“Nada resulta más contagioso que la risa y el buen humor”, dijo Dickens. De acuerdo y hasta donde entiendo el contagio depende de circunstancias históricas y referentes culturales, por ello es que en la actualidad puede no parecernos gracioso algo que en otros tiempos lo fue; incluso ahora puede parecernos repulsivo. Los chistes sobre defectos humanos por ejemplo, y ya estoy cometiendo un error para muchos al escribir “defectos” en vez de “cualidades” o “condiciones diferentes”. Adiós entonces a las burlas sobre los negros que ahora ya no son negros y menos prietitos en el arroz e imposible llamarles soruyos o muestra de que hasta a Dios se le queman los bollos. De todos modos, a mí sí me pueden poner el negro y hasta un beso les doy si llega a ser el caso.
Otra vertiente, algo más longeva, es la risa que nos provoca el sufrimiento del otro siempre y cuando tenga límites la desgracia. Pienso en la persona que resbala e inmediatamente se le encienden las mejillas de la pena, en quien se pega en la espinilla y le duele más el orgullo que la espinilla o el despistado que se da un tope borrego que suscita el murmullo risueño de los demás que saben, sabemos, bien lo que se siente. También están situaciones de pena y el moco que traemos embarrado sin que nadie nos lo diga hasta que lo descubrimos en el espejo y no queda más que reír de nosotros mismos. Ese tipo de risa por cierto, me gusta mucho.
Reír de nosotros mismos es muy saludable, no sé, es, como dice el proverbio japonés, como si conviviéramos con los dioses, liberáramos tensiones más aún cuando reímos con alguien y ese alguien comparte el motivo de la risa que lo mismo puede ser mirar las marometas de la persona que no pudo romper la piñata que las otras marometas de quienes, pobres, siempre apoyan al Presidente y, si éste dice “Devolvido”, ellos están dispuestos ponerse en huelga de hambre frente a la Real Academia Española para protestar porque el maldito neoliberalismo no acepta la palabra “Devolvido”.
Pero regreso a las restricciones. Ahora no puedes reír del homosexual o lesbiana y llamarle puto o manflora, el culo es sagrado pero también, en la esfera políticamente correcta, lo son también las palabras. Hay que reconocer que éstas también reflejan la homofobia, yo por eso no coincido con que le gritemos “Puto” al portero de las Chivas porque, en efecto, eso es un término homofóbico y, además, porque en realidad no es ni puede ser insulto. Lo bueno de la actualidad es que cada vez se abre más paso la idea de que cada quien haga de su culo un papalote si quiere. Por todo eso, en todo caso, yo me burlo de la doble moral y me causa risa el machín que le dice “Maricas” a los homosexuales y cuando tiene unos alipuces encima se pone más caliente con los hombres que, digamos, el Potrillo, (no debo decir la “Yegua”, que conste), Alejandro Fernández. En mi vida siempre he visto que mientras más machitos más se les hacen agua los chones pero esa es otra historia.
A mí me causan mucha risa quienes buscan dictarle a los demás cuál es el camino del bien, entre “el buen gusto”, la alta cultura y las poses que nos quieren marcar hasta el modito de hablar. Desde ayer he recibido por mensaje todo tipo de insultos por la imagen de Zapata a la que sobrepuse mi rostro para decir dos cosas: que la libertad de expresión está por encima de que nos guste o no una obra (a mí no me gusta) y que ser homosexual es una condición humana (antes dije del culo y unos se enojaron, por eso lo dejo en “humana”, para hablar de amor y culo). ¿Y el respeto? Me preguntan. Es como si me dijeran que lo han dibujado como macho y que tampoco ahí hay respeto, nada más que en esta sociedad se acepta al macho y no al marica. El caso es que el respeto, desde mi punto de vista es que cada quien exprese el enfoque que tenga de los demás. Sé de lo que hablo, hoy en Twitter me preguntaron si vendía chocolates por la sudadera de Hersey que llego puesta, reí y respondí que le sacaba el chocolate a buen precio. Sé muy bien que yo no soy Zapata, desde luego, sino un simple mortal y sobre esa base hay varios videos circulando en las redes donde cambian mi voz y sobreponen una donde me escucho afeminado y, en particular, fogoso con quienes hacen ejercicio. Río, también río de mí. Y estoy convencido de que algo bueno ha de tener la pistola como para que le guste a unos ser cacha o funda, yo prefiero ser vaquero. Y reír. Me gusta ser un heterosexual que defienda la homosexualidad con toda la convicción de la que puede ser capaz. Por eso a quienes me han insultado en estos días creyendo que soy marica les digo que, aunque me gustan las mujeres, siento una empatía enorme con los gays para estar siempre con ellos y jotear con ellos si hay unas rolas que lo ameriten y amigos a quienes expresarles todo mi cariño. Para decirlo de otra forma, más académica: chinguen a su madre los machitos y homofóbicos.