecta al cerebro. Experimentos científicos controlados nos dicen que la hipnosis altera la percepción y la conciencia de un modo que no se genera cuando las personas no están en eso que llamamos trance, al que se llega por diversos estímulos sensoriales siempre rítmicos, dormitivos y repetitivos.
Es decir, reconozcamos en las mañaneras las excelsas artes del mentalista presidente que han resultado muy útiles para tener en trance a buena parte de nuestra sociedad. El repetitivo discurso de AMLO y su adormecedor verbo no paraliza a los virus, pero si a un suficiente numero de mexicanos que de plano sufriendo un trance hipnótico profundo desconocen la realidad y le creen todo. Están pues en trance.